Data: marzo 12, 2013 | 17:24

El pensamiento libertario de Coco Manto

HOMERNAJE A COCO MANTO Por Ramón Rocha Monroy Mañana, cuando nuestros nietos escriban la biografía de Jorge Mansilla Torres (Llallagua, 1940), probablemente hagan uso de este título: "El Coco era una fiesta". Lo recordé cientos de veces al leer su último libro: "Breverías. Aforismos bolivianos a más no joder", y me lo imaginé viajando en el Metro, riendo solito mientras devora distancias en el vientre del DF, como un cascabel en reposo o un mosquito nominalista, pues es también un hervidero de travesuras verbales y un cirujano que hace cosquillas a las palabras y las obliga a confesar sus anécdotas más divertidas. Claro, hay el peligro de la reducción y la manía de la clasificación entomológica que nos hace sentir tranquilos al reducirlo a humorista, cuando es un poeta mayor y un ciudadano andino de esa patria universal que fundaron Quevedo, Rabelais, Wilde, George Bernard Shaw, Ramón Gómez de la Serna, Julio Cortázar y Guillermo Cabrera Infante. Sus "Breverías" son (¿hay que decirlo?) un homenaje expreso a las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna, pero esa deliciosa manía de retorcer las palabras para obligarlas a escupir todos sus heterónimos, parece un avatar de Bustrofedon, el personaje que encarnó la habilidad mayor de Guillermo Cabrera Infante para retorcer las palabras y obligarlas a escupir, etcétera. Coco Manto es un poeta universal aun siendo tan boliviano y provinciano como cualquiera de nosotros; quizá por eso muchas de sus breverías tienen el ajayu andino de la metafísica popular. Trazados estos paralelos, siento, sin embargo, que no he conseguido completar su retrato, porque he omitido rasgos de primera magnitud: su vena política, su conciencia social, su apostólica sencillez que sabe reír a costa de sí mismo y su franciscana generosidad. En la contratapa del libro que compré y devoré ayer hay el principio de una revelación sobre este petiso engendrado entre las mejores cepas de altura: en México publicó unos 10 mil epigramas en el diario Excelsior. Lo recuerdo muy bien, porque había un anciano periodista de apellido compuesto (¿era Campos y Sánchez?) que resumía con gracia la noticia del día en un epigrama de cuatro versos (diríamos un "aro" de cueca). Este señor se enfermaba a veces y tenía que internarse en el hospital por semanas; sin embargo su columna tan buscada seguía saliendo. Era Coco Manto, que suplía al viejo colega sin divulgarlo, sin consultarle siquiera y con la mayor reserva. Cuando se aliviaba y volvía a la faena, sus ojos se iluminaban al ver en la redacción a Coco, el Caballero de la Breve Figura, y entonces se saludaban que era un contento. Campos y Sánchez (¿se llamaba así?) decía: "Qué pasó, mi Cocolega", y el Coco le contestaba: "Pos nada, mi Cuatedrático". El anciano pasó a mejor vida y el espacio en blanco que dejó lo asumió el Coco, aunque hacía varios años que escribía sus propios epigramas en la edición vespertina. ¡Qué asombrosos eran los encuentros verbales entre Coco Manto y Ricardo Pérez Alcalá! Parecían dos pilas voltaicas generando una cascada chisporroteante de frases felices. Cierta vez Ricardo nos reunió para festejar su cumpleaños, y la suerte me deparó una silla en la mesa que compartían Coco, Ricardo y Eduardo Manzano, nada menos que uno de Los Polivoces. Reíamos tanto que el embajador boliviano –un vendedor de seguros despoblado de neuronas, frío y estirado como un cadáver—pidió que compartiéramos. Y entonces Eduardo Manzano se mandó una de las rutinas más desopilantes que mis castos oídos hayan oído jamás en labios de un cómico de la legua.

HOMENAJE A COCO MANTO
Por Ramón Rocha Monroy
Mañana, cuando nuestros nietos escriban la biografía de Jorge Mansilla Torres (Llallagua, 1940), probablemente hagan uso de este título: «El Coco era una fiesta». Lo recordé cientos de veces al leer su último libro: «Breverías. Aforismos bolivianos a más no joder», y me lo imaginé viajando en el Metro, riendo solito mientras devora distancias en el vientre del DF, como un cascabel en reposo o un mosquito nominalista, pues es también un hervidero de travesuras verbales y un cirujano que hace cosquillas a las palabras y las obliga a confesar sus anécdotas más divertidas. Claro, hay el peligro de la reducción y la manía de la clasificación entomológica que nos hace sentir tranquilos al reducirlo a humorista, cuando es un poeta mayor y un ciudadano andino de esa patria universal que fundaron Quevedo, Rabelais, Wilde, George Bernard Shaw, Ramón Gómez de la Serna, Julio Cortázar y Guillermo Cabrera Infante.
Sus «Breverías» son (¿hay que decirlo?) un homenaje expreso a las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna, pero esa deliciosa manía de retorcer las palabras para obligarlas a escupir todos sus heterónimos, parece un avatar de Bustrofedon, el personaje que encarnó la habilidad mayor de Guillermo Cabrera Infante para retorcer las palabras y obligarlas a escupir, etcétera. Coco Manto es un poeta universal aun siendo tan boliviano y provinciano como cualquiera de nosotros; quizá por eso muchas de sus breverías tienen el ajayu andino de la metafísica popular.
Trazados estos paralelos, siento, sin embargo, que no he conseguido completar su retrato, porque he omitido rasgos de primera magnitud: su vena política, su conciencia social, su apostólica sencillez que sabe reír a costa de sí mismo y su franciscana generosidad. En la contratapa del libro que compré y devoré ayer hay el principio de una revelación sobre este petiso engendrado entre las mejores cepas de altura: en México publicó unos 10 mil epigramas en el diario Excelsior. Lo recuerdo muy bien, porque había un anciano periodista de apellido compuesto (¿era Campos y Sánchez?) que resumía con gracia la noticia del día en un epigrama de cuatro versos (diríamos un «aro» de cueca). Este señor se enfermaba a veces y tenía que internarse en el hospital por semanas; sin embargo su columna tan buscada seguía saliendo. Era Coco Manto, que suplía al viejo colega sin divulgarlo, sin consultarle siquiera y con la mayor reserva. Cuando se aliviaba y volvía a la faena, sus ojos se iluminaban al ver en la redacción a Coco, el Caballero de la Breve Figura, y entonces se saludaban que era un contento. Campos y Sánchez (¿se llamaba así?) decía: «Qué pasó, mi Cocolega», y el Coco le contestaba: «Pos nada, mi Cuatedrático».
El anciano pasó a mejor vida y el espacio en blanco que dejó lo asumió el Coco, aunque hacía varios años que escribía sus propios epigramas en la edición vespertina.
¡Qué asombrosos eran los encuentros verbales entre Coco Manto y Ricardo Pérez Alcalá! Parecían dos pilas voltaicas generando una cascada chisporroteante de frases felices. Cierta vez Ricardo nos reunió para festejar su cumpleaños, y la suerte me deparó una silla en la mesa que compartían Coco, Ricardo y Eduardo Manzano, nada menos que uno de Los Polivoces. Reíamos tanto que el embajador boliviano –un vendedor de seguros despoblado de neuronas, frío y estirado como un cadáver—pidió que compartiéramos. Y entonces Eduardo Manzano se mandó una de las rutinas más desopilantes que mis castos oídos hayan oído jamás en labios de un cómico de la legua.

La mediocridad es el arte de no tener enemigos.

***

A los indios les dicen raza de bronce para seguir fundiéndolos.

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Las cosas están mal, pero todavía estamos a tiempo para que se pongan peor.

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Mi país es perfecto porque ya nadie lo puede mejorar.

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El nombre científico de la chicha es H2-k’aj.

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Esa cholita paceña estaba deslumbrante, ¡despampa… jasi!

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Oruro es una ciudad de una sola Entrada.

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La ciudad de Sucre ya no es loquera.

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Ojalá la muerte vieniera de Tarija, para que llegue tarde.

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La Llajta y sus lados francés e inglés: «Levuá invitar» y «Leydi invitar»

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Abaroa tuvo un final del carajo.

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Hay que defender la coca aquí, allá y ¡acullicá!

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El ateismo no tiene cura.

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El sirwiñacu es un matrimonio en anticrético: un año gozoso y otro voluntario.

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En el matrimonio gastamos el doble y nos divertimos la mitad.

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Si yo fuera reloj, perdería el tiempo.

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Los fumadores son humo sapiens.

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Lo único que detiene la caída del cabello es el suelo.

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Chile se opone a Bolivia a toda costa.

***Página 2

El periodismo boliviano ya no tiene Presencia.

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El periodismo es la enfermedad laboral del alcoholismo.

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Dado su tamañito, Banzer era un dictador-suelo.

***

Y el Goni se hizo gas…

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Más vale solo que MIR acompañado.

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La zampoña no se deja tocar por cualquiera, la flauta sí.

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El viento logra su doctorado en la zampoña.

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El Vaticano y la Reforma Agraria se parecen porque en 50 años produjeron cinco papas.

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Todos los cominos conducen aroma.

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El pimentón es un locoto sin personalidad.

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Cuando Jenny Cárdenas canta Ricardo Calla.

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Era tan chiquita que no le cabía la menor duda.

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El gas es una mezcla de propano, etano y butano que nos quieren quitar zutano, mengano y perengano.

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Un árbitro sin pito es del otro equipo.

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Un negro en la nieve es un blanco perfecto.

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El quirquincho es un tatú ya armadillo para ser charango.

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