¿LAS PALABRAS NO SON BIENES PÚBLICOS?
Para lectura en móvil usar pantalla horizontal |
© Wilson García Mérida | Columna Sopa de ManíLa semana pasada saltó otro escandalete que se sumó a la andanada de actos inescrupulosos del llamado Gobierno de Transición —convertido hoy en una casa de campaña electoral “encubierta” para promover la candidatura forzada de la senadora Jeanine Añez—, al evidenciarse que algunas entidades del Estado comenzaban a usar el nombre de la sigla política “Juntos” (frente electoral que postula a la Presidenta interina para los comicios del 3 de mayo) como prefijo en slogans de gestión gubernamental: “Juntos libres de drogas”, “Juntos contra el dengue”.
Simultáneamente, el Gobierno provisional anunciaba que emitiría un Decreto para “auto-prohibirse” el uso de bienes del Estado con fines partidarios, medida absolutamente innecesaria, demagógica e hipócrita, ya que dicha prohibición está explícitamente señalada en normas con plena vigencia como la Ley Safco, la Ley Marcelo Quiroga Santa Cruz, el Estatuto del Funcionario Público y el Decreto de Normas Básicas del Sistema de Administración de Personal. Tan sólo se trata de cumplir honestamente esas normativas y punto.
En medio de la inmoral contradicción, el ministro de la Presidencia Yerko Núñez —un ex Senador del Beni que hasta entonces mantenía un digno perfil de equilibrio y ecuanimidad—, se vio obligado a emitir una “aclaración” que terminó corroborando el enredo y la confusión que hacen presa del Gobierno transitorio al tener que ocuparse todo el tiempo de “cuidar” la imagen electoral de Añez.
“Estamos hilando muy fino. Las palabras no son bienes públicos, estamos hablando de bienes públicos”, dijo el ministro Núñez con aires de filósofo y con un inquietante desparpajo. Algo así como que las palabras no son vehículos de uso oficial. El Ministro de la Presidencia intentó salir al paso arguyendo que el uso de la palabra “Juntos” en campañas de gestión gubernamental fue una mera “coincidencia”.
Es pertinente hacerle saber al Ministro que hoy ocupa el lugar del nefasto Quintana, que las palabras no sólo son bienes públicos sino también, esencialmente, legitimadoras del poder y la dominación, así como herramientas de resistencia y de contra-hegemonía. Las palabras no son un soplo de voz. No son un pedo. Las palabras son el espejo del alma, el origen de las cosas.
Hablando de la Biblia que “entró” al Palacio Quemado tras la defenestración de Morales, hay que recordarle a Yerko Núñez que el primer versículo del Evangelio de Juan reza: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”.
La candidatura impertinente y abusiva de la Presidenta interina ha convertido el Gobierno de Transición en una Torre de Babel, en la maldición de la palabra corrompida, del Verbo profanado.
A la senadora Añez, el Poder Legislativo le confirió el mandato provisional para administrar la transición de la autocracia neo-estalinista de Evo Morales hacia un régimen de libertades democráticas y de gestiones transparentes.
Dicho mandato jamás contempló que la Presidenta interina (cargo para el que no fue elegida en las urnas) desnaturalice la transición imparcial lanzándose como candidata aprovechando (y abusando) del “glamour” mediático que le otorga la accidental banda presidencial. El caso de la senadora Añez es distinto a los del Alcalde de Tarija y el Gobernador de Pando que postulan para legisladores sin renunciar, al haber obtenido su actual mandato en las urnas.
Ahora la transición ya no es entre dictadura y democracia, ahora la transición es de un régimen neo-estalinista a un régimen neo-fascista. Lo paradójico en Bolivia es que el fascismo post-evista —la otra cara de un Estado Plurinacional desprovisto de su wiphala no sólo simbólicamente—, tiene un origen y un contenido democráticos. Tiene una base social, un lugar importante en la sociedad civil; por tanto es un fascismo que merece ser tratado democráticamente, con racional tolerancia. Los causantes de esta cruel paradoja son Evo Morales y sus adulones neo-estalinistas: Quintana y los García Linera, que pervirtieron la revolución indígena y cultural con una proverbial hipocresía burguesa aferrándose al prorroguismo inconstitucional, entrando en desvergonzada contradicción con el principio indígena de alternancia en el cacicazgo del ayllu. En esa claudicación se anidó el actual régimen «transitorio».
Precisamente el bien público más damnificado por esta degeneración autoritaria del proceso de Transición, es la palabra empeñada. Añez juró que jamás traicionaría su mandato de viabilizar elecciones limpias y transparentes, que sería fiel al proceso de Transición, que nunca cometería la deshonestidad de postularse; pues lo hizo, ahora vive pendiente de las encuestas. Podría decirse que cometió un adulterio, de palabra y de facto. Luego juró que no usaría el aparato gubernamental ni sacaría ventajas con el potencial mediático de la gestión estatal para sus fines electorales; sabiendo que ello es objetivamente imposible, salvo que renuncie al mandato provisional y se habilite en su condición de Senadora, aunque parece mucho pedir.
La candidatura de Añez está causando un daño irreparable a la democracia boliviana, facilitando un monstruoso resurgir del neo-estalinismo corrupto y un re-posicionamiento estelar de Evo Morales. Ha causado un caos electoral polarizando a la sociedad en un mar de adjetivos denigrantes entre todos los frentes. Y lo peor, ha tergiversado irresponsablemente el proceso de la transición que estaba a cargo de este Gobierno, transición que debió ser un proceso festivo, transparente, de concertación social, de unidad nacional e imparcialidad electoral.
Quienes promueven y respaldan la postulación de Añez con espíritu perverso y un pragmatismo cínico, socapan esta arbitrariedad estigmatizando y descalificando como “masistas” a quienes critican esta nueva forma de autoritarismo y sectarismo. Lo mismo hacían los matones de Quintana sentenciándonos como “neoliberales” o “pagados por el imperio” a quienes cuestionábamos la inmoralidad del prorroguismo narco-estalinista.
Esfumado ya el entusiasmo épico y jubiloso de los 21 días de lucha en las calles para echar al tirano neo-estalinista, a estas alturas de una transición en manos de una fuerza electoral que para existir se agazapa al aparato gubernamental, se achica ahora el margen para dar lugar a una centralidad ética que pueda librar al país de esa sofocante bipolaridad en que se debate la política dominante, entre «masiburros» y «pititas»; entre Quintana y Murillo, entre Gustavo Torrico y Elio Montes. Tendría que haber una salida; un discurso alterno, no este carnaval de mentiras «bien craneadas».
Una vez más, la corrupción y la concupiscencia del poder han hecho del uso torcido de las palabras el arte de la simulación y el engaño.
https://www.facebook.com/wilsongarciamerida/posts/10221623603837389