Data: abril 1, 2018 | 5:47
COLUMNA VERTEBRAL | ¿Casi cien años de compromisos solemnes comparados con simples acercamientos diplomáticos?, comparación imposible…

Carlos D. Mesa Gisbert | CHILE: EL TIEMPO DE LA INTEMPERANCIA

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Chile llegaba con severas heridas a esta instancia del alegato oral, heridas provocadas por su equivocada estrategia inicial, la de la Excepción Preliminar de Incompetencia que no sólo no se resolvió a su favor (que la Corte Internacional de Justicia-CIJ aceptara que no es competente para conocer la Demanda boliviana), sino que destruyó el corazón argumental de su defensa, el “escudo protector” que según nuestro vecino representaba el Tratado de 1904. Este es el único argumento sólido que nuestro adversario tenía en la mano para responder a Bolivia que, en un giro inesperado para Santiago, logró pasar el escollo del Tratado y anclar su fuerza jurídica en los actos unilaterales de los Estados.

Pero la CIJ expresó con claridad meridiana las dos cosas que vaciaron los fundamentos chilenos: que el Tratado de 1904 no ha resuelto los temas pendientes entre ambas naciones (léase, la forzada mediterraneidad de Bolivia) y que el verdadero objeto de la controversia es establecer si Chile tiene o no una obligación jurídica derivada de sus persistentes compromisos de negociar para otorgarnos un acceso soberano al mar. El equipo jurídico de nuestros “adversarios y amigos” (como dijo la abogada de Chile Mónica Pinto), se vio en la difícil tarea de buscar otros caminos. No lo consiguió. Su apelación al Tratado planeó sobre sus cabezas durante todo el alegato. Así lo subrayó de entrada el Agente chileno Claudio Grossman al iniciar su intervención.

Los vanos esfuerzos, especialmente del abogado Samuel Wordsworth, de intentar que las palabras decían cosas radicalmente opuestas a su verdadero significado cuando explicaba el sentido de las negociaciones de 1950 y 1975, no hicieron otra cosa que reforzar la idea de que tanto los representantes de Bolivia como de Chile en ambos momentos demostraron que Chile abrió de hecho una negociación con Bolivia para otorgarle a nuestro país un acceso soberano al mar. Harold Koh fue el encargado de anunciar la llegada del Apocalipsis si la CIJ falla a favor de Bolivia. Pero tales trompetas de alerta ya las había tocado él mismo en los alegatos de mayo de 2015 en la Excepción Preliminar… y no funcionaron. ¿Por qué funcionarían ahora? La idea de que ninguna nación se sentaría a conversar con la otra ante el riesgo de que sus palabras fueran interpretadas como una promesa firme, no se sostienen ante casi un siglo de promesas formales, hechas por escrito en intercambios de notas oficiales, acuerdos, memorándums y cartas de presidentes, ministro de Relaciones Exteriores y embajadores chilenos. ¿Casi cien años de compromisos solemnes comparados con simples acercamientos diplomáticos?, comparación imposible.

La última carga estuvo en manos de Daniel Bethlehem a quien le faltó poco para hablar de potenciales refugiados. Un fallo favorable a Bolivia afectaría, dijo, a miles de chilenos en el norte de ese país, a originarios de la región que han vivido y viven allí… mención a pueblos indígenas para intentar equivalencias imposibles con el impacto terrible de la mutilación del Litoral boliviano a un país con un 40% de población indígena. Este último cartucho fue el retrato exacto del punto de ebullición de una defensa que se aferró a recursos de efecto que –grandes ironías- buscaron tocar las fibras de la emoción y la compasión de los jueces. Fibras que, según dijo Santiago durante muchos años, trata siempre de tocar Bolivia.

De este modo, el país que hace gala de estar al borde de ser primermundista, cuyo respeto escrupuloso al derecho y a las instituciones internacionales es modélico para América Latina, afirma desde el ala de la política que aceptará el fallo si le gusta, pero que –en palabras del expresidente Eduardo Frei dichas delante del Presidente Sebastián Piñera-: “Nosotros no estamos dispuestos a aceptar, como en otra oportunidad, fallos, con mucha creatividad, con mucha imaginación, pero que no respeten lo que son los acuerdos y los tratados”. Por si esto fuera poco, sus autoridades se atrincheran en la afirmación de que nadie puede obligar a Chile a negociar cesión de su soberanía y, en el culmen del embanderamiento patriótico, el Presidente Piñera hace un panegírico de la invasión militar y despojo por las armas de 120.000 km2 de territorio y 400 km de costas bolivianas, recordando que tales hechos se hicieron en “buena lid” y derramando la sangre de valerosos patriotas chilenos. Corazón y emociones latiendo con toda fuerza, lejos ya de la teórica tradición de buen hacer de la diplomacia chilena, lejos de bases históricas y jurídicas consistentes.

Mientras Bolivia desarrolló sus alegatos en el contexto del mayor rigor histórico-jurídico, basada en argumentos y buenas razones, tendiendo además una mano de acercamiento, diálogo y entendimiento mutuo, Chile, agotadas las ideas, ha escogido la intemperancia.

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