Carlos D. Mesa Gisbert | LEY CONTRA LA MENTIRA
El Presidente nos amenaza con una Ley contra la mentira. Comenzó diciéndolo en tono ligero en un discurso, pero poco a poco nos dimos cuenta de que va en serio, que no es una idea que mencionó al pasar, parece una decisión tomada que presentará a consideración de su Asamblea Legislativa.
En este punto es legítimo preguntarse ¿Habla en serio? ¿El Presidente es la persona adecuada para proponer una Ley contra la mentira? Aún suponiendo que lo fuera, todos sabemos que de lo que se trata, como otras tantas normas a la carta de su gestión, es de un nuevo instrumento para restringir más los derechos constitucionales de todos.
La respuesta ante tal admonición debe darse en el marco de la defensa de nuestro derecho de libre pensamiento y libre expresión. No se debe caer en la trampa del miedo o, peor, la falsa certeza de que ante el autoritarismo y el secuestro de la democracia y sus instituciones, o se escoge la violencia o se acepta el imperio de los fuertes y atrabiliarios con resignación.
La nueva “legalidad” es una imposición que vulnera nuestro pacto social, es una construcción perversa que busca apropiarse de las reglas y su administración. En este contexto, no hay cosa peor que la ambigüedad. Desde el poder se arma un nuevo andamiaje, una estructura totalitaria torpemente disfrazada. La secuencia es muy obvia, pero funciona mejor de lo que esperaríamos. La mentira dice ser verdad y acaba confundiendo. Cuesta entender que una buena parte de la población poco educada, mal informada, o francamente manipulada termine, en el mejor de los casos, por dudar y en el peor por creer, pero es así. El 21F, sin embargo, demostró que la fórmula de la mentira no es infalible.
El voto manda pero, a la vez, le da poder al mandatario. La hipótesis es que ese mandato se circunscribe al cumplimiento de la Constitución. Pero el mandatario que ha recibido un poder muy grande, lo usa a discreción. Los dos tercios le permiten cambiar lo que quiera cambiar. El mecanismo de control, la consulta popular denominada Referendo, es una salvaguarda teóricamente invencible. Sí, salvo que el mandatario haya aprovechado su tiempo con habilidad sibilina y en el ínterin haya colocado bajo su férrea mano al Poder Judicial. Cuando la Asamblea, configurada por el voto del 61% de los ciudadanos, aprobó con la soltura de quien lo único que debe hacer es levantar obedientemente el brazo para aprobar lo que sus jefes ordenan, los poderosos convocaron muy tranquilos a un Referendo que –pensaron- sería un paseo. Todos, gobernantes, asambleístas, Tribunal Electoral y los propios ciudadanos pensamos que el resultado estaba cantado. Pero cuando las cifras preliminares llegaron al Palacio Quemado reinó la confusión. Las cifras no iban bien, el sí perdía. Los malabarismo verbales del segundo mandatario, la equívoca noción del empate técnico y la afirmación de que el Referendo se ganaba aunque fuera por un voto, mostró, no la voluntad democrática de quien se sabe perdido, sino la seguridad de que si la diferencia era mínima se podía encontrar una “solución…” No la hubo, no hubo solución, o porque el Tribunal Electoral venció por su convicción democrática resguardando el resultado, o porque literalmente no había tiempo para esa “solución”.
Los dos mandatarios mintieron cuando dijeron que un voto es suficiente o que si perdían reconocerían la derrota. El Tribunal Constitucional se encargó del trabajo sucio… Curiosamente ninguno de los dos gobernantes parece hacer una relación de causa y efecto entre esa flagrante evidencia y la pretensión de hoy de aprobar una Ley contra la mentira. Es sugestivo, pero quizás a fuerza de enajenación, aislamiento y repetición de determinado mantra, pareciera que el negro se ha vuelto blanco, el día noche, la luna sol y el agua tierra. ¿Son mundos paralelos? ¿Estamos todos enloqueciendo? ¿Los hechos fueron ilusión de los sentidos y las palabras que los subvierten, las nuevas verdades? No, es el efecto del poder que obnubila y destruye los espíritus. Para quienes no quieren saber de otra cosa que no sea de las veleidades del poder, la construcción de su mundo imaginado es real, en tanto lo impongan a fuerza de apropiarse de los derechos de sus compatriotas.
La “legalidad” de hoy es una mentira porque vulnera de manera sistemática la norma de normas que ellos mismos redactaron y que hoy no les sirve, porque creyeron que todos beberían el agua que nubla los ojos a la verdad por un tiempo indefinido.
Para combatir el emponzoñamiento la democracia es el arma más poderosa para la libertad, la paz y la justicia, la que el pueblo soberano se da a sí mismo, no la que ha sido envilecida por el poder arbitrario. Sí, es con los instrumentos de la democracia que se vence al a la mentira, aunque a veces parezca que es una tarea imposible. La única tarea imposible es la de la resignación.