Carlos D. Mesa Gisbert | UNA @ CON SENTIDO
La palabra, arma poderosa si las hay, porta ideas, prejuicios, propuestas, referentes culturales, tradiciones, sentido, intención.
Para las mujeres la conquista de su lugar en el mundo, la batalla contra el machismo y el patriarcado ha pasado, pasa y pasará también por el combate para conquistar la palabra. La lengua de la que se apropió el poder, el poder de los hombres, construyó un mundo de hombres, por hombres, para hombres.
La designación de las cosas, la que permite el habla para definir cómo se concibe y se piensa el mundo, fue masculina y el imperio de su construcción fue la perpetuación del dominio de un espacio de vida, descrito desde la mirada de los hombres que se apropiaron del poder a través del lenguaje. Fue uno de los pasos para capturar a la comunidad. La evidencia más clara de esa realidad en el ámbito del lenguaje es el plural. El artículo ‘los’ es el que abarca, desde la descripción masculina, al conjunto: los niños, los estudiantes, los seres humanos, los gobernantes, los bolivianos…
Las mujeres -era necesario- objetaron tal generalización que implicaba no sólo una presunción descriptiva, sino una caracterización de valor. En una sociedad dominada por hombres, quienes administraban su funcionamiento, dieron por obvio y categorizaron como “lógico” que la dirección del gobierno, de la industria, de la banca, de la actividad pública y, por supuesto, de la privada, a partir del hecho incontrastable generado por la tradición milenaria de los dueños de la sociedad, de que el cabeza de familia es el padre. La rebelión de la mujer se perfiló cada vez con mayor vehemencia por la demanda de que cualquier referencia, singular o plural, especificara inequívocamente algo más que la inclusión genérica, para convertirse en una precisión inexcusable. El viejo apelativo de ‘señoras y señores’, debía ser obligatorio para todo, así, exigieron que el corpus legal del Estado incorpore siempre el masculino y el femenino: el presidente o la presidenta, el ministro o la ministra… y así para cualquier cargo, sea este de referencia individual o colectiva, aunque esa duplicación sea interminable y tediosa. Tal aplicación agrede, hay que decirlo, la sencillez y la armonía de nuestra lengua. En el caso que nos atañe, la Real Academia (RAE) se ha pronunciado de manera tajante rechazando esta pretensión que daña la búsqueda de eficiencia, belleza y síntesis. En lo personal me adscribí muy rápidamente a los sensatos argumentos de la RAE, pero ya en la actividad política, me di cuenta de que en este, como en otros muchos casos, la forma es el fondo.
Lo repito, la palabra es un arma de alcance insospechado. Quien gana la batalla de las palabras tiene buena parte de la guerra ganada, y así parecen haberlo entendido las activistas que hicieron cuestión de la feminización de la lengua, en el tema concreto de hacer visible a la mujer como protagonista y centro d la sociedad y no como accesoria y subyugada, o parte de la periferia del centro copado por los hombres.
En ese forcejeo apareció el ingenio traducido en el uso de la @ como símbolo alternativo a la letra ‘a’ y a la letra ‘o’, con el objeto de afirmar que había un modo de integrar en cualquier palabra el sentido inclusivo y de igualdad. De nuevo, cuando eso ocurrió la imagen me pareció chocante. Y otra vez desde la obligación de un compromiso político, entendí que la forma debía rendirse, que la estética debía dar paso al combate por la igualdad. La @ es una reivindicación y una afirmación. En ese contexto le doy ahora la bienvenida, por encima del purismo, a pesar de mi deseo irrefrenable por la búsqueda de que las ideas que expresa el lenguaje se unan con la belleza de sus formas y sonidos.
Este es el tiempo de entender que hay causas por las que vale la pena dar pasos de forma que sean lo suficientemente claros como para establecer el compromiso por las demandas aún pendientes -y son muchas- de la agenda de las mujeres. En este caso, valga la precisión, prefiero el término mujer que el término género, debate que da para una larga reflexión en la que muy probablemente también la forma sea el fondo.