Data: noviembre 19, 2017 | 5:41
COLUMNA VERTEBRAL | En este laberinto, no me cabe la menor duda de que la mayor parte de los votantes no sabrá qué vota el día de la elección…

Carlos D. Mesa Gisbert | LAS RAZONES DE MI VOTO

Es necesario tomar posición ante las elecciones judiciales del 3 de diciembre de 2017, las segundas de nuestra historia realizadas para este tema y con esta modalidad. Esa posición debe emanar de dos razones.

La primera, es la forma y el fondo del proceso electoral como tal. La experiencia de 2011 demostró que es un sin sentido pretender que los ciudadanos podamos emitir un voto consciente, informado y útil para la conformación del Órgano Judicial del país. El principio teóricamente ideal de darle al pueblo la decisión de elegir directamente a sus autoridades judiciales, se enfrenta a la dura realidad. Hablamos de funcionarios de alta especialización, que deben estar al margen de la política y que no tienen como objetivo la presentación de programas de acción para ocupar sus cargos, sino, por el contrario, ser profesionales de excelencia con condiciones de experiencia e idoneidad que garantice una adecuada administración de justicia y su buen funcionamiento en cada uno de sus cargos. Con estas características en juego, es simplemente imposible que los votantes podamos formarnos una idea siquiera somera de sus capacidades por la vía de una breve “campaña” de conocimiento a través de los medios, peor aún si de lo que se trata es de ¡elegir nada menos que a cincuenta y dos personas entre titulares y suplentes de cuatro instituciones del Órgano Judicial!

En este laberinto, no me cabe la menor duda de que la mayor parte de los votantes no sabrá qué vota el día de la elección, no sabrá, por ejemplo, que una papeleta, la del Tribunal de Justicia y del Tribunal Constitucional, es de circunscripción departamental con ocho candidatos, cuatro por cada tribunal, tampoco sabrá que la otra papeleta es de circunscripción nacional con catorce candidatos por el Tribunal Agro Ambiental y diez por el Consejo de la Magistratura. Cada votante tendrá que elegir nada menos que ¡de entre treinta y dos candidatos y votar por uno de ellos en cada uno de los cuatro campos de las dos papeletas destinados a cada institución! Un rompecabezas harto incomprensible.

El 2011 con votaciones exiguas -entre 5% y 20% por cada candidato- con sólo un 40% de votos válidos y 60% de votos nulos y blancos, se posesionó a las cabezas del Órgano Judicial. Seis años después, hay unanimidad (que incluye al Presidente y al Vicepresidente) en que ha sido probablemente el peor periodo de la justicia en toda nuestra historia, por corrupción, ineptitud y sometimiento al Poder Ejecutivo.

La segunda razón tiene que ver con la decisión explícita del gobierno, a través de sus dos tercios en la Asamblea, de imponer una preselección de candidatos sin escuchar las observaciones y pedidos de la oposición. Una preselección que repitió, a pesar del celofán de calificaciones y exámenes, los mismos vicios del 2011 con el objetivo de mantener a los candidatos bajo control de las autoridades de gobierno.

Por ambas razones, queda un solo camino para expresar de manera libre y soberana nuestra decisión en esta elección, decisión que no puede ser otra que el rechazo de dos cosas: el sistema de elección y la forma en la que los candidatos han sido preseleccionados. Este rechazo busca abrir un debate para una Reforma de la Constitución que cambie la forma de elegir a las cabezas del Órgano Judicial. Pero, mientras eso no ocurra, se debe exigir una preselección plural y creíble que permita a los mejores juristas del país presentarse con la certeza de que lo que contará serán los méritos, la honradez y la excelencia.

En consecuencia, entre los caminos democráticos y constitucionales que tengo como ciudadano de a pie, está la obligatoriedad del voto, pero además el desafío de votar en un momento tan importante. La abstención, en mi opinión, no cabe por lo que está

breve en juego, ercido y completa,mente podrido (hombres y mujeres) para comenzar a enderezar y regar a un tante tendrnos una i en juego, por la necesidad imperiosa de escuchar la voz del pueblo. Quedan, por tanto y dentro del ejercicio libre de mi voto, tres caminos: el voto válido, el voto blanco y el voto nulo. Me decido por el voto nulo.

Es bueno subrayar que el voto nulo es legal, que no se suma a los votos válidos y que expresa con claridad un desacuerdo con las dos cuestiones fundamentales arriba explicadas, que invalidan esta elección como un camino para mejorar nuestro sistema de justicia. El voto blanco, a pesar de que no es el camino que yo elijo, es también una expresión de escepticismo sobre todo el proceso, que se puede considerar como una forma de expresar que no se acepta el mecanismo electoral vigente.

El objetivo último el 3 de diciembre, es expresarse democráticamente para cambiar lo que de modo probado está mal y ha llevado a la justicia a un desastre mayor -si cabe- del que teníamos antes de 2011, por lo que se requiere con urgencia lograr la genuina independencia del Órgano Judicial, sumada a la necesidad de contar con los mejores para comenzar a enderezar y regar a un árbol totalmente torcido y completamente podrido.  

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