Data: noviembre 13, 2016 | 0:56
COLUMNA VERTEBRAL | Los grandes líderes del pasado han sido sustituido por medianos funcionarios, cuando no descarnados cínicos…

Carlos D. Mesa Gisbert | TRUMP MAS ALLÁ DE TRUMP

No es que Trump desvaríe, es que el Partido Republicano, de la mano de un Bush encarnando la “causa del bien”, ha llegado a límites que superan incluso los delirios anticomunistas del macarthysmo… | Fotomontaje Sol de Pando

«Trump es el irónico resultado de este escenario deprimente. El millonario de cuestionable éxito, especulador financiero e inmobiliario, evasor de impuestos y explotador de sus empleados, se convierte en el adalid de los olvidados del sistema…» | Fotomontaje Sol de Pando

Uno de los riesgos a la hora de analizar el triunfo de Donald Trump es quedarse anclado en su discurso, sus exabruptos, su inocultable xenofobia, su visión sobre las mujeres y los estereotipos en torno al “otro” mirado desde la perspectiva de un blanco.

El resultado de estas elecciones en los Estados Unidos retrata en realidad una cuestión mucho más profunda y estructural que tiene que ver con la propuesta histórica que Occidente diseñó y ejecutó a partir de la segunda guerra mundial.

De las cenizas del holocausto bélico más devastador que se haya vivido, emergió un andamiaje cuyo pilar central era la democracia republicana y el pluralismo político. El objetivo era la construcción de una sociedad más justa que lograse un nivel de bienestar de alcance universal, en el que educación, salud y jubilación estuviesen garantizados, propuso además niveles de productividad, crecimiento y eficiencia que asegurasen que las generaciones venideras tendrían más oportunidades y mejores condiciones de vida. Aún con sus diferencias entre el liberalismo puro y la social democracia, Estados Unidos y Europa consiguieron en medio siglo los mayores avances sociales que haya experimentado la humanidad desde su nacimiento. Este hecho se comprueba cuando en los datos mundiales de desarrollo humano de Naciones Unidas en 2015, los diez países con mejores indicadores del planeta son todos occidentales: Noruega, Australia, Suiza, Dinamarca, Países Bajos, Alemania, Irlanda, Estados Unidos, Canadá y Nueva Zelanda. Por si esto fuera poco, Europa se embarcó en el proyecto de unidad más ambicioso que haya hecho región alguna al concretar la Unión Europea sobre el principio rector del multiculturalismo.

Era un horizonte histórico ambicioso y que parecía estar llevándose a la práctica con éxito. Sin embargo, el siglo XXI tenía preparada una amarga sorpresa. La caída de las torres el 11 de septiembre inauguró la nueva centuria con un mensaje: ese gran proyecto podía desmoronarse como los imponentes edificios newyorkinos. Desde los palos de ciego del Presidente Bush, pasando por la realidad de un radicalismo religioso que consideró a Occidente como la encarnación del mal, terminando en el contradictorio juego de intereses sobre un tablero mundial desordenado y pasto de las llamas de la guerra, la realidad golpeó duramente el andamiaje occidental de posguerra, que buscaba no sólo su consolidación, sino su afirmación como referente universal de valores, concepción de mundo y propuesta político-económica.

En los últimos diez años Estados Unidos y Europa han vivido el tiempo del desencanto. Las voces de los indignados se han hecho sentir con fuerza merced al poderoso instrumento del internet y las redes sociales. La política no ha podido responder al desafío. Los grandes líderes del pasado han sido sustituido por medianos funcionarios, cuando no descarnados cínicos. El gran modelo del bienestar de la democracia europea comienza a desmoronarse por el envejecimiento de la sociedad y las olas migratorias, por la reducción de la oferta de trabajo y por el enfoque anticuado de los modelos educativos. Por primera vez en décadas, los padres ven que sus hijos no tendrán una vida mejor que ellos, sino peor.

La globalización no da lo que prometió, el libre mercado dinamiza la economía y mueve al mundo, pero no cierra la brecha de la desigualdad, por el contrario, alienta la brutal especulación financiera brutal e inhumana. La política y los políticos han perdido crédito y son “la escoria” de la sociedad (cuando no son otra cosa que el retrato de ésta). La desesperanza y el miedo se ha apoderado de la mayoría. La respuesta ha llegado —era esperable— por la vía de la entraña, el otro es el peligro, “los inmigrantes se comen el producto de nuestro trabajo, no sólo no se adaptan a nuestra cultura sino que la pervierten”, “los musulmanes son terroristas en potencia”, …y una larga lista de argumentos que han generado el crecimiento de propuestas “antisistema”, populismos radicales, renacimiento de las viejas sombras del fascismo, intolerancia, rabia expresada en las calles por una generación que está atrapada entre el no tener nada que perder y asumir que no tiene nada que ganar en el contexto del orden actual.

Trump es el irónico resultado de este escenario deprimente. El millonario de cuestionable éxito, especulador financiero e inmobiliario, evasor de impuestos y explotador de sus empleados, se convierte en el adalid de los olvidados del sistema. Su discurso políticamente incorrecto dice en voz alta lo que piensan millones de sus compatriotas. Es por eso que ganó esta elección y —que quede claro— no fue sólo con los votos de trabajadores blancos de clase media baja, fue con los votos de muchos blancos de clase media alta, inmigrantes documentados, latinos y afro americanos, la única forma de ganar unos comicios en Estados Unidos.  

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