Data: noviembre 5, 2017 | 1:57
COLUMNA VERTEBRAL | Todo parece indicar que en los próximos ocho años el secreto estará no tanto en el excedente económico como en la implementación de políticas sectoriales muy focalizadas…

Carlos D. Mesa Gisbert | POBREZA. LOGROS Y DESAFÍOS

Nadie debe estar en situación de extrema pobreza en Bolivia en 2025 para celebrar por todo lo alto el bicentenario. Es uno de los objetivos de la Agenda propuesta por el gobierno.

La plataforma de esta ambiciosa meta tiene que ver con los buenos resultados logrados en el periodo 2006-2016 en el tema. La información oficial indica que en ese periodo la pobreza disminuyó de casi el 60% al 39%, una cifra notable, 21 puntos menos, mientras que la pobreza extrema pasó de 36,7% a 16,8%, una reducción de más de la mitad. Se trata de un rango que no tiene precedentes en nuestra historia y que no podemos menos que reconocer.

Estos datos deben ser explicados. ¿Por qué ocurrió? En primer lugar, en virtud de los bonos o transferencias condicionadas, uno de ellos instituido por Gonzalo Sánchez de Lozada (Bonosol-Renta Dignidad) y dos instituidos por Evo Morales (Juana Azurduy y Juancito Pinto). En segundo lugar, por los programas de inversión social vinculados a salud y saneamiento básico. Pero, sin duda, el eje motor de ese avance ha tenido que ver con el periodo de excepcional bonanza económica sin parangón en ningún otro momento de nuestra historia anterior desde la creación de la República. Esa bonanza (cuyas razones son en buena medida ajenas a acciones del gobierno) permitió varios efectos, una redistribución del excedente porque hubo unos ingresos que jamás se soñaron en el pasado, con la consecuencia de un incremento del consumo y la demanda interna, un mayor acceso a fuentes de financiamiento y mejores condiciones generales de vida, lo que trajo consigo a su vez mayores posibilidades de lograr una dieta más adecuada y opciones para poder pagar mejores servicios de salud en la medicina privada (los servicios públicos siguen anclados en deficiencias muy graves).

Todos estos elementos combinados dieron como resultado las cifras antes mencionadas. Para entenderlas es imprescindible hacer una referencia a dos cuestiones, la relación entre área urbana y área rural y la comparación con otras naciones de América Latina. En el primer caso, la brecha campo-ciudad sigue lejos de cerrarse. Mientras en el área urbana la pobreza es de 31% (siete puntos menos que el dato global), la pobreza rural es del 55% (dieciséis puntos más que el dato global). Esa diferencia muestra que aún estamos lejos de haber implementado políticas sociales sectorizadas para atacar con éxito el drama mayor de la pobreza en el país que está en el 33% del total de nuestra población que aún vive fuera del ámbito urbano, y que muestra los datos más desgarradores de desnutrición, mortalidad, morbilidad infantil y morbilidad materna. En el segundo caso, el que más debe llamar nuestra atención, muestra avances significativos. A comienzos del siglo XXI, el país estaba en mejor situación que Haití, Honduras y Nicaragua, en niveles próximos a Guatemala y por debajo de Paraguay y El Salvador. En la actualidad los indicadores, tanto en la reducción de pobreza como en la de pobreza extrema, nos colocan en condiciones de menor pobreza que Haití, Honduras, Nicaragua, Guatemala, Paraguay y El Salvador, pero superamos a República Dominicana y estamos cerca de Ecuador.

¿Son estos logros sostenibles en el tiempo? El primer dato preocupante es que en el conjunto de América Latina, en el periodo 2014-2015 -con tendencia a incrementarse- un 2% de los latinoamericanos que habían dejado la pobreza, han vuelto a ella. El segundo dato es que para el conjunto de la región –y Bolivia no es una excepción- el factor determinante, como ya se anotó, además de las transferencias condicionadas fue el de la bonanza económica. El promedio de crecimiento del PIB del periodo 2006-2014 en el país (el 5% como promedio) parece muy difícil de repetir en los próximo diez años, de igual modo, el nivel de nuestros ingresos por exportaciones que llegaron a 13.000 millones, y que hoy están en el orden de 8.000 millones (casi un 40% de caída), presenta un escenario preocupante de ralentización. Todo parece indicar que en los próximos ocho años el secreto estará no tanto en el excedente económico como en la implementación de políticas sectoriales muy focalizadas que apunten a transformaciones estructurales en salud y saneamiento y garanticen una dieta balanceada que resuelva el problema de la desnutrición. Pero lo más importante es romper la frágil línea que separa la pobreza del camino al bienestar, línea que tiene atrapada a una gran parte de quienes en los números dejaron la pobreza, pero que están en la cornisa y en cualquier momento pueden caer de ella.

Lo avanzado, para permanecer, debe ser respondido con acciones de fondo que apunten a sostener lo conseguido y no dejarlo librado a indicadores económicos muy volátiles por la naturaleza de nuestra matriz productiva, excesivamente dependiente de factores externos a nuestras propias decisiones.   

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