Data: marzo 11, 2014 | 20:37
columnista invitado

XAVIER JORDÁN | Ch’ila Jatun o la celebración de la derrota

ACERCA DEL AUTOR Xavier Jordán Arandia nació en Cochabamba el 23 de noviembre de 1971. Es licenciado en comunicación social por la Universidad Católica Boliviana y maestrante en educación superior por la Universidad Mayor de San Simón. Desde hace más de 13 años ejerce la docencia en las Carreras de Comunicación de ambas universidades en las áreas de teorías e historia de la comunicación, literatura y estudios culturales. Ha colaborado, a lo largo de 20 años,  con varios periódicos y suplementos locales en sus áreas culturales y ha publicado en diversas revistas especializadas.

ACERCA DEL AUTOR
Xavier Jordán Arandia nació en Cochabamba el 23 de noviembre de 1971. Es licenciado en comunicación social por la Universidad Católica Boliviana y maestrante en educación superior por la Universidad Mayor de San Simón. Desde hace más de 13 años ejerce la docencia en las Carreras de Comunicación de ambas universidades en las áreas de teorías e historia de la comunicación, literatura y estudios culturales. Ha colaborado, a lo largo de 20 años, con varios periódicos y suplementos locales en sus áreas culturales y ha publicado en diversas revistas especializadas.

Lo que me parece chistoso es que convirtamos en problema de Estado una derrota en un Festival que se caracteriza por ser el más banal, el menos representativo, el más abierto a las miserables expresiones de la mediocridad… Me pregunto si esa gran cultura de apoyar lo nuestro hace sus mismos escándalos cuando se trata de grupos de rock, de jazz, electrónicos o hip hop… A mí me parece que ese cliché de apoyar lo nuestro está reducido a ciertas manifestaciones, como el folklore, que en nuestro medio gozan de excelente salud, tienen miles de seguidores identificados con ellos y además aceptan y trafican el favor oficial…

Todo empezó una mañana radiante de sol cuando una multitud enardecida se congregó en la Plaza Principal, abajito de mi nostálgico balcón, y la Guardia de Honor escoltó el ingreso a escena del fenómeno musical del momento: Ch’ila Jatun. El show organizado por las autoridades políticas del Departamento y un medio de comunicación bastante predispuesto a la pachanga, tenía como objetivo brindar un homenaje a dicha agrupación, que como todos sabemos, perdió el Festival de Viña del Mar. Sí, putos, ya sé todo eso de que nos robaron el veredicto, que la San Basilio se dejó convencer por la paloma chilena, que los chilenos siempre ganan la pinche competencia porque están en su cancha, que nos odian porque les pedimos que nos devuelvan el mar, que nuestros “muchachos” hicieron un gran papel. Ya sé toda esa mierda. Pero en los hechos, en los anales de la historia, en el frío papel, los muchachos perdieron, como en el cacho, lo que se ve se anota. Y punto.

Acá no pondré en entredicho la calidad interpretativa ni musical de los susodichos porque no sé nada de folklore y en realidad me vale madre la mierda que escuchen mis semejantes. Por mí, si la gente es feliz metiéndose un pito por el culo y bailando a ese ritmo me importa un carajo. Lo que me parece chistoso es que convirtamos en problema de Estado una derrota en un Festival que se caracteriza por ser el más banal, el menos representativo, el más abierto a las miserables expresiones de la mediocridad (salvo aquella vez que fue Charly y sodomizó a todos), el más desesperadamente poco artístico, en fin, el más mierdoso de todos los festivales que puedan existir en esta y las próximas vidas. ¿A quién mierda le puede interesar salir primero o segundo en ese homenaje al mongolismo? A nosotros, los bolivianos. Y además hacer de esa derrota una cuestión de orgullo nacional, de homenajes cívicos, de discusiones públicas, de parafernalia mediática, de cojudez crónica. Tenemos el melodrama circulando por nuestras arterias y encima somos masoquistas. Y boludos, claro.

Si Bolívar en vez de morir solo y decepcionado, como un perro, hubiera muerto a sus 98 años, de un infarto al miocardio después de haberse despachado cuatro polvos con Manuelita Sáenz, entonces mis pelotas a que no hubiera tenido una pinche estatua, su nombre en alguna calle ni su estatus de padre de la patria porque lo mejor que le pasó a la inmortalidad del venezolano fue morir recagado por la decepción. Todos nuestros héroes son mártires: Tupac Amaru, Bartolina Sisa, Alejo Calatayud, Eduardo “El carajazo” Avaroa, las Heroínas de la Coronilla, Esteban Arze, Adela Zamudio (mártir en vida), pfff, nombre una estatua y estallará en llanto ante su memoria. Hasta “El Diablo” Etcheverry: no se lo reconoce tanto por el gol pendejo que le metió al Brasil en Eliminatorias cuando todo el País se hacía pis delgadito de la desesperación, sino porque lo expulsaron “injustamente” por haber confundido la pelota con la canilla de Lothar Mathauss. Cierta vez jugamos a ser soldaditos y perdimos el mar. ¿Qué hemos hecho entonces?: convertir ese nefasto día en una fiesta cívica. No valoramos culturalmente el emprendimiento y la iniciativa sino que celebramos, dice Octavio Paz, el estoicismo y el sufrimiento. Somos un País de telenovela.

Claro, pero si dices todo esto en público eres un criticón, un envidioso, un mal patriota, un hijo de puta. ¿Cómo no vas a apoyar con tu indignación pública que hayamos salido derrotados? ¿Cómo no vas a celebrar la amargura de haber, una vez más, sido desplazados por tus vecinos, por tus enemigos, por tus usurpadores? Los muchachos del grupo lo hicieron bien (o por lo menos es la opinión unánime de los millones de especialistas en música que constituyen la población boliviana). Ok. ¿Quién les quita eso? Nadie. Pueden andar muy felices de la vida. Pero no ganaron. Y para ser sinceros tampoco debe ser muy meritorio ganar un concurso como ese, tan marica. Tampoco es que se trate de Cosquín, ubíquense. Fue ¡Viña del Mar! Un evento que premia a los artistas con pájaros y palomas. Digo, eso le gustará a Ricky Martin o a Ricardo Arjona, pero si pierdes en esa mierda qué siempre te puede pasar. Los jatuncitos volvieron piolas del evento, los vi satisfechos, la gente acá es la que convirtió esta payasada en un drama por la reivindicación en complicidad con los medios de comunicación que son una manga de busca farándulas con niveles de formación estética iguales a los del hombre de Cromagnon.

Adelantándome a la crítica constructiva, me atrevo a plantear que fuera de invalidarme por envidioso, pernicioso y mal parido, los que se opongan a este inocente texto me van a acusar de que no apoyo lo nuestro. La pregunta será entonces ¿qué es lo nuestro? ¿Es sólo el folklore y las huayño cumbias? ¿Son los caporales y los zapateaditos? Me pregunto si esa gran cultura de apoyar lo nuestro hace sus mismos escándalos cuando se trata de grupos de rock, de jazz, electrónicos o hip hop. ¿Será que el Gobernador mandará su guardia de honor para recibir una buena participación internacional de alguno de estos géneros?. ¿Será que Unitel hará un especial de uno de estos grupos invitándolos a sus programas mientras desfilan ante ellos dos culos superpoderosos? A mí me parece que ese cliché de apoyar lo nuestro está reducido a ciertas manifestaciones, como el folklore, que en nuestro medio gozan de excelente salud, tienen miles de seguidores identificados con ellos y además aceptan y trafican el favor oficial. No seamos hipócritas en este puto nacionalismo pueblerino y mediocre y, sobre todo, no lloren –nenas- por la leche derramada. Escuchen tango, cabrones, y aprendan lo que es llorar de verdad.

Artículo originalmente publicado en el sitio oficial del autor, In-co-rectus.com, 10 de marzo, 2014
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