Jorge Komadina | OCHO AÑOS DESPUÉS
Reproduciendo pautas de acción política de los partidos políticos “tradicionales”, las dos gestiones de gobierno del MAS han estado marcadas por una cultura burocrática-clientelar que emplea mecanismos de reclutamiento y cohesión orgánica por medio de la “política de las pegas” y del intercambio de fidelidad política a cambio de prebendas y recursos públicos. La consigna del socialismo comunitario se ha desvanecido en el aire. Ahora predominan ideas pragmáticas, realistas y realizables, entre ellas las de “desarrollo” y “soberanía”…
Es difícil olvidar la tarde del 22 de enero de 2006, Evo Morales Ayma, líder del MAS, el dirigente cocalero perseguido por los gobiernos neoliberales y vilipendiado por la clase política, juró ante el Congreso como Presidente de la República de Bolivia. Este acontecimiento abrió un momento histórico excepcional de transformaciones políticas, que luego se plasmarían en una nueva Constitución.
Ocho años después, el Movimiento Al Socialismo ha dejado de ser un movimiento político insurgente y se ha convertido en un partido de gobierno. La organización política y electoral de los campesinos y los indígenas se ha convertido en un conglomerado social amplio pero difuso, complejo e inestable, débilmente institucionalizado y altamente conflictivo, como consecuencia de la rápida incorporación en la organización de sectores urbanos, entre ellos grupos de clases medias y empresarios- con diversas expectativas y demandas.
Aunque en el pasado fue calificado como “anti-sistémico”, “anti-politico” y “anti-estatal”, actualmente el MAS se ha mimetizado con la estructura estatal en todos sus Órganos y niveles, desde allí ejerce un férreo control sobre las instituciones “estratégicas” de la sociedad civil, particularmente de las organizaciones campesinas y obreras. Asimismo, si en el pasado fue víctima del poder de los medios de comunicación, actualmente controla la mayor parte de ellos, ya sea de manera directa o indirecta. Su poder se ha incrementado exponencialmente, se ha nutrido año tras año de la derrota de sus adversarios; por el contrario, las fuerzas opositoras han sido desplazadas a la periferia del campo político, carecen de articulación, liderazgo y programa alternativo.
Reproduciendo pautas de acción política de los partidos políticos “tradicionales”, las dos gestiones de gobierno del MAS han estado marcadas por una cultura burocrática-clientelar que emplea mecanismos de reclutamiento y cohesión orgánica por medio de la “política de las pegas” y del intercambio de fidelidad política a cambio de prebendas y recursos públicos. La relación entre el partido de gobierno y las organizaciones de los cooperativistas mineros es un ejemplo, entre otros, de esa política.
El discurso también se ha transformado a lo largo de estos años. La confrontación entre las elites y el pueblo, el Estado plurinacional, la descolonización, la política del “vivir bien” y la defensa de la madre tierra han dejado de ser los núcleos articuladores del discurso. La consigna del socialismo comunitario se ha desvanecido en el aire. Ahora predominan ideas pragmáticas, realistas y realizables, entre ellas las de “desarrollo” y “soberanía”, como se puede constatar en el programa que postula la Agenda Patriótica 2025.
Finalmente, en ocho años, el MAS ha conocido varios conflictos internos. Unos han sido suscitados por pugnas de poder entre los “militantes orgánicos” de origen campesino y los “invitados” de clase media; otros fueron provocados por los rebeldes, disidentes o libre pensantes. Más allá de sus particularidades –y de los intereses personales y políticos en juego– esos episodios han revelado los procesos “reales” de decisión en el MAS-IPSP, la ausencia de democracia interna, pero también han permitido comprender mejor su desplazamiento discursivo y estratégico hacia lugares más conservadores.
Artículo publicado originalmente por ANF, 23 de enero, 2014
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