MARÍA GALINDO | Una ridícula «boda real»
Después de jugar con las ilusiones matrimoniales de una vasta serie de mujeres muñecas que le sirvieron para probar públicamente su virilidad, hace un último ejercicio de poder masculino, cual es el de por fin encontrar a la princesa que calza la pequeña sandalia para convertirse en su mujer.
El juego de poder machista consiste en demostrar a la sociedad que no sólo puede disponer de todas las mujeres que quiera, sino que tiene el poder de elegir a una: la más útil, la más conveniente para sus fines. En todos y cada uno de los detalles se trata de un grotesco cuento de hadas que me remite a las bodas que celebran las rancias monarquías en Europa, donde a través de un acto público prolongado que pasa por todos los detalles de una boda, no sólo se dopa a una sociedad entera, sino que se reafirman los valores culturales más decadentes, clasistas y conservadores.
Es el único escenario donde la novia dice con una sonrisa inobjetable que nuestro Vicepresidente es un caballero encantador capaz de enamorarse. Nos confiesan que en privado es capaz de cocinar para su novia y la prensa convierte ese hecho banal en una noticia tal cual sucede con la realeza. Si lo hace el poderoso, entonces eso sí es una noticia admirable y tierna.
Como aparato de reciclaje lo convierte en un galante novio, le quita toda sospecha homosexual, lo convierte en un virtuoso pequeño burgués y lo acerca a las clases medias que siguen siendo un sector cautivo para el Gobierno.
La novia es también todo un fenómeno de este mismo aparato, no es una cenicienta, no es una sirvienta (que hoy no le sería útil), no es una mujer de la generación de Álvaro. Es una mujer blanca, flaca, de “familia bien”, una virgen joven que rejuvenece la figura de un cincuentón para que juegue a veinteañero. Es también una mujer mediática que coincide con la historia del príncipe de Asturias que se enamoró de la presentadora de televisión; qué casualidad, la pantalla es una vitrina social donde encontrar un buen partido.
El carácter mediático de la novia la convierte en una novia profesional que sabe exponerse a las cámaras, que habla bien aunque siempre bobadas porque sabe repetir textos que no escribe. Es la chica bonita capaz de hacerse peinar por Gloria Limpias, la que estuvo tan cerca de las dictaduras, la que tiene una casa de mujeres a disposición de las élites. Ella peinará a la novia su cabeza; ¡ojo!, su cabeza estará en sus manos. Es toda una metáfora que lanza un mensaje de emparentamiento mediático a la élite cruceña. Cumple también en la misma línea contratando a la empresa de eventos que organiza las bodas de todos los logieros en Santa Cruz.
Me río de la reiteración del mensaje de que se trata de una boda parca y pobretona en la que todos son donaciones, desde el tocado de la novia hasta el ají de fideo; muchos de esos regalos son auténticos mensajes de nuevas alianzas políticas de clase que esta boda está anunciando.
También me río de que no se gastan bienes del Estado, sólo el despliegue policial constituye ya un mal uso de los bienes del Estado. ¿Por qué Álvaro no podía casarse en privado, sin disponer de cientos de policías que cuiden el evento?, ¿por qué la boda de Álvaro será transmitida por televisión? Transmisión que si bien será gratuita, vendrá con factura que se pagará con favores desde el Estado.
Pero hay más detalles torcidos en esta boda: es católica para contentar a la Iglesia y a la clase media blanca, pero usa también un escenario rural e indígena para continuar con el uso fetichista de lo indígena como juguete sexual y político. Nos demuestra que una cosa no está reñida con la otra, sino que pueden ser perversamente complementarias y simultáneamente útiles.
El menú del ají de fideo recupera el plato popular de los sectores sociales que hambrean en las ciudades, aunque a puerta cerrada se servirá nomás caviar y langostinos. Las comunidades serán convocadas para que regalen gallinas, ovejas y textiles que seguramente exhibirá el Vicepresidente, aunque a puerta cerrada circularán la porcelana, la platería, el oro y los emparentamientos políticos que esta boda augura.
Yo también quiero regalarle un grafiti al Vice por su boda. Reciclo el que los movimientos le pintaron en España al príncipe: Álvaro se casa y yo sin casa.
Va otro para ella: Claudia, tu príncipe es un verdugo azul, cuídate.