Data: diciembre 1, 2018 | 23:29
ES LA PRAXIS POLÍTICA POR EXCELENCIA | La palabra sirve para constatar nuestras diferencias con otras voces y para asumir el conflicto que se desprende de esa distancia...

Jorge Komadina Rimassa | TOMAR LA PALABRA

© Publicado originalmente en La Razón, 28 de noviembre, 2018

Es la praxis política por excelencia. Hacer política es hablar para otros desde uno mismo, desde nuestras emociones y razones. Y si es de manera imprevista e intempestiva, tanto mejor. “Hacer” política es entrar en un concierto de voces para interpretar un acontecimiento, contradecir, apoyar, polemizar, argumentar o solo para decir esto: “existo”.

La palabra sirve para constatar nuestras diferencias con otras voces y para asumir el conflicto que se desprende de esa distancia. La palabra despierta cuando somete a la doxa a una intensa crítica, cuando pone en evidencia lo “no-dicho”. La palabra se duerme cuando se convierte en un mantra, en un signo del consentimiento, en un suspiro. Hoy, la toma de la palabra en las redes se ha convertido en un componente estratégico de los procesos políticos, sobre todo porque permite hablar a los individuos que carecen de afiliación sindical o partidaria. Han vuelto anacrónica la idea tradicional del militante que actúa siempre al interior de un partido, cediendo su opinión a la movida táctica. Su estructura rizomática, sin centros ni jerarquías, provee nuevos formatos de participación política. Las críticas o respaldos a los gobiernos comprometen. Conducen a la toma de posiciones.

En las redes circulan mensajes insultantes, irónicos, fragmentarios, divertidos o denigrantes, pero siempre están cargados de una gran emoción que genera cadenas de contigüidad y empatía. Su impacto de mayor calado puede ser la transformación de las relaciones entre los ciudadanos y los poderes públicos, prescindiendo de las tradicionales mediaciones partidarias, sindicales y gremiales.

Las redes constituyen un territorio político muy diferente del espacio público moderno que se caracterizó, al menos como un ideal, por el intercambio argumentado de ideas para generar consensos. A través de estos cibermensajes no se pretende (creo) dialogar con opiniones contrarias para construir consensos; aunque existen las polémicas, su efecto más importante es expandir grupos de afinidad política y “viralizar” mensajes con carga emocional.

No quiero pecar de ingenuo. En el ciberespacio también circulan, profusa e impunemente, las verdades alternativas, las cuentas falsas, los trolls y la guerra sucia. El discurso se fragmenta, se vuelve infantil, grotesco, violento. Los expertos pueden inducir ciertas opiniones a través de la “viralización” de los mensajes.

La toma de la palabra y el debate no instauran por sí mismos la verdad. Nuestras opiniones nunca son ecuánimes. No podemos abolir nuestras pasiones e intereses. El debate no puede fundar una ética política, dice Chantal Maillard. Finalmente, nuestras opiniones son frágiles y contingentes. Qué importa, las palabras entrecruzadas nos ayudan a comprender los límites del pensamiento y la ausencia de una verdad absoluta.

Komadina

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