Data: junio 13, 2018 | 8:31
HOMENAJE A UNA AMIGA DEL ALMA | Sin ti se arrebata a Cochabamba de algo íntimo. Va convirtiéndose en la ciudad de los ajenos, donde nosotros, hijos de la confusión de lo rural y lo urbano, permanecimos como un hito que el viento borró...

Claudio Ferrufino-Coqueugniot | MAGDA: NOTAS PARA LA TRISTEZA

Caminas entre molles, sauces y ceibos de tu lar. Sé que te hubiera gustado ver Palca de nuevo, acalorarte en Cocapata y hablar la lengua secreta, el quechua, que soltabas apenas en entornos muy privados…

© Texto original publicado el 12 de junio, 2018, en el Blog de Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Vestías de negro, lo recuerdo, con un fuerte contraste hacia el guindo cremoso de la garapiña. Casa de Abel, Villa Moderna, la más alta, o casi, del grupo. Mechón blanco, el resto negro. Y el novio empedernido, que fue padre luego y luego olvido. Hablamos en el rictus baboso de la borrachera, de Sanipaya y el río Sacambaya, de tu tierra que alguna vez fue mía aunque apenas la pisé en sus bordes cordilleranos. Hará un mes escribías en mi página de Facebook que teníamos que ir allá, al mundo secreto detrás de los Andes. Ya no iremos.

Imagino a Ligia desolada, porque fuiste su amiga cercana, cómplice, hermana. Sus lágrimas se evaporan entre toda la tierra que hay entre nosotros hoy. Quería verte, como todos cuando sabemos que la muerte ronda, que se sienta entre los seis bancos vacíos a las dos de la mañana enfrente de un asilo de ancianos.

Me gusta que hablamos, dos veces el último mes y prometiste mejorarte porque las maletas se preparaban para emprender la subida. Julio me escribió temprano: “se nos murió Magda, Claudinho”. Pues no te mueres mientras te recordemos. Después, ya, quién sabe, cuando estemos de greda negra y zapatos de charol. Mientras tanto sonríes traviesa saboreando la garapiña, venida de la chichera que hace milagros, opaca como pastel de pintor.

Tu casa era la casa, y de allí tiramos cohetes triples al cielo, apuntando a dios y a los ángeles que caían maduros al asador. La casa donde bailamos tangos patéticos, no importando la risa de los jóvenes ajenos al peso de la historia. Meu marido, me llamabas, parafraseando a Ligia. En la entrada los amigos la emprendían a golpes en esa peculiar manera fraterna de los cochabambinos. El mechón blanco de tu cabello negro no se despintó, con los años iba mimetizándose para engañar al público, que envejecer no lo hiciste para nada: seguías valiente, decidida, criando a tres hijos sola y lidiando con las penas de los amigos que lloraban en tu regazo.

No te merecieron los hombres. Hay mujeres por encima de ellos, de sus minucias sollozantes y culposas. De eso ni te arrepientas, que mejor viajar sola que pobremente acompañada. Tuviste amigos, varios. Allí estuvimos Julio y yo, siempre, un poco mareados de vida pero firmes.

Sin ti se arrebata a Cochabamba de algo íntimo. Va convirtiéndose en la ciudad de los ajenos, donde nosotros, hijos de la confusión de lo rural y lo urbano, permanecimos como un hito que el viento borró. Conservo un manto de vicuña de tu padre, don Eliseo Thames, escondido entre otros tejidos andinos y secretos del universo insondable de Ayopaya. Y un pullu colorido, naranja sobre todo, y pesado, bien pesado, que cubre nuestra cama cuando enfría los pies, el invierno. Casi decir que estás; de todos modos no te vemos ya que la vista prefiere nublarse para no contemplar la debacle.

Magda, Magda, hiciste bien en no esperar las promesas de los que iban a verte, a despedirse. Les dejaste la memoria y los buenos deseos; con eso basta. Ahora tu teléfono calla y ese es triste sonido.

Caminas entre molles, sauces y ceibos de tu lar. Sé que te hubiera gustado ver Palca de nuevo, acalorarte en Cocapata y hablar la lengua secreta, el quechua, que soltabas apenas en entornos muy privados. Mi padre te quería, y tú a él. Creo que le representabas un mundo que se desvanecía y que perdió un retazo con su ida. Otro con la tuya. Lo dicho, nos anuncias un nuevo panorama, con demasiado de trivial y apenas con sustancia.

He de llamar a tus hijos. Y el nexo pronto ha de diluirse como alcohol en agua. Ligia, yo, mis hijas, sus hijas, Julio, Chino desaparecido, Jimmy, te repetimos quedo: duerme. Y un hombre, al menos uno que sé, añadirá: duerme, amor…

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