Mireya Sánchez | EL PODER DE LA ESTUPIDEZ
Por su número no hay diferencia entre una sociedad en decadencia y una en ascenso, pero sí la hay en cuanto es una sociedad en declive. Los estúpidos son más activos a causa de la mayor permisividad de sus otros miembros. Y yendo más allá, en un país en decadencia se manifiesta la siguiente ecuación: enorme proliferación de malvados con elevados porcentajes de estupidez, y entre los que no están en el poder, un alarmante crecimiento del número de incautos…
© Artículo publicado originalmente en el diario Opinión, 29 de enero, 2017
En un anterior artículo sobre la posverdad comentaba acerca de la masificación apocalíptica de la opinión vulgar y de la estupidez gracias a las redes sociales. Todavía rumiando la idea llegó a mis manos un delicioso ensayo de Carlo M. Cipolla titulado “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”. Imposible no compartir una propuesta absolutamente necesaria en estos días donde la estupidez abunda de forma alarmante y toma la posta además para conducir nuestros destinos. Más aún, cuando el mismo autor señala que su buen conocimiento podría conllevar a neutralizar una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana.
La primera ley fundamental de la estupidez afirma, sin tapujos, que siempre e, inevitablemente, cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo, porque incluso personas que consideramos racionales e inteligentes en algún momento se revelan de repente inequívocamente estúpidas. La segunda reza: La probabilidad de que una persona determinada sea una estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona. Aquí ni la educación ni el ambiente social salvan la probabilidad. Siguiendo y considerando que todo ser humano queda enclavado en una de estas cuatro categorías: incautos, inteligentes, malvados y estúpidos, donde la conducta del inteligente reporta ganancias para sí y para los otros; la del incauto, pérdida frente a la ganancia de los otros, y la del malvado ganancia para sí frente a las pérdidas de los otros. La tercera ley aclara explícitamente que una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio. Desconcertante ¿verdad?
La cuarta ley dice: las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como costosísimo error. Mientras los inteligentes, los malvados e incluso los incautos son conscientes de su estado, el estúpido no se asume jamás como tal, y lamentablemente frente a ellos, los anteriores se encuentran desarmados ante su conducta imprevisible carente de toda lógica y racionalidad. Esto nos lleva a la quinta ley fundamental: la persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe, su corolario dice así: el estúpido es más peligroso que el malvado.
Lo peor llega cuando el estúpido alcanza grados de poder y autoridad en una sociedad. Para el autor, por su número no hay diferencia entre una sociedad en decadencia y una en ascenso, pero sí la hay en cuanto en una sociedad en declive. Los estúpidos son más activos a causa de la mayor permisividad de sus otros miembros. Y yendo más allá, en un país en decadencia, se manifiesta la siguiente ecuación: enorme proliferación de malvados con elevados porcentajes de estupidez, y entre los que no están en el poder, un alarmante crecimiento del número de incautos. ¿Qué tal? Me quedo con unas ganas locas de jugar con ustedes a clasificar a nuestros gobernantes, a la oposición, a nosotros mismos en la matriz propuesta por Cipolla, pero de seguro la mayoría de los primeros están entre los plenamente estúpidos, algunos entre los malvados y estúpidos, y el resto, en la patética masa de incautos.
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