Data: enero 15, 2015 | 18:43
ENSAYO | Hay una colisión entre los tiempos perdidos contra los momentos emergentes...

GRAMSCI, ESTADO Y COMUNICACIÓN

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Para los comunicadores inmersos en este conflictivo proceso el dilema es simple: o trabajas convalidando los mensajes dominantes de la sociedad política (con toda su carga de autoritarismo, sectarismo, corrupción y desinformación), o militas en la sociedad civil contribuyendo con transparencia informativa a la constitución de un discurso contrahegemónico y auténticamente renovador. Para los periodistas, que somos trabajadores del conflicto por excelencia, este dilema pone a prueba de fuego nuestra calidad ética y profesional…

© Wilson García Mérida

La ciencia política que aprendió de la historia, tuvo a bien dejar sentado el concepto de Estado en su más estricta e irrefutable acepción. Resume la esfera de lo público. Y bajo la avanzada concepción de Gramsci es la “sociedad política totalizadora” en la cual deben concurrir cuatro elementos imprescindibles que constituyen esta categoría: el pueblo que es su elemento humano, el territorio como su entorno físico, el poder político que es la facultad de mando sobre la sociedad, y la soberanía que es su capacidad de autogestionarse. 

Siendo el Estado la sociedad política totalizadora, es decir un germen natural del totalitarismo, Gramsci nos proveyó del antídoto más eficaz en teoría y convincente en la práctica: la sociedad civil, que es el germen natural de la democracia, allí de donde emergen las corrientes de reforma ética e intelectual para transformar el Estado desde la cotidianidad de las necesidades culturales y domésticas, allí donde es posible hallar la genuina esencia de un (todavía hoy) hipotético “Estado Comunitario” como efecto estatal de una articulación racional y emotiva entre la sociedad política (esencia estatal) y la sociedad civil (esencia comunitaria).

Una utopía comunicacional

La utopía comunicacional del «estado comunitario» es una búsqueda de «perfecto» equilibrio entre la racionalidad estatal de la sociedad política (transparencia funcionaria, eficiencia en la administración pública, respeto a los derechos humanos desde los órganos coercitivos, etcétera), con las pasiones cotidianas y comunitarias de la sociedad civil (libertad de expresión y de culto, desarrollo de las artes y las ciencias, estabilidad y bienestar en las familias, democratización de la educación y la salud, etcétera).
Demasiada sociedad política (partidocracia, verbi gratia) lleva al autoritarismo y exceso de sociedad civil (anomia) conduce a la ingobernabilidad.
Se trata de equilibrar ambas pulsiones, y la comunicación es el factor equilibrante.

Estaríamos ante una colisión entre los tiempos perdidos contra los momentos emergentes. El exceso de racionalismo que despliega la sociedad política (el Estado) para imponer su dominio sobre las subalternidades refugiadas en la sociedad civil (la Comunidad), que a la vez reaccionan con naturales apasionamientos ante realidades políticas como el prebendalismo y otras formas de arbitrariedad y corrupción, da lugar a un escenario de crisis general estructural: crisis de hegemonía, crisis de liderazgo, crisis de instituciones y de credibilidad del discurso dominante. Corresponde en estas coyunturas la definición de discursos alternantes, es decir la formación de renovadas corrientes de opinión pública capaces de delimitar y aislar los ámbitos absorbentes de la sociedad política en vías de descomposición (gestión pública prebendalizada, populismo galopante, partidrocracias envolventes, etcétera), frente a una emergencia de renovación ética y moral gestada desde la sociedad civil como protagonista de una acción comunicativa en el sentido de Habermas. La comunicación es una vía expedita para lograr el efecto estatal de las emergencias éticas y renovadoras de la sociedad civil (fuerza comunitaria), frenando las pulsiones totalitarias y corruptas de la sociedad política (fuerza estadólatra). 

Para los comunicadores inmersos en este conflictivo proceso el dilema es simple: o trabajas convalidando los mensajes dominantes de la sociedad política (con toda su carga de autoritarismo, sectarismo, corrupción y desinformación), o militas en la sociedad civil contribuyendo con transparencia informativa a la constitución de un discurso contrahegemónico y auténticamente renovador. Para los periodistas, que somos trabajadores del conflicto por excelencia, este dilema pone a prueba de fuego nuestra calidad ética y profesional.

Artículo publicado originalmente en Los Tiempos, el 11 de enero, 2015
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