Data: octubre 15, 2017 | 2:57
COLUMNA VERTEBRAL | El nacionalismo exacerbado es una expresión basada en argumentos de diferenciación que en lo íntimo se apoya en una forma de supremacía, de distanciarse a tal punto del otro, que lo convierte en adversário...

Carlos D. Mesa Gisbert | EL LABERINTO CATALÁN

Francois Miterrand dijo, apuntando al gran proyecto europeo: “El nacionalismo es la guerra”. Hacía, por supuesto, una referencia a los modelos nacionales fascistas que llevaron al mundo al holocausto en la primera mitad del siglo XX, pero también se refería al drama de los Balcanes que se vivía en esos días.

La reivindicación nacionalista que pudo parecer un exotismo absurdo después de la creación de la Unión Europea, no amainó, por el contrario, mientras los estados nacionales escogieron la ruta de la integración, de una identidad europea y de una cesión progresiva de algunos rasgos de soberanía, la vuelta a la idea primigenia de la tribu como primera pertenencia, reapareció en el horizonte en diversos sitios de Europa recomponiendo mapas.

Uno de esos lugares es hoy Cataluña, una de las diecisiete autonomías de España articuladas en la admirable transición democrática tras la caída de la dictadura franquista (1939-1975). Entonces, precisamente para hacer posible un nuevo Estado, se reconoció a un par de ellas con características propias por su desarrollo histórico particular. Fue el caso catalán. Desde la aprobación de la Constitucion en 1978, la region ha gozado de la más plena autonomía, el florecimiento de sus rasgos culturales, la consolidación de su lengua, el impulso de su poder económico, el alto nivel académico y científico y la relevancia de su marca como referente internacional. Si comparamos a Cataluña con un lander aleman o un estado de los Estados Unidos, difícilmente podremos encontrar rasgos de autonomía mayores que los que tiene el pueblo catalán.

A pesar de todo ello, la convicción de sus élites fue siempre que Cataluña tiene una tradición distinta de la de España, a despecho de que integraba el reino de Aragón y como tal, tras la alianza de Castilla y Aragón, parte de la nación española. Entre los argumentos más fuertes de los independentistas está el recuerdo de la guerra de sucesión (que no de secesión) por la corona española que ganaron los borbones sobre los austrias (a quienes apoyaron los catalanes), que dio lugar a la represion violenta en 1714 ordenada por el rey Felipe V. Ni que decir de la dictadura de Franco, que impuso por la vía violenta la unidad del país, censurando, prohibiendo, encarcelando y matando. Su régimen restringió las libertades, la cultura y sobre todo la lengua catalana. Las heridas del franquismo han sido de una profundidad tal que aún son llagas usadas hoy como argumento de los secesionistas.

Los desencuentros entre el gobierno y la Generalitat (el gobierno de Cataluña) se profundizaron cuando el Estatuto catalan fue limitado en 2010 por el Tribunal Constitucional. El camino de la ruptura comenzó a quebrar la argamasa. Si entonces menos del 20% querían la independencia, hoy casi el 50% la desean y buena parte de forma militante. El proceso vivido en tan corto tiempo es un ejemplo extraordinario de cómo con base en algunas ideas- fuerza, una enseñanza de la historia que afirma que la region fue sojuzgada por España y que tiene derecho a ser un país independiente por la combinación de sus raíces y el trato que recibe del centralismo, debe por “destino manifiesto” ser una República independiente.

Las aguas se desbordaron y, contra la Constitución que prohíbe cualquier consulta vinculante sobre la separación del país, el gobern catalán realizó un Referendo sin registro, sin padrón, sin estándares mínimos de credibilidad, cuyo “resultado” fue el sí. Basado en ese acto, pretende la independencia. La respuesta del gobierno ha sido que el único diálogo posible es dentro de la Constitución con un compromiso de discutir su reforma para un nuevo modelo autonómico, que por la propia naturaleza de su génesis no puede incorporar en sus reglas su desmembración. Si esas premisas no se aceptan cabe, con la ley en la mano, la intervención de la autonomía.

¿Cómo es posible que un país democrático, plural, desarrollado y moderno enfrente situaciones cómo esta? El nacionalismo exacerbado es una expresión basada en argumentos de diferenciación que en lo íntimo se apoya en una forma de supremacía, de distanciarse a tal punto del otro, que lo convierte en adversario. La idea de “patria” como dogma religioso inunda las emociones, se convierte en verdad, toca las teclas del victimismo, del desapego y finalmente del odio. Las razones históricas se transforman en sectarismo, en realidades imaginadas e inventadas hasta la confrontación inevitable y la negación, cuando no la pelea mortal, con aquel que ayer era un amable y apreciado vecino. Como la religión, como otras ideologías, el nacionalismo ha bañado de sangre la historia universal.

La lección a aprender es que la diferencia enriquece y acerca. Ese es quizás el aspecto más relevante del concepto de la plurinacionalidad. Reivindicar hoy la independencia de una región, cualquiera, en este mundo ya muy fragmentado, es un retroceso histórico que nos conduce a anclarnos en nuestros más estremecedores atavismos.

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