DE LOS ESPOSOS ANDRADE A LOS MUERTOS DE LLALLAGUA

El fratricidio no conmueve al ex Presidente neo-estalinista, conducta indolente propia de un sicópata. Y sin embargo le aterra la idea de su propia muerte. “Nunca me vendí, ni me rendí. Sólo pido que no me maten”, declaró en una entrevista radial desde su bunker de Lauca Eñe. | Fotomontaje Sol de Pando
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© Redacción Sol de Pando
La muerte violenta y brutal de cuatro jóvenes policías que fueron asesinados durante la jornada del pasado 11 de junio en el escenario de los bloqueos propiciados por el ex presidente Evo Morales, ha despertado en la memoria ciudadana el recuerdo de unos asesinatos cometidos en similares circunstancias, hace 25 años, en los que también Evo Morales fue señalado como principal promotor y autor intelectual.
Fue en octubre del año 2000, cuando el teniente de Policía David Andrade López, de 26 años, y su esposa Graciela Alfaro Rada, de 19 años, además de dos sargentos de una brigada militar de erradicación de cocales (Gabriel Chambi y Silvano Arroyo), fueron secuestrados, torturados y asesinados en la zona del Chapare, por instrucciones de Evo Morales durante una reunión de dirigentes cocaleros que decidieron, en esa instancia, el destino de los rehenes, según Filemón Escobar, que fue nada menos el ideólogo del proyecto evista.
«En reunión de más de 200 personas se resolvió el asesinato de los Andrade, en Villa Tunari«, narró Escobar durante una entrevista con la periodista Amalia Pando difundida el 2 de agosto de 2016. Reveló que Evo Morales “presidió la reunión, con la Margarita Terán, los más radicales”.
Los asesinatos se cometieron en el contexto de un bloqueo de caminos realizado por los cocaleros al mando de Morales. Los autores materiales fueron identificados y procesados, eran dirigentes del entorno íntimo de Morales, entre ellos su amante Margarita Terán que se encargó de torturar a la esposa del teniente Andrade; pero la presión ejercitada por el entonces diputado cocalero del MAS, victimizándose, volcó la justicia en favor de los asesinos, quedando aquellos crímenes impunes hasta hoy.
Las investigaciones de la Fiscalía señalaron que el teniente David Andrade murió por un picotazo en la cabeza y que a su esposa Graciela Alfaro le cortaron los senos y la violaron antes de matarla.
Nancy Fernández, una cocalera que presenció los asesinatos, testificó que los rehenes fueron custodiados en la casa de Margarita Terán, dato corroborado por Filemón Escobar, y luego conducidos a una carceleta sindical donde fueron ejecutados. Fernández dijo que el entonces diputado Evo Morales llegó al lugar y miró a los secuestrados desde una ventana, afirmando: “Háganlos desaparecer para mi vuelta o hagan lo que quieran. Ahorita soy capaz de matar a estos tipos que están adentro”.
La testigo relató ante las autoridades judiciales que Graciela Alfaro fue violada delante de su esposo, el teniente Andrade, a quien golpearon salvajemente con una picota hasta dejarle sin vida. Finalmente le habrían cortado los senos con un cuchillo mientras ella pedía clemencia; después la asesinaron. Los dos sargentos militares, Chambi y Arroyo, murieron después.
Nancy Fernández recibió amenazas de muerte contra ella y su familia, fue obligada retractarse y el caso fue cerrado “por falta de pruebas”.
LA INDOLENCIA DE UN SICÓPATA ANTE LA MUERTE AJENA
“En medio del luto por las muertes en Llallagua, Evo Morales pide una ley que lo habilite como candidato”, dice el titular de una nota publicada el jueves por el periódico digital Visión 360, evidenciando que el ex Presidente pone sus ansias compulsivas de volver al poder por encima de la vida de las personas.
El fratricidio no conmueve al ex Presidente neo-estalinista, conducta indolente propia de un sicópata. Y sin embargo le aterra la idea de su propia muerte. “Nunca me vendí, ni me rendí. Sólo pido que no me maten”, declaró el jueves en una entrevista radial desde su bunker de Lauca Eñe, donde el grito “Patria o Muerte” resuena entre sus hordas fanatizadas cual perfecta carne de cañón.
Cuando el país recibió la noticia sobre el brutal asesinato de tres jóvenes policías entre las dunas de relaves estañíferos en Llallagua aquel negro mediodía del 11 de junio, Morales se apresuró en responsabilizar de la tragedia al gobierno de Luis Arce y no hizo ninguna alusión a los policías muertos.
El saldo subió a cuatro policías fallecidos, con el hallazgo de otro subteniente asesinado en una ruta bloqueada entre Cochabamba y Oruro. En la misma zona del valle, murió también un joven campesino del bando contrario, con una bala en el abdomen.
La arremetida policial-militar tras las matanzas de Llallagua no se dejó esperar, agravando el clima de guerra civil que azota a Bolivia bajo el desgobierno del presidente Arce, quien es permanentemente denunciado en recurrentes escándalos de mega-corrupción familiar.
“La jornada de luto que vivimos los bolivianos y bolivianas, sobre todo marcada por el dolor de quienes perdieron a seres queridos, debe llevarnos a todos a una profunda reflexión. Nos incluimos en ella porque nuestra lucha siempre ha sido por la vida, la inclusión y la justicia social”, dijo Evo Morales a través de su cuenta en XTwitter, con su habitual demagogia, sin referirse en ningún momento a los policías asesinados.
Las víctimas del bando policial eran muchachos de entre 22 y 26 años: dos subtenientes y un teniente, además un sargento de 33 años; tenían la misma edad del teniente Andrade, e igual que él y su esposa de 19 años murieron prácticamente indefensos —emboscados, torturados y descuartizados— mientras colaboraban con la población civil a levantar los bloqueos.
Sus atacantes fueron francotiradores armados con fusiles de uso militar robados en los cuarteles, y hordas fanatizadas en su lealtad ciega a Evo Morales. Son facciones armadas que se han incrustado en el movimiento popular bajo la tutela de Evo Morales, actuando a sueldo con dineros que provienen del narcotráfico.
LA MUERTE ATROZ EN MANOS DE UN EVISMO DESQUICIADO
El primero en caer fue el subteniente Brayan Jorge Barrozo Rodríguez, operador especial del Grupo Delta de Oruro. Un proyectil de alto calibre perforó su espalda atravesando el chaleco antibalas, cuando huía junto a su patrulla de las hordas evistas. Tenía 22 años, había egresado de la Anapol el pasado 2024.
Quien no logró escapar de aquella persecución fue el teniente Carlos Enrique Apata Tola, también del Grupo Delta de Oruro. Una imagen audiovisual que circuló en las redes sociales, muestra cómo el teniente Apata quedó atrapado en medio de un tumulto de furiosos evistas que lo lapidaron con enormes piedras hasta desfigurarle el rostro y reventarle las entrañas. Fue una muerte cruel. Tenía 26 años, había egresado de la Anapol en 2019.
La muerte del sargento 2do. Jesús Alberto Mamani Morales, de la Unidad de Bomberos de Potosí, fue igualmente despiadada. El testimonio del teniente Miguel Ángel Rodríguez Picachuri —desde su convalecencia en el Hospital General de Cochabamba—, es un relato estremecedor de cómo murió el sargento Mamani: Al promediar las 13:00 del miércoles, una retaguardia formada por siete policías se había desconectado de su patrulla y fue rodeada por los bloqueadores evistas; los golpearon con palos y piedras, llevándolos como prisioneros a un lugar llamado Janco Calani. “Ahí estuvimos en calidad de rehenes desde las 13:00 más o menos hasta las 23:00 de ese día” —relató el teniente Rodríguez—. “En ese transcurso, el sargento Mamani Morales producto de los golpes que nos dieron empezó a vomitar sangre por la boca, harta sangre, y les decía a los comunarios que le auxilien; pero no nos dejaban de agredir e insultar y no le auxiliaron, cuando a las 18:00 aproximadamente ya su cuerpo del sargento se enfrió, no aguantó más y murió producto de los golpes que le dieron… es muy triste ver a un camarada ver morir, me acuerdo y me pongo a llorar; como si fuéramos perros nos trataron, no lo auxiliaron y dejaron que se muera. Pedí que llamen a una ambulancia por lo menos para salvarlo a él, llamaron pero no había paso según ellos, seguían con los bloqueos y los enfrentamientos más adelante, antes de llegar a Llallagua por la altura del Golfo”. El Sargento 2do. Jesús Mamani tenía 33 años, era un bombero abnegado y ejemplar, provenía de El Alto.
El cuarto asesinato, tan atroz como los anteriores, ocurrió sobre la carretera entre Cochabamba y Oruro, en la zona de Confital. Los bloqueadores evistas atraparon al subteniente Christian Calle Alcón y fue ejecutado con un cachorro de dinamita explotando en su vientre. Este joven también nacido en El Alto tenía 22 años, recién egresado de la Anapol.
Los sicarios de Evo Morales en Llallagua también asesinaron a un adolescente de 17 años, Vladimir Aguilar Choque. Acompañado de su hermano, el muchacho retornaba a pie desde el municipio de Huanuni atravesando el límite entre Oruro y Potosí. Cuando ingresó a la zona de bloqueo controlada por las huestes evistas en la zona de “El Golfo” (nombre puesto por los narcotraficantes del lugar), lo golpearon hasta matarlo, acusándole de ser “espía del gobierno”. Vladimir salía bachiller este año, era huérfano de padre y madre.
Evo Morales deslinda su responsabilidad en estos crímenes. Pero además protege y encubre públicamente a sus partidarios involucrados en los hechos sangrientos, afirmando que autores de los asesinatos son los actuales comandantes de la Policía Boliviana, que habrían infiltrado sicarios entre los grupos evistas para matar a sus propios camaradas. “Yo también soy víctima”, dijo en una entrevista con la radio Kausachun Coca.
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