CÁSTULO MARTÍNEZ | Los dilemas de la Iglesia ante la Conquista Evangelizadora
Desde nuestros primeros años escolares, al tratar sobre el origen del hombre americano, se nos inculca la imagen de un ser semiprimitivo, escasamente vestido con un taparrabo, y en la mano una lanza hecha de madera y pedernal. Pero lo que los conquistadores encontraron tanto en el antiguo México como en el Perú de los Incas no fue esa imagen estereotipada, sino pueblos civilizados, con organizaciones militares, civiles, y religiosas, con una bien desarrollada cultura que incluía un alto grado de avance en la agricultura, arquitectura, astronomía, matemáticas, y un noble código de ética y moral…
Al inaugurar la V Asamblea de la Conferencia Episcopal Latinoamericana y del Caribe (CELAM), el domingo 13 de mayo del 2007, en la ciudad de Aparecida, en Brasil, el Papa Benedicto XVI declaró lo siguiente con respecto a la venida de los conquistadores españoles a América y a la subsiguiente evangelización llevada a cabo por misioneros católicos romanos:
«Pero, ¿qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas… En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña».
También añadió que «la utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado».
Estas declaraciones del Papa alemán Benedicto XVI, históricamente equivocadas, contrastan con las palabras del Papa polaco Juan Pablo II, quien, refiriéndose al tema, el 13 de octubre de 1992, en Santo Domingo, pidió a los descendientes de las poblaciones amerindias que perdonasen a los conquistadores españoles. Y ya de regreso en el Vaticano, dijo que su viaje había sido un «acto de expiación por todo lo que estuvo marcado por el pecado, la injusticia y la violencia» en la época de la evangelización de América.
Joseph Ratzinger, nació en Munich, Alemania, y desde 1982 fue jefe de la Sagrada Congregación Para la Doctrina de la Fe, que es el nombre que tiene actualmente la tristemente famosa «Santa Inquisición». Se dice que en su juventud perteneció a un servicio represivo de la policía secreta alemana. Cierto o no, su naturaleza inquisitoria queda reflejada en el siguiente suceso:
«Otra ‘primicia’ norteamericana fue el caso del padre Terence Sweeney, jesuita de cuarenta y un años, de Los Ángeles. Alentado por sus superiores, realizó un sondeo entre 312 obispos norteamericanos católicos a partir de cuatro preguntas acerca del celibato sacerdotal y el sacerdocio de las mujeres. De los 145 que respondieron, treinta y cinco se mostraron a favor del matrimonio de los sacerdotes teniendo en cuenta la escasez de vocaciones. Once manifestaron que les agradaría que las mujeres pudieran ser ordenadas».
«El cardenal Ratzinger coge el teléfono y llama a un sacerdote [a Terence Sweeney] de Los Ángeles, diciéndole que o bien cesa su encuesta acerca de los obispos sobre el celibato o hace las maletas y se marcha antes de una hora».[1]
(El Papa Benedicto XVI [Joseph Ratzinger] anunció su renuncia el 11 de febrero del 2013, la que se hizo efectiva el 28 de febrero de este mismo año. La verdadera razón de su renuncia es un tema que está fuera de la temática de este libro*).
El 23 de mayo del 2007, el Papa Benedicto XVI intentó, sin éxito, clarificar sus declaraciones que había hecho sobre la evangelización de los habitantes originales de la América sometida por los conquistadores españoles, diciendo:
«Es, de hecho, imposible olvidarse del sufrimiento y las injusticias infligidas por los colonizadores a la población indígena, cuyos derechos humanos y fundamentales fueron muchas veces pisoteados», dijo el Pontífice. «Sin embargo, la obligatoria mención de tales crímenes injustificables, ya en la época condenados por misioneros como Bartolomé de Las Casas o por teólogos como Francisco de Vitoria, no debe impedir tomar nota con agradecimiento de la labor maravillosa cumplida por la gracia divina entre aquellas poblaciones».
No hay duda de que hubo algunos sacerdotes católicos romanos que lucharon por defender los derechos inalienables de los nativos, pero por lo general, sin éxito. El historiador William H. Prescott comenta sobre esto:
«Es cierto que hubo hombres compasivos, misioneros fieles a su vocación, que trabajaban mucho en la conversión espiritual de los nativos, y que, conmovidos por sus desgracias, hubieran interpuesto voluntariamente su brazo para protegerlos de sus opresores. Pero demasiado a menudo los eclesiásticos se contagiaban del espíritu generalizado de libertinaje; y las fraternidades religiosas que llevaban una vida de holgada complacencia, en las tierras cultivadas por los esclavos indios, tendían a pensar menos en la salvación de su alma que en aprovecharse del trabajo de su cuerpo».[2]
El presente ensayo es el resultado de una intensa investigación documental, cuyo propósito es presentar la voz de las naciones invadidas. En cuanto a los vencedores, éstos ya han tenido tribuna para mantener su versión de los hechos durante más de 500 años, gracias a historiadores adulones que se han encargado de inculcarnos, desde nuestra niñez, la versión de los invasores.
Cuando Cristóbal Colón desembarcó en las costas del así llamado «Nuevo Mundo», creyó erróneamente –al menos, al principio– que había llegado a las Indias Orientales; por ese motivo llamó indios a sus habitantes. Con el tiempo, a esta palabra se le incorporó una connotación despectiva para referirse a los descendientes de los habitantes originales de este continente. Es parte del legado de Colón.
Desde nuestros primeros años escolares, al tratar sobre el origen del hombre americano, se nos inculca la imagen de un ser semiprimitivo, escasamente vestido con un taparrabo, y en la mano una lanza hecha de madera y pedernal. Pero lo que los conquistadores encontraron tanto en el antiguo México como en el Perú de los Incas no fue esa imagen estereotipada, sino pueblos civilizados, con organizaciones militares, civiles, y religiosas, con una bien desarrollada cultura que incluía un alto grado de avance en la agricultura, arquitectura, astronomía, matemáticas, y un noble código de ética y moral.
La venida de los conquistadores españoles y misioneros católicos romanos no fue una obra civilizadora, que aportara bienestar material o espiritual a los habitantes de la antigua América. Al contrario, estos aventureros trajeron consigo los peores vicios de su sociedad, iniciando a los nativos en la práctica de la mentira, el engaño, el robo, las inmoralidades sexuales, y contagiándolos con enfermedades venéreas. Todo lo cual contrastaba con las elevadas normas éticas de los habitantes originales de América, que en el Imperio Incaico se resumían en tres frases: ama sua (no seas ladrón), ama lulla (no seas mentiroso) y ama kella (no seas ocioso).
Según el relato bíblico, la primera mentira en el Edén fue introducida por una serpiente. En cambio, la primera mentira en el ‘Nuevo Mundo’ fue introducida por un cristiano español. Esto ocurrió cuando Cortés preguntó a un embajador de Moctezuma si su señor tenía mucho oro «porque era bueno para el mal del corazón, y que algunos de los suyos estaban lisiados de él”. Teotlili respondió que sí tenía.[3]
Arica, octubre del 2013
NOTAS
[1] William H. Prescott, History of the Conquest of Peru, (ed. John Foster Kirk, J. B. Lippincott Company: Philadelphia, USA, 1902), vol. 2, p. 233.
[2] William H. Prescott, History of the Conquest of Peru, (ed. John Foster Kirk, J. B. Lippincott Company: Philadelphia, USA, 1902), vol. 2, p. 233.
[3] William H. Prescott, History of the Conquest of Peru, (ed. John Foster Kirk, J. B. Lippincott Company: Philadelphia, USA, 1902), vol. 2, p. 233.
*Este texto publicado por Sol de Pando con autorización del autor, es la Introducción del libro «¡Invasión! 12 de Octubre de 1942», cuyo subtitulo original es «Ahora la Voz de los Vencidos».
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