El cochabambino Rosendo Rojas y el acreano Plácido de Castro, unidos por una espada
© Texto y fotos: Wilson García Mérida | Redacción Sol de Pando en Rio BrancoSi en esos tiempos nuestro Gobierno hubiera tenido la inteligencia emocional necesaria para conceder su Autonomía al pueblo acreano e incorporar en nuestra Constitución la lengua portuguesa como otro idioma oficial del Estado boliviano —y no simplemente utilizar este territorio para prostituir a las bellas mujeres amazónicas explotándolas sexualmente en un ejercicio perverso y concupiscente del poder político— ni guerra ni revolución habrían sido necesarias; y el líder revolucionario Plácido de Castro habría pasado a la historia como precursor del autonomismo en Bolivia…
El coronel Rosendo Rojas fue un heroico tarateño, comandante de un batallón del Regimiento Avaroa que partió desde Cochabamba para defender el territorio boliviano en el Acre, entre los años 1902 y 1903. Los acreanos del Brasil, gente buena, recuerdan con honores a nuestro llactamasi que encarnó el drama boliviano en estas lejanas tierras: soldados que ofrecieron el sacrifício de sus vidas en aras de una imposibilidad histórica; todo el Acre no era para Bolivia, cuyo Estado altiplánico-céntrico —además de secularmente venal— era incapaz de sostener en sus manos aquel vasto regalo de Dios, prefiriendo entregárselo a un consorcio norteamericano.
¿Dónde está la verdad de una guerra sino es en el escenario mismo donde se produjo? Estoy aquí para imbricar mi destierro con una memoria histórica que aún contiene infinitos vacíos; espero llegar a cubrir algunos de ellos sacando algo positivo de este exilio. La Guerra del Acre de 1902, que para los nordestinos fue su Revolución Autonomista dirigida no sólo contra Bolivia sino también contra el Brasil, y sobre todo contra el naciente imperialismo norteamericano, se libró en siete batallas fundamentales de los autonomistas acreanos frente al ejército boliviano, dos de ellas dentro nuestro actual territorio: Bahía (hoy Cobija) y Costa Rica (un município en la hoy província Nicolás Suárez de Pando) y las cinco batallas restantes dentro el actual territorio del Acre brasileño: Xapurí, Santa Rosa, Volta da Empresa (hoy Rio Branco), Bom Destino y Puerto Alonso (hoy Puerto Acre).
En el Archivo Histórico del Museo del Caucho (“Museo da Borracha”), que prefiero llamar el Museo de los Siringueros, ubicado sobre la emblemática avenida Ceará de la ciudad capital, encontré a nuestro Rosendo como un recuerdo vivo entre líneas de un ejemplar algo maltrecho de “O Acre”, órgano oficial del Estado acreano, publicado el domingo 1ro. de septiembre de 1929 con una crónica escrita por la profesora estadual Isolina Seixas Landim bajo el título “Écos do 6 de agosto”.
Rosendo Rojas comandó la batalla de Vuelta Empresa (así se llamaba entonces esta ciudad de Rio Branco), librada con posterioridad a la batalla de Bahía. Entre el fuego cruzado de una tropa boliviana que solamente hablaba español y quechua en su guerra por preservar un territorio propio sólo en los papeles, contra una densa multitud armada que clamaba “revolução!, revolução!” en un perfecto português cearense, el coronel Rosendo Rosas comprendió entonces que no valia la pena seguir muriendo para entregar este territorio al consorcio norteamericano “Bolivian Syndicate” según era la obtusa decisión del presidente paceño José Manuel Pando.
Si en esos tiempos nuestro Gobierno hubiera tenido la inteligencia emocional necesaria para conceder su Autonomía al pueblo acreano e incorporar en nuestra Constitución la lengua portuguesa como otro idioma oficial del Estado boliviano —y no simplemente utilizar este territorio para prostituir a las bellas mujeres amazónicas explotándolas sexualmente en un ejercicio perverso y concupiscente del poder político— ni guerra ni revolución habrían sido necesarias, digo yo; y el líder revolucionário Plácido de Castro habría pasado a la historia como precursor del autonomismo en Bolivia.
El Acre sí perteneció a Bolivia, no lo olvidan en Brasil
El pueblo acreano nunca desconoció el dominio propietario del Estado boliviano sobre aquel territorio en virtud a un arreglo colonial entre las coronas de España y Portugal (a diferencia de Chile que iniste en la falacia de que Bolivia nunca tuvo mar). Además los acreanos (de raiz ceraense y piauí) como todos los pueblos nordestinos del Brasil se consideraban relegados por las fuerzas imperiales de Rio de Janeiro. Bolivia desprovechó esa oportunidad para conservar el Acre para sí otorgando a este pueblo su siempre reclamada autonomía.
En el umbral del Museo del Caucho se colocó el año 2002 una gigantesca plaqueta que conmemora el Centenario de la gesta acreana, donde, traducido a nuestra lengua, se lee el siguiente reconocimiento oficial a la propiedad boliviana de este territorio antes de la revolución autonomista:
“Los últimos 100 años de Brasil fueron enriquecidos por la gloriosa conquista de una vasta floresta amazónica que pertenecía a Bolivia. Hace un siglo, la bravura de indios y siringueros nordestinos dio lugar a la formación del Estado Independiente del Acre. Después, liderado por Plácido de Castro, el pueblo hizo la Revolución Acreana”.
La concesión ética de Rosendo Rojas
El coronel Rosendo Rojas comprendió que este fratricidio no era fiesta ni guerra sino revolución; decidió entonces deponer las armas para evitar más sangre derramada sólo para favorecer a los capitalistas norteamericanos socios de los sátrapas liberales bolivianos, primeros agentes del imperialismo yanqui en la historia de nuestro país. Nuestro compatriota libró dos batallas en lo que hoy es Rio Branco. En la primera, el 18 de septiembre de 1902, cuando entraban a Vuelta da Empreza cantando victoria después de la toma de Xapurí el 6 de agosto, los acreanos fueron emboscados por los bolivianos que infringieron a las fuerzas de Plácido de Castro 20 muertos, 10 heridos y una estampida en polvorosa de casi 60 sobrevivientes revolucionarios. Pero los hombres de Plácido de Castro volvieron a la carga El 15 de octubre, esta vez derrotando a las agotadas tropas de Rosendo Rojas.
Según escribió la maestra historiadora Isolina Seixas: “Commandava as forças bolivianas o valente cel. Rosendo Rojas que, ao rendir-se na manhã de 15 de outubro, entrega a sua espada a Plácido, que não acceitando, disse: ´continue com ella pois que o sr. cel. sabe muito honra-la´”. Conmovido por el generoso gesto del revolucionario acreano, el militar boliviano insistió en entregarle su espada a Plácido de Castro, diciéndole (traducción nuestra): “Le agradezco la honra pero insisto en que acepte usted mi espada, si no quiere como rendición, como un presente de amistad, que algún valor tendrá”. Entonces Plácido de Castro tomó la espada agradecido y estrechó la mano del coronel Rojas.
Ahora nuestro objetivo es hallar, aquí en Rio Branco, aquella espada que el tarateño Rosendo Rojas entregó a Plácido de Castro en un gesto de sincera amistad hacia el pueblo acreano.
En esa espada quedó grabada la memoria heroica de un largo anhelo de integración entre dos pueblos hermanos de Latinaomérica, nuestra común patria grande.
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