Data: noviembre 11, 2018 | 4:12
COLUMNA VERTEBRAL | Han sido veinticuatro años efectivos de escribir prácticamente sin excepciones una columna cada semana, un total de 1.248 columnas de entre 5.000 y 7.000 caracteres cada una que suman casi siete millones y medio de caracteres y prácticamente dos mil páginas que se han publicado en los más importantes periódicos del país…

Carlos D. Mesa Gisbert | UNA SENTIDA DESPEDIDA

Han pasado casi treinta años desde que un 9 de abril de 1989, por invitación de Ana María Romero, publiqué mi primera “Columna Vertebral” en el entonces más importante periódico del país, Presencia, que ella dirigía. No podía adivinar en ese día del que me separan prácticamente treinta años, la cantidad extraordinaria de acontecimientos que me tocó vivir. 

En ese abril le dije sí a Anita porque prácticamente me puso contra la pared, a pesar del trabajo absorbente y casi excluyente que me demandaba mi responsabilidad como director del canal 2 Telesistema Boliviano. Hoy no termino de agradecerle esa oportunidad de oro.

Mi paso como columnista durante todo este tiempo ha tenido etapas que han tenido paréntesis, como este que abro hoy, en virtud de mi decisión de participar en política. Eso ha marcado dos grandes momentos en esta tarea. Entre 1989 y 2002 y entre 2007 y hoy. Han sido veinticuatro años efectivos de escribir prácticamente sin excepciones una columna cada semana, un total de 1.248 columnas de entre 5.000 y 7.000 caracteres cada una que suman casi siete millones y medio de caracteres y prácticamente dos mil páginas que se han publicado en los más importantes periódicos del país.

Escribir una columna en una página editorial y hacerlo en el día de mayor circulación, el domingo (ese ha sido siempre el día en el que se han publicado mis opiniones en todo este tiempo) garantiza, en el ámbito limitado de un país poco afecto a la lectura, una difusión ciertamente muy significativa, sobre todo desde que se popularizaron las ediciones en línea.  Pero además, lo que Ana María me dio es la posibilidad de enfrentarme con mis ideas todos los fines de semana, estuviera donde estuviera, en mi oficina, en mi casa, o de viaje en algún cuarto de hotel; sí o sí, debía sentarme a pensar y a escribir. 

Toda columna tiene un nombre, una identificación que termina por unirse indisolublemente el espacio y al autor.  El mejor ejemplo de ello es sin duda «Es o no es Verdad» del columnista por antonomasia de nuestro periodismo, José Gramunt. Pues bien, ¿cómo llamar una columna en la que mi única condición personal (definida por mí y ante mí) era escribir sobre aquello que me pareciera relevante en la política, la sociedad, la economía, las culturas, el pensamiento, el país, la región, el mundo…?; no era fácil.  Mario Espinoza me resolvió la papeleta cuando en el típico ejercicio de dar nombres hasta encontrar uno, lanzó aquella referencia meramente mecánica y por asociación, «que se llame Columna Vertebral» me espetó con una sonrisa.  Así se llamó y creo que no ha sido un mal nombre.

¿Qué reunió esta columna?.  Al principio fue la coyuntura (espantosa palabra, irremediablemente consagrada por la práctica), pero poco a poco fue una ocasión notable para reflexionar.  Con el paso de los meses y los años, fui alternando, cada vez con más frecuencia, una mirada a los hechos inmediatos que vistos y leídos con la lupa de la distancia tienen un valor relativo menor, con aquellas cuestiones centrales que definen la época que nos ha tocado vivir. Pero pongamos las cosas en su lugar.  Reflexionar sobre asuntos esenciales no quiere decir necesariamente escribir cosas esenciales.  La pretensión (Y en este caso uso la palabra en su acepción etimológica exacta) fue expresar mi visión de este tiempo, mis certezas, mis dudas, mis preguntas (muchas preguntas) y en última instancia mi visión de nuestra condición (la frágil dimensión humana).  En una punta lo cotidiano, la política de todos los días; en el camino los modelos políticos y económicos, la evolución dramática de un nuevo momento más bien escéptico; en la otra punta, la implacable realidad tan alejada ya de la utopía en la que me formé en la primera juventud.  No es en absoluto casual que la palabra utopía se repita con tanta frecuencia a lo largo de estás paginas.

Ha sido un camino haciendo huella por mi pensamiento sobre el momento en que me ha tocado vivir, en el que constato que es un tiempo de cosas pequeñas, de moderadas expectativas y de añoranza por la épica de la utopía a la que me referí páginas arriba.  Pero es también la constatación de una esperanza que es posible en un país muchas veces solitario, la construcción de una sociedad mejor y más justa, tarea en la que hay empeñada mucha más gente de la que uno podría creer si solo se mira la superficie del agua y no su entrañable profundidad.

He tomado la decisión de ser de nuevo protagonista. De comprometerme con Bolivia en aquello que tiene de mayor dimensión, la política, afrontando el desafío de buscar un cambio profundo en un momento de inflexión que demanda poner fin a un proyecto agotado y envilecido, dispuesto a todo con tal de perpetuarse, al que hay que dar una batalla abierta y democrática, la de los valores, la de las propuestas, la de recuperar una sociedad que tiene derecho a vivir en libertad y en una nación sostenible.

Por eso, cabe hoy, desprenderme de esta columna hasta que vuelvan los tiempos de reposo y tranquilidad para volver a escribir. Hoy asumo a una sociedad que, creo, demanda mi concurso de acción comprometida.

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