Carlos D. Mesa Gisbert | LOS NUEVOS ELECTORES
Como muy bien han anotado algunos teóricos latinoamericanos, es indispensable entender que los políticos de hoy en su gran mayoría no han entendido que los cambios que vive la sociedad regional son esenciales y se traducen en características muy claras. Más del 60% de los electores tienen entre 18 y 25 años. La vida se ha feminizado (rol de la mujer, protagonismo de ésta en todos los ámbitos de la actividad, conquista de derechos, pero también actitudes masculinas más próximas a una sensibilidad que hace décadas era criticada por “afeminamiento”), el hedonismo se ha impuesto y finalmente la revolución de las comunicaciones (la computadora, el Internet y los celulares inteligentes como sus expresiones más contundentes) tiene una magnitud que cambia de modo radical todo o casi todo lo que funcionaba en la política del pasado, empezando por el perfil básico de los valores en debate.
Si es verdad que el martirologio, la mitificación de la muerte (¡Patria o muerte, venceremos!), la idea del sacrificio, el sentido de la responsabilidad y de la culpa, entendidos como una condición básica de la vinculación del individuo con la sociedad en función de su participación o no en la “transformación de la sociedad”, son valores que formaron parte esencial de cómo concebimos nuestro rol social y las razones que movilizaban a comunidades enteras, deberemos preguntarnos cuáles son los parámetros en los que nos movemos hoy y en los que creen hoy nuestras sociedades.
¿Qué es, en consecuencia, ser de “derecha” o de “izquierda”? Los valores de la “derecha” se asocian al individualismo egoísta, a la economía de mercado, al dominio de lo privado sobre lo público, a la insensibilidad social, al racismo y a la idea de la exclusión en general. ¿A qué pueden asociarse las ideas de la “izquierda”? A la recuperación del rol del Estado en la economía, a la idea de que hay recursos naturales estratégicos que deben estar en sus manos, a la concepción de una “utopía” de igualdad y al cuestionamiento del “modelo”, a la recuperación del discurso anti imperialista, al discurso de la inclusión, la justicia social y al radicalismo en temas de medio ambiente y de reafirmación de identidades particulares. Esta diferenciación no es necesariamente exacta. No existen más ideas absolutas. La gente es liberal en economía y amplia en el reconocimiento de derechos civiles y opciones sexuales o religiosas y a la inversa. ¿Cuáles son los nexos entre una postura y otra? Más de los que nos gusta aceptar. Evidencias en términos éticos (lucha contra la pobreza, inversión social, búsqueda de equidad e inclusión) y aquellas que comienzan a parecerse a las leyes generales de la física (no totalmente inmutables, pero bastante claras, como la de la gravedad, por ejemplo o en economía un equilibrio macroeconómico y una presencia global del mercado). Desde la “derecha” se afirma que la globalización es un hecho factual más allá de lo que opinemos de ella y que hay que integrarse a ella para no perecer, desde la “izquierda”, se propugna luchar para destruir la globalización. Desde el integrismo religioso islámico se propugna la destrucción de los valores de Occidente para lograr la imposición de una sociedad dominada por Alá. Poco o nada tiene que ver eso con nuestro debate ideológico, pero muchos desde la “izquierda” latinoamericana interpretan identidades con esa postura, por un solo ingrediente común, la postura antiestadounidense (el enemigo de tu enemigo…).
Desde cualquier lugar de América Latina una joven de “derecha” o de “izquierda” que entra al mercado, tiene que lidiar con sus aspiraciones individuales, con la presión del éxito, con la demanda de igualdad de trato y salario con un compañero de trabajo hombre, con la evidencia de que la oferta de trabajo es menor que la demanda y con la aspiración de la felicidad traducida en consumo. Vivir mejor es consumir más y para consumir más es necesario tener capacidad de consumir más a través de ingresos que lo permitan. Ese dinero es el aceite de una economía que ha encontrado la curiosa fórmula de que los objetos (aún aquellos que te transportan al mundo de la virtualidad lúdica, informativa, económica, científica, etc.) son la felicidad. Esa sinonimia inventada por Occidente en el último medio siglo ha condicionado el diseño de la economía, de la sociedad y de su funcionamiento. Su éxito es su destrucción. Sus inventores están buscando la fórmula para encontrar la solución antes de que el propio planeta, igual que la mayoría de los objetos que produce esa sociedad, sea fungible irreversiblemente. Esta es una cuestión que comienza a ser esencial en el debate de fondo también en América Latina. El modelo y la concepción filosófica del progreso, el crecimiento y el bienestar, está en cuestión.