Data: enero 8, 2017 | 17:34
COLUMNISTA INVITADO | El Gobierno ha creado una estructura institucional paralela que se caga en los gobiernos autónomos y le mete nomás, y, lo peor, que un ministro del calibre de Quintana maneja más plata que el ministro de Producción, Educación y Salud juntos. Puesto en dólares, Mi rey maneja más de 400 millones de dólares, o sea como para darles durante una década entera su respectivo bono a los discapacitados...

Diego Ayo | LOS TALENTOSOS

© Tomado de Página Siete, publicado el 8 de enero, 2017

SOBRE EL AUTOR
Diego Ayo Saucedo tiene un doctorado en Ciencias Políticas del Instituto Ortega y Gasset. Actualmente es Profesor en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), La Paz. Escribe regularmente en su blog “El Entrevistador”.
Es tambien profesor de Descentralización y Autonomías en la UMSA y en la Universidad Católica de Bolivia (UCB). Trabajó como investigador en el PNUD, fue gerente del proyecto de descentralización municipal en USAID. De investigador junior pasó a Viceministro de Participación Popular. Fue últimamente profesor visitante en la Universidad de Mc Gill, Montreal, Canadá. Ha escrito diversos textos sobre democracia y descentralización como Desafíos de la Participación Popular, Voces Críticas de la Descentralización o Municipalismo.
Es uno de los especialistas de la descentralización boliviana, atento a las dinámicas políticas y sociales que generó la Participación Popular, autor de numerosas entrevistas que han permitido un balance de ese proceso. Dirige la Fundación Vicente Pasos Kanki.
Sus publicaciones como investigador académico constituyen un aporte para el conocimiento nacional de hechos trascendentales en la coyuntura boliviana. Uno de sus recientes trabajos mediante el cual desentrañó los mecanismos de un desfalco sin precedentes a las arcas estatales, en el caso del Fondo Indígena y Campesino del actual gobierno que preside Evo Morales, le motivó insólitas represalias gubernamentales cuando las autoridades le exigieron que reescriba su libro ajustándose a los informes oficiales de una cuestionada auditoría.

Recuerdo haber participado en un programa de televisión en Palenque Televisión junto con la diputada Sonia Brito. En algún momento del acalorado debate comenté que en la gestión 2015 un 98,4% de los contratos públicos se había hecho con modalidades de contratación distintas a la de licitación pública. O sea, empezaba a hacerse regla, y no excepción, la contratación directa. No es que fuera ilegal, pero ciertamente resultaba preocupante que casi toda la plata de los bolivianos fuera transferida a quien el Gobierno viese por conveniente (y no a quien se mostrara como mejor opción en el mercado). Pero no es eso lo que me interesa apuntar. No, lo destacable fue la reacción de la diputada: «Son datos del imperio”.

Sí, lo dijo. Me fascinó, debo admitirlo. Y es que es fascinante comprobar cómo los libracos que uno lee se plasman en la realidad. Precisamente una teoría (ciertamente discutible pero interesante) postula que el primer rasgo de un proceso en vías de desmoronarse es la «diáspora” de los intelectuales. Los mejores recursos humanos huyen. Asumen una posición crítica. Piensan. Asumen la necesidad de pensar. Por eso el primer síntoma del declive de un modelo no es la caída de los precios, la persecución judicial o el amedrentamiento contra los medios. No, el primer síntoma tiene que ver con los recursos humanos. Los mejores se van y los que se quedan ya no argumentan: repiten consignas.

Y como se saben con poder, las repiten con arrogancia. Pero para que no se queden con la duda, amigos lectores, los datos no fueron proporcionados por el imperio (además aunque fuese verdad, me encantaría ahondar más en el asunto y saber si cree(n) que los datos son enviados por DHL, wapp, face, correo electrónico o sobre cerrado. Realmente me encantaría escarbar en esa materia gris).

Eso es precisamente lo que vi en un debate en Panamericana, en el que participaron Carlos Böhrt y Hugo Moldiz. Carlos fue muy certero con los datos. Mostró que Mi rey maneja escandalosos montos. Y es que sí es escandalosa la cosa.

En 2013 el PGN le otorgó 2.987.449 bolivianos. No vale creerse mucho esta cifra pues fue aumentando con los «reformulados” (el presupuesto sufre modificaciones periódicas). En 2014 el monto fue de 348.287.636 bolivianos. Ya un monto enorme que hubiese servido para darles dos años el bono demandado a los discapacitados. En 2014 su majestad recibió 3.002.216.592 bolivianos.

Que no le ponga signos de admiración, amigos míos, no significa que no esté impactado. ¿Saben lo que significan 3.000 millones de bolivianos? Pues muchas cosas: que el centralismo se ha vuelto más grosero; que el Gobierno ha creado una estructura institucional paralela que se caga en los gobiernos autónomos y le mete nomás, y, lo peor, que un ministro del calibre de Quintana maneja más plata que el ministro de Producción, Educación y Salud juntos. Puesto en dólares, el señor maneja más de 400 millones de dólares, o sea como para darles durante una década entera su respectivo bono a los discapacitados (sobrando para un año y cuatro meses más).

¿Y el 2016? Como afirmaba Böhrt, la cosa se pone más espantosa aún. Los 3.000 millones subieron a aproximadamente 3.600 millones de bolivianos. ¿Premio por hacer fugar a Wilson García Mérida, meterlo preso a León o sosegar a la Gaby? Vaya uno a saber.

Quedé por mencionar a don Hugo Moldiz. Frente a esos datos quizás lo más sensato hubiese sido callar o lo más ético mandarse algún comentarito crítico («sí, creo que es mucho”). Pero no, la respuesta fue a lo Brito. No sé si dijo que los datos eran del imperio, pero sí recordó el pasado neoliberal de Böhrt, dijo que los neoliberales no gastaban en obras para la gente y, ufa, no sé qué brillanteces más.

Me quise enojar, pero como dice la Rana René de los memes:  «alguna vez me da ganas de enojarme con los políticos oficialistas, luego me doy cuenta de que los intelectuales más promisorios ya huyeron y que queda lo que queda, y se me pasa”. Y sí, se me pasó. No sin la certeza de que esta camada de inteligentes va a dar una dura batalla, empuñando la más nociva de las armas: el dogma. Nos espera, qué duda cabe, una larga cruzada.

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