Data: julio 12, 2019 | 10:29
JORGE KOMADINA RIMASSA | La violencia contra la mujer es un dispositivo del poder masculino para conservar las posiciones de poder y prestigio de los hombres tanto en la esfera privada como pública...

MOMENTO DE OSCURIDAD

Fragmento editado de «El Grito», cuadro de Edvard Munch. | Fotoshop Sol de Pando

© Publicado originalmente en La Razón, 11 de julio, 2019
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Un “momento de oscuridad en la sociedad”, así puede definirse el concepto de anomia que elaboró Durkheim hace más de un siglo para explicar los desajustes provocados en Europa por el tránsito del viejo orden a la sociedad industrial. No obstante, hay que cuidarse de interpretar esa palabra en un sentido literal pues no involucra la ausencia absoluta de Ley, es más bien sugerente interpretarla como un conflicto cultural y político estructural. Tengo la sensación de que actualmente vivimos en nuestro país un momento anómico expresado en una diversidad de síntomas: la ola de crueles feminicidios (69 muertes en lo que va del año) y violaciones, el incumplimiento de las normativas (desde la Constitución hasta la Ley 348), el abuso de autoridad, la corrupción estructural, el narcotráfico, y la pérdida de sentido de los discursos políticos.

Con el correr del tiempo la noción de anomia se volvió anticuada y gelatinosa pero pienso que aún conserva ciertas bondades analíticas; provoca, en todo caso. La anomia sería el síntoma (más que una explicación causal) de un cambio de época que no sólo involucra transformaciones políticas de corta duración, es un conflicto social más o menos permanente entre valores, sensaciones, identidades y modos de comportamiento antagónicos.

Así, en el caso de la violencia contra la mujer y el feminicidio, las normas, instituciones y creencias de la sociedad patriarcal han sido alteradas por el empoderamiento de las mujeres que conciben su libertad, su vida cotidiana, su trabajo y sus cuerpos desde su propia autonomía, es decir desde su propia norma. Lo emergente colisiona con la tradición. Esta indetenible rebelión de los imaginarios y los símbolos, incomprensible para muchos hombres, y por tanto rechazada por ellos, ha sido respondida por medio de la violencia más cruel y perversa que pueda imaginarse: los hombres perciben que se ha escapado su control de los cuerpos de las mujeres y por tanto, al no aceptar esa autonomía, matan y violan.

El sistema patriarcal ha sido seriamente fisurado (aunque no está completamente desmontado) y ha dejado de organizar el sistema de significaciones colectivas; es decir, en la medida que involucra el conjunto de las relaciones sociales, constituye un problema que atañe no solo a los tribunales sino a toda la sociedad. Es la naturaleza de los lazos sociales lo que está en juego. Los movimientos populistas conservadores y la mayor parte de las comunidades religiosas han percibido ese quiebre simbólico como una amenaza a la cohesión social y pretenden mantener o restablecer los valores patriarcales tradicionales, son en puridad reaccionarios pues quieren volver al pasado. En ese contexto, la violencia contra la mujer es un dispositivo del poder masculino para conservar las posiciones de poder y prestigio de los hombres tanto en la esfera privada como pública.

La anomia surge y se despliega en un momento histórico-cultural donde los roles e identidades asignados durante siglos a los géneros masculino y femenino se han hecho astillas y no pueden ser recompuestos. Y puede ser interpretada también a la inversa como el síntoma psicológico y sociológico de una sociedad que atraviesa un doloroso proceso de transición de una época a otra donde el mundo femenino ocupará el lugar que reclama, desea y espera: un devenir Otro.

Komadina

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