El Ser o no Ser de los pueblos indígenas amazónicos en aislamiento voluntario
© Wilson García MéridaLa intangibilidad es la esencia vital de los pueblos en aislamiento voluntario. La decisión de estas comunidades que optaron por detener el tiempo y permanecer en un estadio de la edad humana que es comparable a la infancia, es inherente a la conservación de la biodiversidad del bosque amazónico…
Un Informe del Banco Mundial asegura que los pueblos indígenas en aislamiento voluntario son la mejor barrera contra la deforestación del planeta, y la prueba de ello es que la incidencia de los incendios forestales es menor en los bosques habitados por pueblos indígenas no contactados. Esto supone que la intangibilidad de los bosques y ríos protegidos incluye necesariamente a estos singulares seres humanos que son parte esencial de la biodiversidad.
Los Awá en peligro
En el Brasil existen aún varios grupos no contactados que en pleno siglo XXI están enfrentando una dura batalla por subsistir a los embates “civilizatorios”. Los Awa son uno de ellos; acaso el pueblo indígena en aislamiento voluntario más amenazado del planeta Tierra.
Los awás tienen un conocimiento muy profundo de la selva. Cada valle, arroyo y sendero está inscrito en su mapa mental. Saben dónde encontrar la mejor miel, cuáles de los grandes árboles de la selva darán frutos pronto y cuándo los animales están listos para la caza. Para ellos, la selva es la perfección: no pueden imaginar que se pueda desarrollar o mejorar más.
Como cazadores-recolectores nómadas, los awás están siempre en movimiento. Pero no vagan sin objeto, ya que es precisamente esta forma de vida la que alimenta ese vínculo fundamental con sus tierras. No pueden concebir el marcharse a otro lugar, el abandonar el hogar de sus antepasados.
“Los forasteros están llegando, y es como si estuvieran devorando nuestra selva”, dice Takia Awá. Para los forasteros –para nosotros- quedarse quieto es quedarse atrás.
La frontera siempre se está moviendo, empujada por las inquietas sociedades occidentalizadas que deben seguir avanzando hacia nuevos territorios simplemente para mantener su modo de vida.
Tal vez sea este otro tipo de nomadismo.
En los años ochenta este pueblo nómada (es decir soberano en un vasto territorio selvático en el que desarrolla sus actividades de caza, pesca y recolección de frutos según las estaciones del año) sufrió un drástico recorte de su bosque con la construcción de una línea férrea para llegar a las minas de Carajás, el yacimiento de hierro más grande del planeta.
Ferrovías de más de dos kilómetros de longitud recorren día y noche el trayecto entre la mina y el océano Atlántico, a tan solo algunos metros de distancia de la selva en la que aún viven los Awás no contactados.Cuando se construyeron los 900 kilómetros de esta vía ferroviaria, hace más de tres décadas, las autoridades contactaron y sedentarizaron a muchos Awás a través de cuyas tierras pasaba el tren. Pronto tuvo lugar el desastre en forma de malaria y gripe: de las 91 personas que conformaban una comunidad, solo 25 seguían con vida cuatro años después.
Los Awas que aún se mantienen aislados están asechados por traficantes de toda laya. El Gobierno brasileño parece haberse conmovido del riesgo inminente y anuncia que tomará medidas de protección.
Las flechas del bosque
Los arcos y las flechas, que simbolizan la existencia real de estos pueblos únicos en el mundo —el más importante patrimonio cultural de la humanidad en el siglo XXI—, son su nexo vital con el bosque. Sin arco y flechas no hay pueblos en aislamiento voluntario.
Aquellos awás que aún viven sin contacto en la selva cazan con arcos de dos metros de longitud. Las flechas, silenciosas, vuelan alto hacia las copas de los árboles, lo que les permite disparar varias veces antes de que los animales se percaten de la presencia de los cazadores. Las mujeres animan a sus maridos a que regresen con abundante carne. Y el bosque, siempre recíproco, se los dará generosdamente.
“Cuando mis hijos tienen hambre, tan solo tengo que internarme en la selva y les encuentro comida”, explica Pecarí Awá. Las mujeres animan a sus maridos a que regresen con abundante carne de caza, y los hombres les hacen caso. Aquellos awás que aún viven sin contacto en la selva cazan con arcos de dos metros de longitud. Las flechas, silenciosas, vuelan alto hacia las copas de los árboles, lo que les permite disparar varias veces antes de que los animales se percaten de la presencia de los cazadores.
Algunos awás sedentarizados han confiscado rifles a los furtivos y se han convertido en habilidosos tiradores. Pero todos los cazadores siguen contando con un arco cuidadosamente fabricado y un juego de flechas para cuando se acaba la munición.
El fracaso boliviano
En la Amazonia boliviana prácticamente ya no existen estos pueblos libres, no contactados. En más de 300 años de evangelización y capitalismo, muchos de ellos se han extinguido definitivamente y los que quedan están condenados al mestizaje, la aculturación y el “desarrollo”, que son las nuevas formas del colonialismo interno.La última etnia que aún conservaba su memoria nómada y sus prácticas selváticas, los Pacahuara, se han extinguido definitivamente tras la muerte de su solitaria heroína, Bose Yacu, en diciembre pasado.
Con la irremediable extinción de los Pacahuara, Bolivia fracasó en su precepto constitucional de priorizar los derechos territoriales de los pueblos en vías de extinción según estipula el artículo 31 de la Constitución Política del Estado.
La extinción Pacahuara
El actual Gobierno boliviano tenía todas las condiciones favorables para revertir eficazmente el exterminio de la Pacahuara desatado durante el septenio de Banzer. El artículo 31 de la Constitución —adscrito a la Declaración Universal de los Derechos Indígenas de la ONU y el Convenio 169 de la OIT— permitía repoblar el ancestral territorio indígena en Pando y experimentar en ese laboratorio de la biodiversidad amazónica un modelo revolucionario de reconstitución cultural Pacahuara que abarcaría no solamente el rescate de un idioma casi extinto, sino ante todo su propia reproducción vegetativa en términos de fortalecer la identidad étnica encarnada heroicamente por Bose y Buca Yacu.
En Brasil y Perú, si bien no existe una Constitución indigenista tan avanzada como la de Bolivia, los pueblos amazónicos en aislamiento voluntario y los que se hallan en vías de extinción son protegidos por el Estado mediante parques nacionales y santuarios de biodiversidad que garantizan el repoblamiento de pueblos disminuidos en su lucha por sobrevivir. La etnia de pescadores Enawene Nawe originaria del Mato Grosso brasileño tenía una población de tan sólo 97 individuos en 1974, a consecuencia del avasallamiento empresarial, pero la delimitación de un área de intangibilidad para su protección permitió que ese pueblo amazónico incremente su población a 500 habitantes que continúan reproduciendo su cultura y su estilo de vida sin perder ninguna esperanza de continuar siendo una nación con territorio propio, autónoma e intangible respecto al Estado «civilizado».
Lo que hizo el “Estado Plurinacional” de Bolivia respecto a la nación Pacahuara fue seguir la línea banzerista del exterminio. Se tendió un cerco prebendal sobre los pacahuaras de Puerto Tujuré, usando la imagen de estos indígenas en agonía como parte de las nuevas estrategias proselitistas, al estilo de un mero marketing electoral.