Carlos D. Mesa Gisbert | NUEVOS PROFETAS Y VIEJAS UTOPÍAS
Quizá la palabra más relevante hoy sea Incertidumbre. La incertidumbre que vale para la mirada política, para la social y para la económica. No es un término que cuadre sólo en América Latina, el continente tradicionalmente volátil. Por el contrario, el concepto vale para la sociedad global, que se había construido y pensado sobre la idea de que la globalización tal como funciona hoy es un hecho incuestionable que no puede ponerse a debate, en tanto es una realidad que lo único que permite es insertarse en ella y aceptarla.
Pero la historia nos ha enseñado que no hay verdades absolutas y que no se debe suponer que los hechos consumados son irreversibles. Es al revés, los escenarios políticos, económicos y sociales están acelerándose en su transformación. Un cambio cardinal que hace cinco siglos marcaba una ruta que duraba una o dos centurias, hoy día —con suerte— dura una década y mañana si llega a un lustro nos podemos dar por bien pagados. En consecuencia, no es bueno caer en la peligrosa tentación de definir escenarios y hacer prospectiva de largo plazo en función de los precarios elementos de análisis que hoy tenemos. Hace menos de seis meses, por ejemplo, el actual panorama de precios del petróleo, de congelación de Europa, de desaceleración económica de un gigante como China, o de recuperación del gigante mayor, Estados Unidos, no estaba en el radar, no ciertamente en los términos en que se produjo. Se podía pensar lo obvio: hay ciclos económicos, hay momentos de expansión y hay momentos de recesión. Eso, sin embargo, se ha desarrollado sobre elementos que no estaban en el libreto. En consecuencia, la posibilidad de definir cómo encaramos el presente y el futuro debiera ser la cautela, y debiera, definitivamente, desterrar dogmas de cualquier jaez.
Si aceptamos esta evidencia, si nos damos cuenta de que la incertidumbre se ha instalado para quedarse por un largo tiempo, podríamos también preguntarnos si aquello que nos parecía una polarización de largo aliento en América Latina entre dos ideas, cuestionables ciertamente, pero inevitables para entendernos, que hay una América Latina a la derecha y otra a la izquierda, nos obligan a repensar lo que ambas implican para establecer mejor las pautas sobre sus contenidos, especialmente en cuanto a la orientación de aquella parte que está supuestamente a la izquierda.
La teoría de que hay una América Latina de izquierda que recupera las viejas utopías de los años sesenta y setenta del siglo pasado, no es otra cosa que una teoría. Y no porque esa utopía no tenga un valor intrínseco, sino porque uno no puede aplicar recetas de un momento a otro momento de manera mecánica. Podemos mantener ideales y podemos mantener construcciones del Deber Ser de un continente, lo que no quiere decir que podamos aplicar rigurosamente lo que pensábamos en 1959 con la Revolución cubana, o en 1967 tras la muerte del Che a la realidad de hoy. Ese es uno de los problemas que enfrentan algunos marxistas de América Latina: suponer que el pasado se congeló, que hubo un momento de Edad Media negra y oscura, definido con la etiqueta de “neoliberal”. La tesis de que este presente descongeló ese pasado, recuperó las utopías y hundió el “oscurantismo liberal” y nos permite construir hoy el futuro sobre esas premisas, es un referente parcial. Está claro que este mundo confuso exige respuestas flexibles en las que inevitablemente parte de la globalización se entrecruza con, por ejemplo, la plurinacionalidad
Es una de las razones para que estos equívocos nos conduzcan a pensar que lo que se está planteando en varios de nuestros países está referido a la mitología vinculada a la revolución socialista del momento de la Guerra Fría y lo que simbolizó algún gran líder latinoamericano de esos procesos que acabó, como el Cid Campeador, en el momento final de la batalla frente a los moros, como un caballero muerto al que han montado en el caballo y le han apuntalado la espalda para dar la impresión a su ejército de que está allí liderándolo. Es la historia contra el presente, son los viejos paradigmas frente a los nuevos que no representan exactamente aquello que se concibió en la segunda mitad del siglo pasado, pero que tampoco es el mundo de la modernidad que pareció emerger de los escombros del Muro. Todavía es difícil caracterizar a la nueva izquierda latinoamericana, todavía es una entelequia no descifrada, una realidad compleja en la que conviven los radicalismos, la ortodoxia marxista, la inserción de una tradición propia no europea, el capitalismo más salvaje y la modernidad real más renovadora. Todavía con resultados disímiles y contradictorios.
Para cerrar el cuadro miremos a Europa que se creía curada de los virus de la adolescencia, y que se descubre envuelta en dudas e inseguridades y escucha, igual que América Latina, las trompetas de los nuevos profetas, los de las viejas utopías.