Carlos D. Mesa Gisbert | UN SOLILOQUIO
Narrar, recrear, recomponer el mundo desde la ficción anclado en la historia es lo que busca mi novela “Soliloquio del Conquistador”. Quizás un fragmento de la obra ayude a retratar su espíritu:
“De las vidas de los humanos se habla mucho y casi siempre se enlaza en ellas una palabra: condena, ¿qué condena? La de los milenios del tabú transgredido, pero también la del Puma que sale del lago y la del Cóndor que baja del cielo a pelear. Todas las historias, las leyendas, los mitos y las vidas de hombres y dioses son una pelea interminable. En México, en los colores de las plumas verde esmeralda de la Serpiente y las marrones y blancas del Águila. Aquí en el Perú, bajo las garras y las fauces del Puma y las plumas renegridas del Cóndor. Dioses-animales y hombres. Una batalla interminable, una sola batalla de sangre y un solo amor entrelazado de pasión y sudor, sin límites morales, envueltos en un destino trágico. Sangre y semen son, finalmente, la constante que une a los seres humanos una y otra vez.
Si quieres repetir la aventura, si quieres mirar la misma agua y ver tus ojos en el mismo círculo y llevar hasta la eternidad tu felicidad o tu dolor, no tienes más que dejarte llevar, porque eres parte de esta cadena, un eslabón como esos aros que hace el agua cuando el viento arrecia sobre su superficie.
¿Te das cuenta de que la palabra condena tiene siempre un sentido religioso, el de un Dios duro como la roca? “Los condenados en la tierra”, “los condenados que no accederán al cielo”, “los condenados al infierno”. La palabra condena es trascendente como todos los pensamientos profundos. Como la mayoría de los personajes de las grandes tragedias humanas que parecen obligados a seguir inexorablemente la ruta de su destrucción. Condenados por el amor y el poder, pero condenados y salvados para desaparecer juntos en un abismo, cualquiera que este sea. Condenados porque casi todos los dioses premian y castigan. Para que haya premio y castigo tiene que haber virtud y pecado. Si hay pecado hay culpa, si hay pecado este debe redimirse, perdonarse, limpiarse. Si hay culpa hay arrepentimiento. Por eso, condena, pecado, culpa, arrepentimiento, redención y salvación, son una sola cosa en la mayor parte de esta desamparada tierra que habitamos.
Avanzamos en nuestras vidas en medio de un laberinto de agua y rocas como el Minotauro, sin saber qué encontraremos en la próxima vuelta, detrás de cada mole, delante de cada muralla que es física y personal. La de cada uno. Sólo el agua primigenia te puede salvar, un agua profunda y adivinada y una roca gris gigantesca que te acerca al cielo.
Quisiera no mirarte y enamorarme otra vez del color que acompaña tu cuerpo. Un rojo intenso y una sombra azafranada tiñen tu espalda. Es el sol… Me imagino que te sientes sola. Pero estoy aquí contigo, Marina. Poco de lo que quisiste para ti y para nuestro hijo del alma se cumplirá. Vuelvo a tu rostro y recuerdo que la soledad tiene hondo sentido, porque se construye igual en otras circunstancias.
El Cóndor descenderá cuando el Emperador hijo del Sol, un astro que acerca como otras tantas cosas a mexicanos y peruanos, defienda sus dominios contra los nuestros. Descenderá cuando lleguemos los europeos y verá la derrota del Emperador y el dominio de Castilla. Descenderá en medio de las brumas de mi mente que debe estar alerta más que nunca para esta tarde que compartiremos como testigos. El Puma y el Cóndor derrotados por nosotros llevarán en sus movimientos la renovación de una historia y una tradición y un triunfo sobre España, el más poderoso imperio que jamás haya existido sobre el planeta hasta hoy, la España de Don Carlos.
Pero de algún modo condenados, ya no podemos decir como antes: amada o amado, porque la palabra se hace un eco y rebota una y mil veces en las rocas gigantescas y se pierde en algún recodo de este camino de agua que, sin embargo, refiere a la base de una gran montaña, al lago azul y al cielo frío y al agua helada que serán parte del escenario de la historia que viviremos ahora. Refiere también a los volcanes gemelos que nos miraron pasar rumbo a la gran capital y al lago que fue la simiente de Tenochtitlan. Es un contraste con tus ojos profundos cuando expresan la intensidad de lo que contiene tu cuerpo y tu alma. Veo en medio del iris de esos tus ojos que ahora me miran asombrados, que te condenas y te salvas sin mí.
Cualquier historia es una repetición, sea del pueblo que sea. En las antípodas encontrará el hombre la afirmación de ese juego de vasos comunicantes que lo cubren todo, que repiten la épica, el drama, la gloria y el desastre, la victoria y la derrota, el amor y la venganza, la espada y la sangre, los imperios que asolan, los vencedores y los vencidos, los enamorados y los solitarios. Humanos todos en medio del calor pegajoso, en el frío de cuchillo que transita el alma. Humanos ayer, hoy, todos los días y los que vendrán todavía, como en mil fragmentos, en cualquier parte”.
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