HUGO BURGOS | Amazonia y pensamiento mágico
Ahora que se ha exaltado con razón el paradigma del realismo mágico en literatura, vienen a la mente las nociones de otro como sería el pensamiento mágico o sobrenatural de las antiguas naciones amazónicas de Sudamérica. Sería el inglés Sir James Frazer en mil páginas de la Rama Dorada, 1890, que viniera a sistematizar un juego de principios no racionales que usaban los pueblos de todas las latitudes para activar su creencia en un mundo sobrenatural, por quienes no disponían de una explicación científica.
Frazer explicó el aparentemente abigarrado mundo de la magia inserto en la cultura, clasificándola en «magia homeopática y magia contaminante». El inglés sin embargo no trató el pensamiento existente en las culturas amazónicas, su mundo sobrenatural. Los aborígenes habían tomado la magia como una pseudociencia que servía para curar enfermedades, hacer el daño o tomar venganza para salvar a su pueblo.
Uno de los elementos de su pensamiento es la institución del «chamanismo», infaltable intermediación entre los espíritus y la gente común. El «curador» o chamán es un intermediario que tendrá que seguir una escalera de aprendizaje y alcanzar conocimiento para seguir un ritual, emboscar al enemigo, acaso matarlo, cortar su cabeza como trofeo, convertirla en «tzantza» y hacer la fiesta de la misma, acto que ha sido defenestrado como falsedad pese a la afirmación de autores serios, Harner, Karsten y otros. El arma habría sido unos dardos mágicos que acaso fueron enviados en los sueños. Es definitivo el uso de tres plantas la «ayahuasca» (bejuco de las almas), el «huantug» y el tabaco. La primera contiene el alucinógeno o alcaloide (harmina o harmalina) llamado «banisteriopsis» en un vino visionario que trasladará la vida real al mundo a colores de los sueños.
Lo último es el poder que habrá adquirido el chamán, creyendo la gente que podía convertirse hasta en un animal y que sus poderes son los poderes de la naturaleza, de animales, del sol, de las energías básicas del universo, poderes asumidos para salvar a otros humanos de la enfermedad y la muerte, proveerles de fuerza en la vida diaria, y vivir en armonía con la naturaleza. Naciones antiguas como Cofanes, Seona Secoya, Cocamas, Omaguas, etc., trascendieron con el chamanismo.
Los Quijos en 1603 creían que las erupciones del volcán Sumaco era producido por diablos llamados «sinsedeque», alaridos que se escuchaban desde lejos. El jesuita Rafael Ferrer (1603) no estaba equivocado cuando en cartas informaba que al voltear un cerro de Baeza, se encontró con espantable monolito donde se había tallado cuatro tigres con uno enorme en el centro. Escribía que al fin el Señor le daba oportunidad de vencer a Satanás, cuando arrojaban al abismo sus desechos, en el Santuario de los Otorongos.
Artículo publicado originalmente por El Comercio de Quito, 26 de abril, 2014
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