Carlos D. Mesa Gisbert | RETOS LATINOAMERICANOS
No es lógico suponer que podemos prescindir de las materias primas. No prescinde de ellas Canadá, no prescinde Noruega, no prescinde Australia. Las materias primas no son en sí mismas un freno, tal como no son en sí mismas una solución. Marcan una realidad con la que tenemos no solamente que convivir, sino a la que tenemos que sacarle partido…
“La década” de América Latina puede ser ya parte del pasado. Desde que nuestra región recuperó la democracia a fines de los años 70, hasta hoy, la década de oro de la región fue el periodo 2005-2015. Estamos entrando en un nuevo momento que no es equivalente a las etapas anteriores. No es que nos estemos adentrando en una espiral de desastre económico ni en una crisis dramática, pero sí está a la vista que estamos ante una explícita desaceleración económica que plantea retos importantes en una dimensión que —para recordar momentos críticos— no tiene las mismas características que la llamada “década perdida” de los años 80.
La década de oro debemos entenderla en el contexto de los logros históricos que representó desde el punto de vista económico, político, pero sobre todo social. Independientemente de la forma que cada país escogió para moverse en ese extraordinario escenario, nadie puede discutir que los avances sociales de América Latina en los diez años señalados, fueron muy significativos. La lucha contra la pobreza, el ingreso de millones de personas a la clase media, la importante reducción de la indigencia, la incorporación de millones de latinoamericanos al acceso a servicios básicos, son hechos incuestionables.
Pero el más reciente informe de la CEPAL sobre el tema expresa preocupación porque ese crecimiento espectacular, que no tiene comparación en la historia, se está estancando. La principal razón es obvia: El motor de ese periodo dorado cambia su comportamiento, los precios internacionales de las materias primas.
En ese escenario vale una precisión. Se relaciona con un elemento que —entre otros— ha llevado a China a la reducción de su crecimiento: el medio ambiente. La realidad del cambio climático ha puesto en evidencia que China se ha convertido en el país más contaminante del mundo y que debe reformular su propio modelo de crecimiento, porque ese modelo es devastador para la propia China y el mundo entero.
Es en ese contexto que los países de América Latina tienen que readecuar su inserción en el mundo globalizado. La evidencia indica que todavía no hemos podido responder una pregunta que nos venimos haciendo desde que comenzó la bonanza económica. Desde entonces nos hemos preguntado si es sostenible en el largo plazo suponer que América Latina podría apoyar su éxito en los precios internacionales de las materias primas. Y la respuesta sistemática, desde entonces ha sido: No, no es posible. Pero esa respuesta no traía aparejados los caminos para darle un giro ambiental y un valor agregado a nuestra matriz productiva. No hay secreto, la respuesta está en dos conceptos: innovación y desarrollo tecnológico.
Un elemento interesante para el análisis es la necesidad de combinar un cambio de matriz productiva con una diversificación de mercados. Para poner un par de ejemplos ilustrativos: México ha desarrollado bien el valor agregado, la tecnología y el proceso de industrialización con innovación. ¿Cuál es su problema? Una dependencia dramática de un gran mercado como es EE.UU., que lo arrastra inevitablemente a sus propios vaivenes internos. Brasil ha conseguido un proceso de diversificación menor, es muy dependiente de las materias primas, pero tiene una ventaja comparativa: tiene una mayor diversificación de mercados internacionales. Hablamos de las dos mayores economías de América Latina que han seguido caminos distintos y que enfrentan crisis también distintas también, pero que demuestran que no hay recetas únicas.
Lo que está claro es que ni los dos gigantes regionales ni el resto —salvo excepciones en nichos específicos más que en economías nacionales—, hemos hecho lo suficiente para hacer verdad que innovación y tecnología nos permitan revolucionar nuestras matrices de producción y prever los efectos devastadores que nuestros modos de producción ejercen sobre el medio ambiente y contribuyen al cambio climático.
En otras palabras, no es lógico suponer que podemos prescindir de las materias primas. No prescinde de ellas Canadá, no prescinde Noruega, no prescinde Australia. Las materias primas no son en sí mismas un freno, tal como no son en sí mismas una solución. Marcan una realidad con la que tenemos no solamente que convivir, sino a la que tenemos que sacarle partido. No repitamos de manera incesante la idea de que las materias primas a la larga son una maldición, si entendemos que nuestro cambio de matriz productiva dependerá de cómo elaboramos ese proceso productivo. Ése es un aspecto fundamental a considerar si queremos reformular nuestro futuro.