13 CLAVES PARA LEER Y ENTENDER A BORGES
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Al conmemorarse el 120 aniversario del nacimiento de Jorge Luis Borges, el periodista Luciano Sáliche ha elaborado los datos clave de su vida y de su obra, de los cuales hemos selecionado los 12 puntos más significativos:
1. Su eterno nombre
No hace falta agregar nada. Con decir Borges alcanza y sobra. Sin embargo, su nombre completo era Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, que deviene de la conjunción de los nombres de sus familiares directos, como un gran rompecabezas que lo conforman: su padre, Jorge Guillermo Borges; su madre, Leonor Acevedo Suárez; su abuelo paterno, Francisco Borges Lafinur; su abuelo materno, Isidoro de Acevedo Laprida; su tío Luis Melián Lafinur. Pero no hace falta: con decir Borges alcanza y sobra.
2. El momento de su nacimiento
Nació un día como hoy, 24 de agosto, pero de 1899, a las cinco de la madrugada: hace exactamente 120 años. Prematuro: ocho meses de gestación y su madre lo parió en su casa, ubicada en la calle Tucumán al 840 de la Ciudad de Buenos Aires. Allí nació, pero su infancia transcurrió en otro lugar: Serrano 2135, en el barrio porteño de Palermo.
3. Morir en Ginebra
Murió lejos de su país, en Ginebra, el 14 de junio de 1986. Ese año se enteró que padecía cáncer. Tenía 86 años y estaba un poco cansado de la farandulización de su figura. Entonces partió para la ciudad suiza que ya conocía y muy bien. Hizo todo bastante rápido, pues sabía que el desenlace no tardaría demasiado. El 26 de abril se casó con María Kodama y a los pocos meses ocurrió su deceso.
¿Por qué eligió Ginebra? Fue la ciudad de su juventud. En Atlas, un libro que escribió junto a Kodama, se lee: «De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad (…) Sé que volveré siempre a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo».
GALERÍA | Sus huellas en el siglo XX
4. Literatura temprana
Niño prodigio: sin dudas, Borges lo era. A los cuatro años sabía leer y escribir. En su casa se hablaba en español y en inglés con lo cual creció en un ambiente bilingüe. La gran biblioteca de su padre —abogado, profesor de psicología, traductor y escritor— sirvió como puntapié inicial. «Si tuviera que señalar el hecho capital de mi vida, diría la biblioteca de mi padre. En realidad, creo no haber salido nunca de esa biblioteca. Es como si todavía la estuviera viendo», dijo en una entrevista, con su mente en la más temprana infancia.
En el otro extremo de su vida, precisamente en 1974, Emecé publicó sus Obras Completas. Claro que aún faltarían algunos libros más, por ejemplo El libro de arena de 1975 o Los conjurados de 1985, ya que su obra no estaba definitivamente concluida. Sin embargo, era hora de revalorizar todos sus escritos. En el prólogo de aquella histórica edición, escribió: «Como De Quincey y tantos otros, he sabido, antes de haber escrito una sola línea, que mi destino sería literario».
5. Su primer libro
Su primer libro es un poemario, Fervor de Buenos Aires, que se publicó en 1923 por la Imprenta Serrantes con una edición pequeña, mínima, de 300 ejemplares. En la tapa, un dibujo de su hermana, Norah Borges, representa la capital argentina como esa mezcla de metrópoli y pueblo que era, pero también una mirada melancólica —algo extraño en un muchacho de veintipico de años—, así como el punto de partida de toda la literatura que vino después.
En sus propias palabras: «Pienso que nunca me he alejado mucho de ese libro; siento que todos mis otros trabajos sólo han sido desarrollo de los temas que en él toqué por primera vez; siento que toda mi vida ha transcurrido volviendo a escribir ese único libro».
6. Ni una sola novela en su vasta obra
Hay un viejo chiste que se usó mucho en televisión. «¿Leyó alguna novela de Borges?» Muchos responden que sí. Lo cierto es que Borges, para sorpresa de muchos, y aunque el siglo XX fue el siglo de la novela, no escribió ninguna. «En toda obra larga hay una parte de ripio, algo que se pone para rellenar», dijo en una entrevista televisada para justificar tal decisión.
También esbozó algunos motivos en Un ensayo autobiográfico: «En el decurso de una vida dedicada principalmente a los libros he leído pocas novelas, y en muchos casos sólo un sentido del deber me ha permitido llegar a la última página. A la vez, siempre he sido un lector y un relector de cuentos».
Esto pone de manifiesto varias cosas. Por un lado, el respeto que les tenía a los géneros. A diferencia de los escritores que los consideran estructuras viejas que es necesario derribar y mezclar, Borges utilizaba estas convenciones literarias para ordenar sus lecturas y sus escrituras. Su obra es muy esquemática en ese sentido.
Para cerrar este apartado, nada mejor que sus palabras. En 1982, en el libro de Fernando Sorrentino Siete conversaciones con Borges, dice: «Nunca pensé en escribir novelas. Yo creo que, si yo empezara a escribir una novela, me daría cuenta de que se trata de una tontería y que no la llevaría hasta el fin».
7. Un riguroso lector, más que escritor
A menudo se dice que Borges, más que un escritor, fue un lector. Para él, la lectura era el gran fenómeno literario, el éxtasis primitivo, la fuente de toda imaginación, la piedra filosofal de la inteligencia. La biblioteca como una forma del Paraíso, como dijo alguna vez.
En una entrevista de 1981 dijo: «No estoy seguro de que yo exista, en realidad. Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados…» Ahí está: «Soy todos los autores que he leído».
Hay una frase famosa (del poema «Un lector», Elogio de la sombra, 1969) que da vueltas por los laberintos de la web y que lo pinta de cuerpo entero: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mi me enorgullecen las que he leído». No por nada el Día del Lector se celebra en su homenaje. Quienes lo estudiaron más de cerca lo señalan. Carlos Gamerro, por ejemplo, dice que «pocos se atreverían a discutir que Borges fue el lector más intenso e interesante».
8. Políticamente anti-peronista
Antiperonista y anticomunista. «Y, sobre todo, antinacionalista», agrega en una entrevista radial de Uruguay en 1978, para que no queden dudas. En principio, así se define, por oposición, anti. La política en Borges es una zona llena de prudencia pero a la vez de convicción. Cada vez que tiene que hacer una declaración, la hace. Tiene sus motivos. Por ejemplo, del peronismo —al que considera «liberticida y de raíz fascista»— dirá muchas cosas, no sólo desde el plano personal, también desde el literario.
«La fiesta del Monstruo» es un cuento de noviembre de 1947 escrito por H. Bustos Domecq, el seudónimo que usaban con Adolfo Bioy Casares. El narrador es un obrero entusiasmado con el Monstruo, que no es otro que Perón. Un fragmento: «Cuando por fin me enrosqué en la cucha, yo registraba tal cansancio en los pieses que al inmediato capté que el sueñito reparador ya era de los míos. No contaba con ese contrincante que es el más sano patriotismo. No pensaba más que en el Monstruo y al otro día lo vería sonreírse y hablar como el gran laburante argentino que es».
Pero, ¿por qué su antiperonismo? Tenía motivos. En primer lugar, los personales. El peronismo arrestó bajo insólitas motivaciones a su madre y a su hermana, algo que él entendió como una indigna provocación. Antes de que Juan Domingo Perón fuese elegido presidente, él dirigía la biblioteca municipal Miguel Cané. En 1947, luego de la llegada al poder del nuevo gobierno, lo echaron, pero le dieron otro cargo: Inspector de mercados de aves de corral. ¿Fue realmente así? Patricio Zunini, estudioso de la vida y la obra de Borges, asegura que es un invento del autor.
Perón —»una especie de segundo Rosas»— fomentaba «la opresión, el servilismo, la crueldad y la idiotez». Por eso, «combatir estas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor». Ese antiperonismo encalló en el apoyo a la Revolución Libertadora. En esa entrevista radial de 1978 que se menciona al principio, dice también que la dictadura de Jorge Rafael Videla, es «el único gobierno posible. No diré el mejor gobierno posible, pero sí el único gobierno posible en estos momentos».
Borges y peronismo: una tensión riquísima para pensar la cultura argentina de la segunda mitad del siglo XX. Merecería un apartado aparte, pero cerrémoslo aquí, con tres frases suyas donde la prudencia está solo en la ironía, luego es todo convicción ideológica. «Los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles»; «el peronismo es algo inverosímil»; «los peronistas son gente que se hace pasar por peronistas para sacar ventaja».
Entrevista de Antonio Carrizo a Jorge Luis Borges junto a María Kodama, en 1979 | VIDEO
9. Una luminosa ceguera congénita
La ceguera de Borges era congénita. Su padre y su abuela la padecieron. Más temprano que tarde, le llegó su turno. Una «modesta ceguera», dice en una conferencia de 1977 en el Teatro Coliseo de Buenos Aires. Es la séptima de esa serie y se refirió a ella «porque a la gente le interesa más lo personal que lo general, lo concreto que lo abstracto». ¿Y por qué modesta? Fue progresiva, sin un eclipse definitivo. «Se ha extendido desde 1899 hasta 1977 y no hubo un momento dramático, fue un lento crepúsculo que duró más de medio siglo».
Eso está en su literatura. En «El poema de los dones» y «El oro de los tigres». Su interés por indagar literariamente este asunto tiene que ver con que «el mundo del ciego no es la noche que la gente supone». En 1977, al momento de la conferencia, Borges tenía ceguera total de un ojo y ceguera parcial del otro. «Todavía puedo descifrar algunos colores», dice. El azul y el verde, por ejemplo. El rojo ya no. El negro y el blanco se le aparecen difusos, poco concretos. Pero hay un color «nunca infiel, leal, que me ha acompañado siempre» con el que tiene una «amistad»: el amarillo.
En el poema «El oro de los tigres», publicado en el libro homónimo de 1972, se lee: «Con los años fueron dejándome / los otros hermosos colores / y ahora sólo me quedan /la vaga luz, la inextricable sombra / y el oro del principio. / Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores / del mito y de la épica, / oh un oro más precioso, tu cabello / que ansían estas manos».
10. Ético mas no religioso
Borges no creía en Dios. Si bien su madre, católica practicante, le inculcó el rezo antes de dormir, él estaba seguro que tal Dios no existía. Hay una entrevista publicada de 1978, donde dice: «Yo ahora estoy seguro de que no hay otra vida y que no hay Dios. Es una certidumbre que me satisface, me tranquiliza. Saber que todo esto pasará, que yo me olvidaré, que seré olvidado… Yo soy un hombre ético pero no religioso». Hace falta introducirse apenas en las orillas de su literatura para comprobarlo.
Un buen ejemplo es el poema «Ajedrez», incluido en el libro El hacedor de 1960. Los tres versos finales son estos: «Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonía?» Lo que queda a las claras es que Borges sentía una especial curiosidad, una singular incertidumbre por la vieja pregunta de quién creó al creador y de qué antecede al inicio.
Sin embargo, en la ceremonia de su entierro en el cementerio de Plainpalais —las crónicas de la época hablan de ocho grandes coronas de flores alrededor; una de ellas, sin firma, decía «Al más grande forjador de sueños»— un sacerdote católico contó a los presentes que la noche anterior fue a verlo y sintió, a través de sus manos, «la gran pasión de Borges por la vida». Eso no es todo.
La gran revelación la hace Adolfo Bioy Casares en su libro Borges —todas las revelaciones acerca del gran escritor argentino están en ese bendito y maldito libro— cuando afirma, según su traductor al francés Jean-Pierre Bernès, que «Borges murió diciendo el Padrenuestro. Lo dijo en anglosajón, inglés antiguo, inglés, francés y español». Esto, desde luego, es incomprobable.
11. El Premio Nobel que le negaron
Nunca un argentino ganó el Premio Nobel de Literatura, el más importante y más popular galardón literario. Y si alguien de este frío país del sur debería haberlo obtenido, ese fue Borges. Su nombre siempre estuvo en el radar de la Academia Sueca, sin embargo: la negativa. Las conjeturas siempre estaban vinculadas a las ideas políticas de Borges. El año pasado, cuando un escándalo anuló la entrega del Nobel, volvió el tema a la mesa. Entonces, apareció un informe desclasificado de 1967 donde la Academia revelaba el motivo, al menos «formal», por el que Borges jamás lo obtuvo. Todo se publicó en el diario sueco Svenska Dagbladet. Aquel año, el presidente del Comité, Anders Osterling, rechazó al autor de El Aleph con un comentario tajante: «Es demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura». Fatalista. «No ganar el Nobel fue el precio que pagó por la libertad», dijo Kodama en 2006. Tal vez haya sido mejor así.
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12. María Kodama
Su legado está en manos de María Kodama, su última esposa, 38 años menor. Con ella se casó en 1986, meses antes de morir, pero la historia viene de mucho antes. Se conocieron en una clase que él daba sobre literatura inglesa. «Ese día creí que me moría», confesó en su momento Kodama. Licenciada y profesora de literatura, le interesaban particularmente las lenguas anglosajonas. Borges, por su parte, sentía especial curiosidad por el idioma islandés. Estudiaron juntos aquella lengua y desde entonces se volvieron inseparables.
Kodama se convirtió en su secretaria —escribieron juntos los libros Breve antología anglosajona (1978) y Atlas (1984)—, más tarde en su esposa y actualmente es la albacea de su valiosísima obra. En 2016, María Kodama publicó su segundo libro, Homenaje a Borges, donde escribe: «Aunque parezca una paradoja, la muerte y la vida no son signos opuestos, sino que son un solo fluir cuando el vínculo entre el ser que parte y el que queda es el amor». Y más adelante: «Desde el centro de nuestro jardín secreto se alza esa llama que pertenece a la dinastía de los amantes».
13. Su asociación con Adolfo Bioy Casares
Más que un amigo, Adolfo Bioy Casares es la figura que se impone como su compañero de aventuras. Se conocieron en 1930 y, pese a los 13 años de diferencia, entablaron una amistad que fue creciendo con los años. Para dos hombres a quienes sólo les interesaba escribir, esa relación también acaparó el terreno literario. Escribieron muchos libros a dos manos, además de famosas antologías. Bajo el seudónimo Honorio Bustos Domecq —la reunión de los apellidos de un bisabuelo materno de Borges (Bustos) y de la abuela paterna de Bioy (Domecq)— publicaron cuatro libros, el más famoso tal vez: Seis problemas para don Isidro Parodi, de 1942. También usaron el seudónimo Benito Suárez Lynch.
Con esos textos a cuatro manos, dice la crítica María del Carmen Marengo, «están demostrando ser también grandes observadores de tipos, costumbres y ambientes, así como están dando cuenta de un fino oído para captar los lenguajes sociales. Sin embargo, usan estos elementos de una manera diferente de como lo harían el costumbrismo o el realismo social. Más cerca, finalmente, de Macedonio Fernández que de Fray Mocho, a quien dedican el primero de sus relatos, están usando los lenguajes sociales y la ‘pintura’ de ambientes al servicio de modos más complejos de representación».
Cabe destacar aquí, además de la generosidad de Borges al calificar de «novela perfecta» en el prólogo a La invención de Morel de Bioy, que su amigo plasmó su amistad en un diario que fue escribiendo durante décadas. Son anotaciones breves, diarias y cotidianas que se reunieron en un libro de 1664 páginas. Se publicó en 2006, siete años después de la muerte de su autor. Se lo tituló simplemente Borges y tiene una foto de ambos amigos, muy jóvenes, sentados en una escalinata. El libro, no sólo revitalizó la obra del autor del El Aleph, sino que también sirvió para mostrar al Borges humano, al Borges persona, al Borges más íntimo con sus gracias, sus obsesiones y sus maldades.