Data: julio 16, 2017 | 13:50
TESTIMONIO SOBRE UN BOLIVIANO DIGNO | Una breve semblanza del fundador y primer Presidente de la Sociedad de Poetas y Escritores de Pando...

Anuncian en Cobija que la obra de Álvaro Pinedo será reeditada

El teniente Álvaro Pinedo Antezana en 1967, comandando la célebre y heroica Flotilla de Lanchas de la Guardia Aduanera en el Lago Titticaca. | Foto cortesía familia Pinedo Suárez

Hace algunos días Álvaro Pìnedo Suárez, uno de los ciudadanos más dinámicos dentro el ámbito empresarial y cultural de Cobija,  anunció la reedición póstuma  de los libros literarios y periodísticos de su papá, don Álvaro Pinedo Antezana. La noticia causó beneplácito y una expectativa generalizada ya que —en especial para las nuevas generaciones— recordar y conocer la vida y la producción intelectual de aquel meritorio pandino nacido en La Paz, a través de su obra completa, será una importante contribución para la conciencia pública de hoy…

© Wilson García Mérida | Redacción Sol de Pando en Brasilia

Alvaro Pinedo a bordo de un navío en su emprendimiento de impulsar el desarrollo de la nevegación fluvial en la Amazonia boliviana.| Foto cortesía familia Pinedo Suárez

A comienzos de los años noventa mi colega Alfredo Medrano Rodríguez, el recordado Urbano Campos, puso en mis manos un par de libros —“El Encuentro” y “Los Mercenarios del Aire”— del escritor y periodista Álvaro Pinedo Antezana, un intrépido policía jubilado con arriagada vocación literaria que había anclado a orillas del rio Acre, en Cobija, donde, entre otras cosas salidas de su buena fe, impulsó la fundación de la Sociedad de Escritores y Poetas de Pando, de la cual fue su primer Presidente.

Me sorprendió ver que ambos libros que me entregó Alfredo con inusual y fina ceremoniosidad, llevaban una dedicatoria con puño y letra del autor dirigiéndose a mí de un modo elogioso y cortés, “Alvaro es un buen amigo que lee constantemente tus artículos en Los Tiempos y te tiene en gran estima”, me dijo el Urbano Campos. Cuando leí aquellos dos primeros libros de Pinedo, de los varios más que pude conocer en los años siguientes, quedé impresionado por la empatía que me hacía muy afín a don Álvaro aún sin conocerlo personalmente. Su amor por Pando, que es latente en todo boliviano condolido por la patria desvertebrada, su apasionamiento por la investigación periodística, su fe religiosa en la transparencia y su intransigente intolerancia para con corruptos y criminales que causan daño nacional.

Sobre todo su rigurosa labor de investigador en los áridos parajes de la corrupción estatal emergente del narcotráfico, influyó decisivamente en mi trabajo relacionado al tema. Hoy que lo recuerdo mirando atrás, valoro más aún su legado.

Un soldado de la Revolución Nacional

Nacido en La Paz, pertenece a esa generación que llevó a cabo la Revolución Nacional de 1952 con el vigor de sus pasiones y la certeza creadora de sus convicciones. Tenía 22 años cuando estalló la insurección del 9 de abril, y como muchos jóvenes de entonces, cuya infancia había sido marcada por el drama de la Guerra del Chaco, acarició el sueño de un país integrado y potente a partir de su rica diversidad geográfica, étnica y cultural.
Los carabineros de Bolivia, como se llamaban los policías nacionales, eran la vanguardia revolucionaria que desarmó a la oligarquia junto a los mineros y campesinos. En aquellos días ser carabinero era ser revolucionario, y como no hay nada más patriota que velar por la seguridad y el bienestar de un pueblo, Álvaro Pinedo se hizo miembro de la Policía Nacional y entonces su destino de centinela de la revolución quedó marcado por toda su vida. Un año antes de abril del 52, egresó de la Escuela Nacional de Policías. Desde el ejercicio de esa profesión profundizó su mirada de la realidad nacional escrutándola en sus eslabones más débiles buscando hacer fortalezas donde hacía falta.

Aventuras reales para libros legendarios

“El Encuentro”, primer libro del autor publicado en 1967, ganó ese año el Premio Nacional de Cuento. | Foto cortesía familia Pinedo Suárez

En 1959 hizo un curso de Pilotaje Naval en el Cuerpo de Guardacostas del Estado de Pará, Brasil, aprendiendo a surcar los ríos amazónicos al abrirse paso entre las matas frondosas del bosque tropical.  Entonces el policía nacido en La Paz se había transformado en el pionero de las tierras lejanas. En 1965 organizó la Policía Montada en el Beni, trasponiendo las tierras de Moxos y cabalgando sobre las rutas misteriosas que le llevarían metafóricamente al Paitití, la Loma Santa Dorada, afiebrando la inspiración del escritor hasta los límites incluso de la ciencia ficción. Entonces escribió “El Encuentro”, su primera obra narrativa que ganó el Premio Nacional de Cuento en 1967 por su bella calidad descriptiva.

Otros relatos lúdicos y románticos escritos por el autor están plasmados en sus libros “El Fuego Errante” y “Más allá de los sueños”.

Cuando una orden de destinos le llevó de nuevo al altiplano andino donde prestó servicios entre los años 1967 y 1971, aprovechó la ocasión para organizar y comandar la primera Flotilla de Lanchas Patrulleras de la Policía Aduanera, con base en el puerto de Guaqui, sobre el Lago Titicaca. Ahí fue cuando protagonizó un combate de fuego cruzado con una banda de contrabandistas armados hasta los dientes a bordo de un velero, episodio del cual el periódico Jornada publicó una crónica narrada magistralmente por la pluma talentosa del escritor Jorge Suárez —autor del memorable “El Otro Gallo” entre otras joyas de la Literatura nacional— quien a la sazón dirigía dicho matutino paceño. Recordemos que la Policía Nacional, entonces, era la institución responsable de reprimir el delito de contrabando.  De manera simultánea a las tareas de patrullaje, la flotilla naval comandada por el teniente Pinedo realizaba también labores de alfabetización en las comunidades aymaras circundantes al Lago.

En 1972 Pinedo volvió al trópico boliviano donde aplicó su experiencia ganada en Guaqui, organizando y comandando la Flotilla Médico Fluvial con base en Riberalta. Atravesando los ríos Beni, Madre de Dios, Abuná, Tahuamanu y Acre, terminó anclando en Cobija, Pando, el lugar que eligió para aposentarse arraigando aquí su hogar.

Antes de retirarse de la Policia, en 1978, descubrió que el contrabando común estaba siendo desplazado por un delito más destructivo que se apoderaba de las fronteras del país y del Estado en sí: el narcotráfico. Su lucha contra este flagelo que terminó enterrando para siempre los principios edificantes de la Revolución Nacional, fue otra aventura fabulosa que alimentó su labor literaria y periodística en un período convulsionado de la democracia boliviana.

Un episodio poco conocido

La crónica del 3 de mayo de 1967, en primera plana del periódico «Jornada» de La Paz dirigido por el escritor Jorge Suárez. | Foto cortesía familia Pinedo Suárez

El 28 de abril de 1967, el teniente Álvaro Pìnedo que estaba al mando de la flotilla de lanchas aduaneras que había creado en el altiplano lacustre de La Paz, libró un espectacular combate armado contra una banda de contrabandistas,  incidente que fue narrado por el escritor Jorge Suárez en el periódico “Jornada” dirigido por él. La crónica publicada el 3 de mayo de ese año parece un cuento extraído de algún libro del propio Pinedo. Lo transcribimos in extenso por su valor histórico:

“Contornos dramáticos y verdaderamente cinematográficos rodearon al encuentro armado librado en aguas del Lago Titicaca por una lancha patrullera de la Guardia Aduanera, con un velero repleto de contrabandistas armados. El hecho ocurrió en las proximidades de la desembocadura del Lago, el 28 de abril pasado, casi al filo de la medianoche. No se registraron bajas a pesar de lo nutrido de los disparos que se hicieron de uno y otro bando.

VELERO SOSPECHOSO

El día indicado, la lancha 004, al mando del teniente Álvaro Pinedo, realizaba crucero de patrullaje. A la altura de la desembocadura del rio Desaguadero divisó un velero de gran tamaño que por hallarse demasiado cargado y dirigirse a las costas de Taraco, se hizo sospechoso a los policías aduaneros.

El velero fue imediatamente interceptado y de la lancha patrullera surgió la voz enérgica de su comandante, ordanándole arriar velas y ponerse al pairo para la respectiva revisión.

RESPONDEN CON INSULTOS

La voz del oficial Pinedo fue ahogada con insultos groseros que proferían los tripulantes de la nave contrabandista. Ante esta inesperada reacción, el comandante policial ordenó al segundo de abordo disparase  gases de advertencia. Las granadas perforaron el velámen de la barcaza y, casi de imediato, de la misma partió un nutrido fuego de fusilería. 

EMPIEZA EL COMBATE

Pinedo, ante la constancia del sorpresivo ataque, tomó sus previsiones. Entregó los mandos de la lancha al contramaestre Calle, se ubicó en el puesto del astillero de proa y dísparó una ráfaga de ametralladora contra el mástil del barco atacante. Los proyectiles hicieron impacto en el trinquete, que se rompió en el acto, y en el velámen que sufrió grandes desgarraduras.

CONTESTAN EL FUEGO

Lejos de intimidarse, los contrabandistas volvieron a la carga afinando la puntería. Varios proyectiles hicieron impacto en el puente de mando de la lancha policial. Los vidrios de al lado de babor quedaron destrozados.

CORTINA DE HUMO

Ante la gravedad del riesgo que corría el grupo policial frente a un adversario superior en número que hacía gala de furor homicida, el teniente Pinedo recurrió a una hábil maniobra: Hizo que su lancha se aproximara más todavía al velero y cuando hubo conseguido esto, disparó un proyectil de gas lacrimógeno que estalló estruendosamente en el mismo centro del barco contrabandista. A consecuencia de la explosión una verdadera cortina de humo envolvía al velero, impidiendo a los contrabandistas eficacia a su fuego de fusilería,

DRAMÁTICA PERSECUSIÓN

Entretanto, proseguía el combate y la lancha policial daba vueltas alrededor del velero. Pero este ya había enfilado en dirección a la vecina costa peruana. El viento a favor le ayudó en su veloz huída.

Se inició, así, una dramática persecusión en medio de un intenso intercambio de disparos que se prolongó durante casi 20 minutos.

Cuando la nave contrabandista tomó aguas peruanas, los guardias aduaneros desistieron de la persecusión, respetuosos de la soberanía del país vecino.

LOS ATACAN DESDE TIERRA

La lancha policial se aproximó a la costa boliviana, a la altura de la boca del Desaguadero, para vigilar maniobras de la nave fugitiva, que a la sazón se aproximaba a la playa peruana, con muchas dificultades emergentes sin duda de las averías que había sufrido durante el encuentro armado. Sus tripulantes proferían a gritos su temor de que ocurra un naufragio.

Al acercarse a tierra, sobre el lado boliviano, la lancha patrullera fue recibida a tiros por desconocidos apostados en la costa. Ante esta nueva emergencia, no tuvo otro recurso que internarse lago adentro, prosiguiendo su crucero de patrullaje hasta el amanecer del día siguiente.

Es de señalar que el grupo policial no disparó en ningún momento al cuerpo de los contrabandistas, porque, se nos dijo, no está facultado para hacerlo. Su rol de vigilancia, en casos como este, no excede de la simple función de intimidación. Esto es así, paradójicamente, a pesar de los numerosos precedentes en que miembros de la Guardia Aduanera han sido victimados por contrabandistas que operan en el Lago Titicaca”.

Experiencias como aquella que formaban parte de la rutina profesional del buen policía, fueron la materia prima de su actividad literaria y periodística. Por ello es que dentro la obra de Álvaro Pinedo Antezana —como bien explica su primogénito al momento de anunciar la reedición póstuma de sus libros— “el proceso creativo se alimentó de experiencias personales recogidas en su papel de investigador, sus relatos captan muchas facetas del drama humano y social de los bolivianos”.

Un testimonio personal desde la vivencia periodística

La primera edición de “Los Mercenarios del Aire”, un libro de periodismo investigativo cuyo impacto esclarecedor motivó su necesaria reedición. | Foto cortesía familia Pinedo Suárez

Cuando me inicié como periodista de investigación en la redacción de Los Tiempos, 1988, dos años después de haberme desempeñado como columnista-corresponsal en el Parlamento bajo la jefatura del doctor José Nogales, volví de La Paz a Cochabamba llevándome el expediente íntegro del caso Huanchaca, y al empaparme de ese voluminoso informe congresal sobre aquel  mega-crimen fundacional del narcotráfico en la era post García Meza, una idea  me rondaba la cabeza hasta convertirse en la hipótesis que marcó mi trabajo futuro de casi una década: El negocio de la coca-cocaíana en Bolivia atravesaba una fisura profunda dentro su estructura interna.  El régimen de García Meza había revolucionado la actividad del narcotráfico dando el salto cualitativo de la pasta base al cristal, del sulfato al clorhidrato, es decir montando laboratorios de refinación que antes no existían en Bolivia porque esa fase industrial estaba bajo control exclusivo y monopólico de los carteles colombianos.

Antes de García Meza, Bolivia cumplía un rol secundario dentro el narcotráfico internacional: se limitaba a la elaboración semi-industrial de sulfato base de cocaína para su refinación en laboratorios de Colombia, país que por ello era el principal exportador de clorhidrato de cocaína (droga cristalizada) al mercado norteamericano.  La cristalización en Bolivia era mínima y con muy bajo impacto en el mercado externo. Internamente, el Chapare era fundamentalmente provedora de hojas de coca hacia pozas de maceración instaladas artesanalmente en el Beni, al otro lado del Isiboro Sécure. Con García Meza esa estrutura se transformó radicalmente. El coronel Luis Arce Gómez, Ministro del Interior de la ditadura, reprimió sangrientamente a los fabricantes benianos de pasta base, casi hasta el exterminio, obligando a los productores de coca en el Chapare producir el clorhidrato ahí mismo (dando origen a la proliferación de pozas de maceración en el trópico cochabambino) para que la droga semielaborada sea refinada en laboratorios sofisticados de cristalización que comenzaban a surgir especialmente en Santa Cruz, desafiando el monopolio de los colombianos. Este proceso que convirtió al Chapare en productora de pasta base y a Santa Cruz en la nueva capital del moderno narcotráfico boliviano, se desató con una masacre de “zepes” (transportadores de hoja de coca a las pozas del Beni) ocurrida a pocos días del golpe narco-militar. Huanchaca es el resultado de aquella “revolución” y toda la tragedia que rodeó a esa moderna factoría de cristalización giró en torno a esta fisura estructural del narcotráfico boliviano.

Después de la caía de García Meza y Arce Gomez, y con el advenimiento del “neoliberalismo” de la mano del MNR, la nueva estrutura forzada por la narco-dictadura militar se consolidó “democraticamente” con el apoyo del propio Gobierno norteamericano. Estados Unidos se alió con los nuevos barones de la droga (“Techo de Paja” & Cia), vinculados al MNR, para liquidar a los carteles colombianos y de paso financiar a los contras nicaragueneses con el dinero de la flamante cocaína boliviana de alta pureza, que emergia desde factorías como Huanchaca y también daba lugar a “inmobiliarias” como Finsa en una estructura de lavado sin precedentes en el país.

Cuando leí los libros de Alvaro Pinedo, y muy particularmente la información plasmada en “Los Mercenarios del Aire” (narcos del nuevo bando secuestrando naves paraguayas y brasileñas para usarlas como transportadoras desechables en el Golfo de México), hallé un sustento sólido a mi tesis de Huanchaca y me sentí muy bien acompañado en la narrativa de mi propia aventura periodística. Sobre esta misma línea investigativa públicó otros títulos como “Caso 451”, “El Cóndor de los Andes en Subasta” y “Delincuencia de Cuello Blanco”.

Por todo ello es que don Álvaro Pinedo Antezana merece ser recordado hoy y siempre.

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