Data: octubre 12, 2024 | 8:54
EL “DESCUBRIMIENTO” DE AMÉRICA ENCUBRIÓ UNA CIVILIZACIÓN QUE FLORECÍA | Cuando Francisco Pizarro se encontró con Atahualpa, ese choque de dos civilizaciones produjo una trágica e irremediable pérdida cultural para los pueblos colonizados…

LA CAIDA DE ATAHUALPA: CUANDO EL SOL DEJÓ DE SER DIOS

La batalla de Cajamarca, 16 de noviembre de 1532 | VIDEO

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© Wilson García Mérida | Servicio informativo Datos & Análisis

El 12 de octubre de 1495, la llegada de Colón a estas tierras llamadas “América” fue como un eclipse total para los pueblos originarios del continente —desde Alaska hasta Tierra de Fuego— donde el sol se ensombrecería para siempre. Los hoy americanos, fuimos condenados a mirar con ojos europeos un aparente “descubrimiento” que puso el velo del desconocimiento eterno sobre una civilización ancestral originada en Eurasia hace casi 30.000 años, cuando el homo sapiens comenzó a balbucear su existencia.

Los pueblos originarios de América son tan antiguos como la Grecia ateniense, la India budista, la China dinástica o la Roma imperial; pero esa ancestralidad civilizatoria se ha borrado en la memoria histórica gracias al “descubrimiento” de Colón. Maldito fue ese 12 de octubre del calendario gregoriano.

La migración tibetana que atravesó el estrecho de Bering en el contexto de la evolución humana todavía bajo los efectos del Big Bang, dio origen a los pueblos indígenas americanos, comenzando por los Arawak. Aquella migración evolutiva transportó a nuestro continente —desde Canadá hasta las Malvinas— los genes y fonemas que nos globalizaron desde el momento en que el Diluvio Universal (es decir el fin de la Edad del Hielo) expandió en todo el planeta las revoluciones tecnológicas primitivas de la madre Mesopotamia.

El incienso, los tejidos, la cerámica, las deformaciones craneales y el arado mesopotámicos —que fueron parte del esplendor del Tiahuanaco y de los Paracas—, nos ubicaban como una civilización universal. Cuando los conquistadores españoles invadieron el Tahuantinsuyo, no podían entender por qué la palabra “mamá” se pronunciaba también en las lenguas puquina, quechua y aimara, lo mismo que en las proto-lenguas indoeuropeas de la Galia, Iberia, Bretaña y Germania.

La escenificación cinematográfica sobre el encuentro entre Francisco Pizarro y el inca Atahualpa, en una película de 1969. | Foto Sol de Pando

GUERRA DE DIOSES EN TIERRA INVADIDA

Tras décadas después del descubrimiento, en noviembre de 1532 se produjo el encuentro entre el conquistador Francisco Pizarro y el inca Atahualpa. Existen diversos relatos e interpretaciones de aquel hecho histórico, con aproximaciones a la verdad de lo ocurrido según las fuentes que son innumerables.

Una de las versiones más fascinantes es, sin duda, aquella que se encuentra en la película de 1969, “La caza real del sol”, protagonizada por los actores Christopher Plummer en el papel del inca y Robert Shaw como Francisco Pizarro. Bajo la dirección de Irving Lerner y con un guion basado en la obra del dramaturgo inglés Peter Levin Shaffer, esta mirada hollywoodense de aquel encuentro reconstruye el contexto de violencia militar y crueldad política que supuso el proceso de someter a unos pueblos antiguos que resistieron su desajenación durante más de cinco siglos.

En el filme, el inca Atahualpa accede a entrevistarse amigablemente con Pizarro en Cajamarca. El intruso europeo planea tenderle una trampa al hijo del Sol, instigado por el fraile Vicente Valverde que forma parte de la tropa invasora. El diálogo previo a la batalla es memorable, Plummer hablando en quechua al encarnar a Atahualpa.

Los españoles que contaban con caballos y armas de fuego (cañones y arcabuces), y un implacable crucifijo, eran sólo 168 individuos, pero bien armados, frente a más de dos mil hombres que acompañaban al inca, la mayoría danzarines y músicos, y algunos soldados apenas armados con warak’as  y puc’junas que eran las únicos arsenales conocidos en este mundo invadido por armas más “civilizadas”.

El encuentro se producirá en la plaza o cancha de Cajamarca, el 16 de noviembre de 1532.

El Inca, hijo del dios Sol, llega junto con su guardia transportado sobre una litera que llevaban al hombro sus súbditos kallawayas. Los españoles aguardan escondidos, excepto el cura Valverde que sale a su encuentro acompañado por Felipillo el intérprete.  Se saludan y el sacerdote le habla al soberano quechua a través del intérprete. Atahualpa le responde a Valverde también a través del traductor. El cura le dice al Inca que no es el Sol el Dios creador, sino Jehová.

El cura intenta convencerle al Inca que Dios habla a través de la Biblia. Atahualpa quiere oírle a ese Dios, se pone el libro al oído pero el libro no habla y el inca tira al piso la Biblia con desdén; ante la profana afrenta, será el fraile Valverde quien encenderá la mecha histórica del genocidio, ordenando a las huestes de Pizarro abrir fuego y blandir la espada en nombre del Señor, profiriendo el nombre «Santiago” como grito de guerra; da la absolución a las tropas antes de la matanza. La escena se basa en la crónica de Guamán Poma de Ayala.

Los invasores vencen sin bajas a los miles de incaicos, es una masacre; y toman prisionero al Inca, ocho meses después lo ajusticiarán.

Y el Sol, entonces, estará condenado a ser un dios muerto, y no tiene el don de la resurrección…

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