LA TUMBA SIN CRUZ DE BUSI YACU O LA RESISTENCIA PACAHUARA
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© Wilson García Mérida | Redacción Sol de Pando en Riberalta
Fotos & videos: Paul H. Alejandro García
Traducción de entrevistas a los ancianos Pacahuara: Erlin Ortiz & Roy Carmelo Ortiz
La tumba de Busi Yacu es un promontorio de tierra que no tiene cruz. Es una tumba en aislamiento voluntario, sin ninguna señal cristiana ni pompa alguna. Brota del túmulo un gajo de jazmín que al enraizarse aflorará el alma de la deidad que yace ahí. Es una tumba sin nombre, anónima, perdida en el tiempo, sin fecha, sin nada. Le llevo en vez de flores, un ejemplar del periódico que veneró su imagen en primera plana. “Aquies”, nos indica Buca Yacu, su viudo, hablando un singular y precario español de pacahuara en el que toda frase corta se convierte en monosílabo.
Busi Yacu falleció en diciembre de 2012, sin un certificado de defunción que acredite la causa de su muerte. “Antes de morir, Busi sufrió y agonizó de la misma manera en que usted encontró agonizando a su prima Toi Guadalupe, no había un médico que la asista”, me dice Erlin Ortiz Aviana, nuestro joven guía asignado por la Central Indígena de la Región Amazónica de Bolivia, (CIRABO).
Busi era hermana de Baji y Busi Pistia, las tres hijas de Papa Yacu y Cai Baji. Sus primos cruzados Buca, Toi y Maro, eran hijos de Papa Yacu y Cai Xacu. Papa Yacu era un jefe guerrero Pacahuara que llegó a Alto Ivon a fines de los años sesenta del siglo pasado, junto a sus siete hijos y sus dos esposas, las hermanas Cai Baji y Cai Xacu.
Dolorosas enfermedades y heridas, las mismas que se llevaron las vidas de Busi en diciembre 2012 y de su hermana Baji el 31 de diciembre de 2016, no parecían más que una rutina en la prolongada resistencia que este clan Pacahuara carga desde hace más de 50 años cuando ellos, niños aún, fueron arrancados de su bosque originario en Pando.
Reportaje: Sol de Pando al encuentro de los últimos Pacahuara | VIDEO
Llegando al abandono, recibidos por la solitaria dolencia
El martes 9 de noviembre el equipo de Sol de Pando llega a la mancomunidad Pacahuara —en territorio Chacobo— conformada por las comunidades de Cachuelita, Motacuzal, Alto Ivon y Puerto Tujuré. Encontramos que dos de los últimos cuatro pacahuaras originarios que sobreviven en este rincón de Bolivia, Maro y Toi Guadalupe, agonizaban retorciéndose de dolor, con una fiebre infernal en plena selva tropical. Los otros dos, Buca y Busi Pistia, tenían heridas inflamadas en sus cuerpos que nunca fueron curadas por ningún médico.
Gracias a la intermediación del antropólogo Wigberto Rivero, habíamos organizado nuestra incursión periodística en coordinación con la regional de la CIRABO en Riberalta, para ir recogiendo en el camino a los miembros de la familia Yacu y líderes del clan, con el fin de reunirnos todos en Puerto Tujuré.
En la primera parada, Cachuelita, encontramos a Maro Yacu postrado en su hamaca con un dolor intestinal reflejado en la palidez de su rostro; no podrá asistir a la entrevista comunitaria, sus dos hijos lo representarán, suben al auto que contraté en la ciudad.
En Alto Ivon recogemos a Rabi Alberto Chávez Yacu, el Capitán Grande de la comunidad que nos seguirá en su moto, y a su tío Buca Yacu, el patriarca.
Apenas sube Buca al auto, con un tono de reclamo en su voz nos avisa que sus hermanos están enfermos. “Sí” —le digo—, “acabamos de verle al Maro”. —“También está enferma la Toi Guadalupe, le duele el estómago”— aclara, señalando con su dedo índice el camino a Puerto Tujuré, allí estaba ella. Buca viste una polera blanca con la foto de un candidato para Alcalde estampada en el pecho, se la regalaron durante la campaña electoral del pasado año. (Con esa misma ropa irá a Riberalta para internarse tras nuestra visita). “Tío, las elecciones ya han terminado, tu candidato ha perdido” le dice bromeando, en lengua pacahuara, uno de los jóvenes que recogimos en Motacuzal, y todos ríen con inocente alegría, incluso Buca. “Es la única ropa nueva que tiene”, me informa Erlin Ortiz.
En Puerto Tujuré, nos esperan los demás miembros del clan a la cabeza de Busi Pistia, la menor de los Yacu. Busi Pistia es la que sobrevive entre las tres hijas de los extintos Papa Yacu y Cai Baji. Las otras dos eran Busi, la mayor, que murió en 2012, y Baji que falleció en 2016. “Pistia” significa “la más pequeña”, equivalente a algo así como “junior” en la cultura occidental, según una explicación didáctica de Wigberto Rivero.
Los hermanos Buca, Maro y Toi Guadalupe —hijos de Papa Yacu y Cai Xaco—, son primos cruzados de Busi, Baji y Busi Pistia. Como ya dijimos, Papa Yacu, llamado Paë, era aquel jefe guerrero Pacahuara que —junto a sus esposas Cai Xaco y Cai Baji, ambas hermanas— fue “relocalizado” de Pando al Beni con su toda familia, a fines de los años sesenta. Fueron literalmente secuestrados por un evangelista norteamericano llamado Gilbert Prost.
El sistema de identificación personal del Estado Plurinacional adulteró los nombres originarios de los sobrevivientes Pacahuara en sus cédulas de identidad, imponiéndoles a todos por igual (primos y hermanos) los apellidos paterno y materno “Yaque” y “Chao”, con fechas de nacimiento arbitrarias que no corresponden a sus edades reales. Aunque nacieron en el departamento de Pando (provincia Federico Román), el Estado les cambió el lugar de nacimiento registrándoles en los kárdex del Servicio General de Identificación Personal (Segip) como nacidos en la provincia Vaca Diez del departamento del Beni.
Cuando realizamos la evacuación de Maro y Toi Guadalupe a Emergencias del Hospital de Riberalta, tuve en mis manos aquellas cédulas de identidad con sus datos biométricos adulterados. También pude ver el documento de Buca cuando le tocó internarse para someterse a la extirpación quirúrgica de un fragmento de tronco que tenía atravesado en el empeine durante dos años. El Estado ha borrado oficialmente todo vestigio de la identidad bosquímana de este pueblo. La ocupación/profesión que consignan en el carnet de Buca Yacu es: “Agricultor”.
Así evacuamos a Toi Guadalupe | VIDEO
El relato de Buca Yacu, un inédito testimonio histórico
El 9 de noviembre Buca nos contó la historia de su pueblo desterrado, develó el origen del drama que arrastra este pueblo desde el momento en que fue arrancado de su bosque originario situado en la provincia Federico Román de Pando. “Pasé mi niñez en ese bosque que está a orillas del río Negro, andaba desnudo con los otros niños subiéndonos a los árboles, nadando y jugando todo el tiempo”, recuerda.
Hace más de 50 años, habían sido relocalizados forzadamente hacia una reducción evangélica en el Beni —Alto Ivon— donde fueron obligados a transformarse en devotos campesinos agrícolas, sobreviviendo en parcelas cada vez más reducidas, obligados a abandonar su cultura bosquímana de pueblo en aislamiento voluntario, pueblo de flecheros, de cazadores, pescadores, recolectores de siringa y castaña, nacidos para vivir su vida en un espacio territorial irrestricto.
En Pando, hace medio siglo, los Pacahuara estaban librando las últimas batallas de una intensa guerra contra el avance exterminador del extractivismo. En medio del sangriento genocidio, fueron capturados por un pastor protestante norteamericano que andaba a la caza de “especies en extinción” para domesticar a esos “salvajes” —abandonados de la mano de Dios— en su iglesia evangélica de Alto Ivón. Los indígenas que cayeron en su red lo llamaron “Papa Quëro”, algo así como “el extranjero que nos maneja”. Era Gilbert Prost, un pastor fundamentalista que había llegado a Bolivia en los años 50 con una misión del Instituto Lingüístico de Verano (ILV).
Fue en 1968. Buca era un niño de ocho años cuando fue arrancado de su bosque en Pando, junto a sus padres, sus hermanos y sus primas cruzadas, mientras se producía una masacre que exterminó a los otros clanes, a tiro de bala. “A nosotros nos agarró Papa Quëro llevándonos a la otra orilla del Rio Negro”, narra hablando en su lengua pacahuara, que Carmelo y Erlin Ortiz traducen con emotiva diligencia.
Usando un intérprete chacobo llamado Caco Morán, el norteamericano secuestró al padre de Buca, Papa Yacu, obligando a sus dos esposas y los hijos a correr tras él. Así recuerda aquel instante:
“Papa Quëro agarró a mi padre y al ver que mi padre estaba en su poder, nosotros tuvimos que seguir detrás de él. Nos retuvo tres días en la otra orilla del rio Negro, allí nos construyó una casucha donde nos traía alimentos para mi madre, mi tía y los otros niños. A los tres días volvió a cruzar el rio Negro para buscar más pacahuaras, les encontró pero no los pudo atrapar porque eran más ariscos que nosotros, no se dejaron, le pegaron y volvió todo arañado. Ya no hay nada que hacer aquí, nos dijo, vámonos, dijo. El gringo nos decía que allá la gente piensa mejor, vámonos, aquí van a morir si van seguir peleando, vámonos, allá van a pensar mejor, van a iniciar una nueva vida, más tranquila, nadie les va a molestar. Después llegó una avioneta con Guido Prost, el hermano de Papa Quëro, y se llevaron a Papa Yacu y a sus dos esposas para Alto Ivon. Los hijos nos quedamos esperando en el rio Negro, vigilados por Papa Quëro. Luego de una semana nos recogieron a todos. De esa manera Papa Quëro nos trajo aquí”, relata el patriarca Pacahuara.
Buca denuncia que en esa coyuntura su pueblo en aislamiento voluntario ya estaba casi totalmente extinguido, consumándose una masacre que acabó físicamente con los principales jefes guerreros Pacahuara, quienes, con sus flechas envenenadas, defendían su bosque de unos invasores madereros y gomeros, tanto bolivianos como brasileños, que los perseguían matándolos a balazos. Casi todos huyeron al Brasil, refugiándose entre sus parientes del pueblo Caripuna, en Rondonia.
Gilbert Prost aprovechó la masacre como un pescador sacando ganancia en río revuelto. Ya en ese momento, los últimos sobrevivientes de la masacre eran Buca y su familia. Entre las víctimas se hallaban sus abuelos, una tía suya y dos primos. Así lo testimonia:
“De esa matanza me acuerdo un poco. No recuerdo bien si eran mis tíos o mis primos. Mi abuelo se llamaba don Chuna, lo mataron a balazos, no supe si eran bolivianos o brasileños los que disparaban, y mataron a mi tía que se llamaba Busi también. Éramos quince en mi familia, mataron a cinco: Chuna el abuelo de madre, Buca el abuelo de padre, la tía Busi, Cana y Capëtë. (…). Llegamos vivos a Alto Ivon: Papa Yacu, Cai Xacu, Cai Baji, Chuna hijo, Busi hija, Baji hija, Busi Pistia, Toi, Maro y yo”.
Desde entonces ya no quedan más Pacahuara en el todo territorio boliviano, más de aquellos que se hallan desterrados en Cachuelita, Matacuzal, Alto Ivon y Puerto Tujuré; no existe otro lugar en el planeta donde aún se hable oficialmente el idioma pacahuara como tal. Buca no conoce más pacahuaras que los que viven con él. “Dicen que todavía tengo paisanos y familiares en Pando, yo nunca más los he vuelto a ver. Una vez me llevaron a Cobija pero no me dejaron volver al río Negro para encontrarme con otros pacahuaras, quería ir a buscarlos pero no me dejaron, no se pudo…”.
Busi Pistia, un diagnóstico inesperado | VIDEO
El fracaso de una utopía etnocida
El norteamericano soñaba instaurar un modelo judeo-cristiano del paraíso terrenal, casi al estilo de los menonitas, habitado por devotos indígenas profiriendo parábolas bíblicas en sus lenguas nativas, ordeñando vacas y cultivando hortalizas, con la bendición y el financiamiento de USAID. Prost había concebido una utopía neocolonial, funcional a los propósitos etnocidas del extractivismo en ascenso.
Buca Yacu recuerda que Gilbert Prost le temía a Papa Yacu, no logró evangelizarlo ni pudo obligarle a abandonar sus costumbres selvícolas, como hizo con los chacobos. “Papa Quëro nos dejó en Tujuré y se fue a Alto Ivon, nunca más lo volví a ver”, me cuenta el patriarca Pacahuara.
Las mujeres del clan Yacu seguían caminando desnudas, con los senos al aire, con el septo nasal embelleciendo sus rostros, y sus cantos animistas desafiando a la moral cristiana que reinaba en el lugar. Era como si nunca hubiesen salido de su bosque a orillas del rio Negro, en Pando; pero estaban ahí, desterrados en Riberalta, a cientos de kilómetros de su tierra natal. Eran el persistente pueblo en aislamiento voluntario, resistiendo el embate etnocida, aferrados a su identidad guardiana del bosque.
Ninguno de ellos aprendió a rezar. Le pregunto al traductor Carmelo Ortiz si Buca puede recitar el Padre Nuestro en lengua pacahuara, Buca se niega a hacerlo. “No sabe”, afirma Carmelo. Una poderosa fuerza irreductible borró de la escena a Gilbert Prost.
Busi y Buca, el amor prohibido que pervivió
En 1985, el Gobierno boliviano expulsó del país al Instituto Lingüístico de Verano y por tanto Gilbert Prost volvió a Estados Unidos.
Buca Yacu, ya un joven maduro de 25 años, había contraído nupcias con su prima-hermana Busi Yacu, mayor que él. El predicador norteamericano no estaba ahí para satanizar esa práctica endogámica que es un rasgo esencial de varios pueblos amazónicos en aislamiento voluntario, vigentes aún en Brasil.
Prost abolió entre los Chacobo el matriarcado de las suegras (uxorilocalidad) y el matrimonio de primos cruzados; para el norteamericano esas prácticas eran un pecado mortal ante sus fanáticos ojos; pero persistieron entre los Pacahuara en pleno destierro, hasta que Busi Yacu murió…
Continuará
SOL DE PANDO IMPRESO | La historia de un etnocidio
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