Data: julio 2, 2017 | 4:53
COLUMNA VERTEBRAL | El modelo basado en las materias primas, su extracción y exportación a cambio de divisas, se convirtió en un mecanismo intrínsecamente perverso en el que se afincó no sólo en una forma de funcionamiento productivo, sino en la base de una estructuración social estamentada de explotación y de organización de la sociedad…

Carlos D. Mesa Gisbert | EL BUCLE DEL CERRO RICO

La economía boliviana quedó atrapada en un bucle el día en que el Cerro Rico de Potosí se convirtió en la razón de ser nuestra existencia. La Audiencia de Charcas, germen de la República de Bolivia, fue creada para administrar en lo económico y en lo jurídico los ingentes ríos de plata que alimentaron primero al Imperio y luego a la joven Nación. Lo que en tiempos del mercantilismo era parte inherente del funcionamiento económico se transformó en una adicción que generó estancamiento. El modelo basado en las materias primas, su extracción y exportación a cambio de divisas, se convirtió en un mecanismo intrínsecamente perverso en el que se afincó no sólo en una forma de funcionamiento productivo, sino en la base de una estructuración social estamentada de explotación y de organización de la sociedad.

La confrontación entre modelo liberal y modelo nacional-estatista no cuestionó la base del sistema productivo, sólo la lucha sobre quién manejaba esos recursos. No se trataba de cuestionar lo esencial, sino de administrar lo existente. La antinomia entre barones del estaño y Estado, o entre transnacionales y Estado, se refirió siempre a la propiedad y al destino de los recursos. Las sucesivas nacionalizaciones, según cuándo y según como, le dieron al Estado importantes montos. En unos casos esos ingresos fueron a un Tesoro Nacional desfondado, paliaron algunas urgencias y progresivamente acabaron superados por los costos desmesurados de las propias empresas que habían sido nacionalizadas. En otros casos, no sólo alimentaron el tesoro sino que permitieron una redistribución relativamente importante a algunas regiones del país y a la sociedad en su conjunto. Pero en lo fundamental el aparato económico siguió girando en torno al mismo principio, extracción-exportación.

Podrá decirse que lentamente se produjeron algunos cambios. Sí, pasamos de depender de uno o dos productos a algunos más. Gas, concentrados de cinc, oro en bruto, plata y sus concentrados, torta de soya, estaño en lingotes, aceite crudo de soya, aceites crudos de petróleo, castaña sin cáscara y plomo y sus concentrados, representaron en 2015 el 86% de nuestras exportaciones. Como se puede apreciar fácilmente el valor agregado de este conjunto es nulo en la mayor parte de los casos y relativamente modesto en unos pocos.

El primer gran objetivo histórico de nuestros planificadores fue el de lograr la diversificación, ocurrió en los años cuarenta del siglo pasado. El resultado está a la vista. Setenta y cinco años después de trazarse políticas públicas para romper la maldición de la monoproducción, hemos logrado dividir la torta en tres grandes pedazos: gas, minerales y agroindustria. El segundo gran objetivo, uno de los grandes mitos que nació ya en el siglo XIX, fue el de la industrialización. ¿Industrializar qué y cómo? La primera premisa debió estar referida a la naturaleza de nuestra propia matriz productiva, añadir valor agregado a las materias primas, transformar de manera progresiva y rápida la industria básica.

Si hacemos una evaluación de lo que avanzamos en nuestra principal producción histórica, la minería, podremos percibir claramente que –salvo etapas aisladas y sin continuidad- el país no ha dado un salto cualitativo en el desarrollo de una minería moderna y competitiva. Basta comparar nuestros estándares con los de Perú o Chile. Si pensamos en la energía, particularmente el gas, apreciaremos que, más allá de lo elemental, no hemos logrado una ruta de transformación que vaya de la mano de nuestras propias expectativas. Si nos referimos a la agroindustria, a pesar de avances importantes en genética (ganadería y granos), nuestra productividad por hectárea, los límites ambientales de nuestra frontera agrícola y los transgénicos como alternativa para mejorar nuestros resultados, no estamos en condiciones comparativas razonables con nuestros competidores inmediatos: Brasil, Argentina y Paraguay.

En el periodo 2006-2015 Bolivia vivió el mayor auge de ingresos por exportaciones de su historia (84.120 millones de dólares), cantidad que abrió posibilidades importantes para encarar el comienza de una transformación productiva sólo añadiendo significativamente valor agregado a su matriz tradicional. De hecho el discurso de la industrialización en 2006 se apoyó en tres grandes emprendimientos: el hierro, el litio y la petroquímica. Los dos primeros con el objetivo de producción tanto de materia prima como de productos elaborados y el tercero como un paso imperativo después de la “nacionalización”. Casi doce años después y por distintas razones, los tres proyectos se cayeron o se han retrasado de tal manera que su concreción es de incierta cronología.

En los hechos seguimos atrapados en el bucle del Cerro Rico, los diez años de oro se nos escurrieron entre los dedos.

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