LA EVOLUCIÓN FESTIVA DEL CULTO A LA MUERTE
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© Wilson García Mérida | Redacción Sol de Pando | Servicio Informetivo Datos & Análisis
La muerte es un misterio que el ser humano ha racionalizado y aprendió a convivir con ella, como parte de su evolución. La muerte, como la vida, es al fin y al cabo un asunto genético.
El enterramiento es una forma de conocimiento inteligente de la vida y surgió, como tal, paralelamente al descubrimiento del fuego y a la pintura rupestre en las cavernas. Enterrar el muerto es una habilidad que nos separa de la cadena alimenticia, para no ser carroña después de morir, con lo cual afianzamos nuestra cualidad dominantemente predadora.
Con anterioridad al Homo Sapiens, los homínidos neardentales enterraban a sus muertos hace aproximadamente 35.000 años antes de Cristo. Se ha especulado recientemente que un homínido mucho más antiguo que Homo Neardental, el Homo Naledi, había empezado a enterrar a sus muertos 100.000 años atrás; pero esa teoría ha sido rebatida y descartada. Nos quedamos con las proto-tumbas de nuestros primos neardentales.
Durante el Peleolítico, 8.000 años de antes de Cristo, nuestros antepasados de la Mosopotamia habían resuelto arquitectónicamente el problema del espacio destinado a los muertos, creando las primeras necrópolis en cuevas alejadas de sus viviendas. Ya entonces los difuntos eran enterrados con ajuares y adornos, además de utensilios de piedra y cerámica, pues pensaban que la muerte era un viaje en el tiempo, de retorno al momento originario del Big Bang.
Cuando los primeros homo sapiens hablantes cruzaron el estrecho de Bering para poblar América, saliendo de Eurasia a finales del Pleistoceno, trajeron junto a su carga de genes y fonemas la buena costumbre de enterrar a los muertos con un muy evolucionado sentido de la dignidad humana.
Los egipcios llevaron el acto enterratorio a un alucinante nivel de sofisticación. Creían en la inmortalidad de sus faraones después de la muerte, y entre los ritos para asegurarse vida eterna junto a los dioses, desarrollaron técnicas avanzadas de embalsamar, hace cuatro mil años. Las colosales pirámides, obras maestras de arquitectura, eran las tumbas que a la vez comunicaban a las almas con el más allá. Los sarcófagos eran contenedores bañados en oro, y a la vez contenían jeroglíficos que daban voz y palabra a los muertos. Las máscaras mortuorias eran sorprendentemente expresivas. Los antiguos egipcios eran increíblemente capaces de generar imágenes desde la muerte, de comunicarse con ella y de otorgarle facultades de un ser vivo.
El acto de enterrar a los muertos fue, desde los inicios de la humanidad, un ritual, es decir un sistema de gestos, movimientos y signos vocales que no han desaparecido hasta hoy.
Esa idea religiosa de la muerte como extensión de la vida, se prendió en la estructura genética del hombre en evolución, es tan eterna como la muerte misma. En el siglo XXl está más arraigada aún.
Y fue en el Neolítico cuando surgieron el Halloween y la Fiesta de Todos Santos, que son exactamente lo mismo como veremos a continuación:
HALLOWEEN Y TODOS SANTOS: EL SINCRETISMO DE CELTAS Y ROMANOS
Halloween es hoy, como producto de la industria del entretenimiento de masas norteamericana, una celebración cada vez más arraigada en todo el mundo durante la noche del 31 de octubre.
Sin embargo, sus orígenes no tienen nada que ver con la forma actual que le ha dado la sociedad de consumo. La palabra surge de la expresión inglesa “All Hallow Eve” (Víspera de Todos los Santos). Es apenas una variante, con 24 horas de diferencia, de la fiesta de Todos Santos (1 de noviembre) y el Día de Difuntos (2 de noviembre), que se celebran en los países de habla hispana y portuguesa.
Esta tradición cristiana —protestante en EE.UU. y católica en Latinoamérica— tiene una misma raíz sincretizada con creencias paganas celtas y romanas que celebraban —en los albores del Neolítico agrícola— el fin de la cosecha y el recuerdo de los familiares difuntos que los protegen desde el más allá: el samhain celta y el mundus patet romano.
Las raíces celtas en la Edad de Hierro
Los celtas eran los pueblos que poblaron Europa durante la Edad de Hierro entre los años 1200-1100 antes de Cristo. Fueron los primeros humanos agrícolas después de la migración africana del homo sapiens hacia Eurasia. Crearon un sistema de organización social regido por los ciclos agrícolas, donde las fiestas celebratorias cumplían un papel regulador de los procesos productivos.
El Samhain era uno de los cuatro festivales anuales (Imbolc, Beltane y Lughnasa los otros tres) que los pueblos celtas celebraban al inicio de las estaciones, aunque estas no se definían según los equinoccios y solsticios sino acorde a los ciclos agrícolas y ganaderos; y cada uno tenía un significado preciso, explicó Abel G.M., periodista del National Geographic, cuyo informe esclarece el panorama meridianamente:
“El Samhain tenía lugar a inicios de noviembre y era seguramente el más importante, puesto que celebraba el final de la época de cosecha, así como la bajada de los rebaños a los pastos invernales. En esos momentos del año los espíritus de los familiares difuntos regresaban al hogar, por lo que se les procuraba una buena acogida: se creía que si se sentían bien recibidos protegerían a la familia y a sus rebaños, mientras que si eran olvidados o tratados con descortesía podían transformarse en espíritus vengativos que causarían desgracias.
Pero no sólo los familiares difuntos cruzaban al mundo de los vivos. También los espíritus de la naturaleza se acercaban al mundo de los humanos, escapando de los campos baldíos de invierno. Era importante ganarse el favor de estos espíritus y procurar no contrariarlos, para que no provocaran desgracias y especialmente para que no tomasen para sí los animales domésticos: si estos morían durante el invierno, se podía pensar que había sido obra de dichos espíritus hambrientos.
De ahí nació el actual “truco o trato”, la costumbre de disfrazarse e ir casa por casa pidiendo dulces, que tendría su origen en las ofrendas de comida y bebida que las personas dejaban para los espíritus en las puertas de las casas.
Por esta razón, se preparaba un lugar para ellos en la mesa de celebración con ofrendas de comida y bebida para que se sintieran bien acogidos. También se encendían hogueras y celebraban competiciones en su honor”.
La herencia romana que se cristianizó
Al conquistar los romanos a pueblos antiguos como los celtas, los galos, sajones y griegos, los conquistadores adoptaron algunas costumbres de los conquistados, como el culto a los muertos, y en Roma se llamó mundus patet, que también estaba ligado a la estación de la cosecha como el Samhain.
Veamos qué dice el National Geographic:
“La expresión mundus patet significa ‘mundo abierto’ y se refiere al Mundus Cereris, un edificio de piedra situado en el foro. Es una de las construcciones más antiguas de Roma y marcaba el centro exacto de la ciudad. Se creía que ese era el punto de conexión entre el mundo de los vivos y el de los muertos, por lo que la mayoría del tiempo su entrada permanecía sellada por una gran losa que solo se retiraba en tres ocasiones al año: el 24 de agosto, el 5 de octubre y el 8 de noviembre.
Las fechas no eran casuales, ya que coincidían con días dedicados a divinidades del inframundo. Aunque por regla general esa entrada debía estar cerrada, los romanos creían que en ciertas fechas señaladas se debía permitir a los manes (las almas de los ancestros) volver a la tierra para ganarse su favor, ya que estos protegían a la familia y garantizaban su prosperidad. Sin embargo, en dichas ocasiones los vivos debían ser muy cautelosos, ya que dicha puerta al inframundo estaba abierta y podían ser arrastrados a él”.
Cuando Roma se cristianizó, muchas celebraciones paganas fueron sincretizadas en beneficio de la evangelización. Así, el mundus patet que se festejaba igual que el Samhain a fines de octubre y comienzos de noviembre, cuando terminaban las cosechas, se convirtió en una celebración para honrar a los mártires y santos patronos del cristianismo, surgiendo así la fiesta de Todos los Santos.
EL TOQUE MÁGICO DE LOS INCAS, AZTECAS Y MAYAS
En la América precolombina, civilizaciones como las de los incas y los aztecas, que se habían desarrollado acumulando hábitos y conocimientos de culturas anteriores como la tiahuanacota en los Andes, no sólo invocaban el espíritu de los muertos, sino que convivían con ellos cotidianamente. Cuerpos momificados, calaveras y esqueletos de seres queridos eran delicadamente ataviados, conservados y venerados como divinidades presentes en la tierra y, al igual que los celtas, los ciclos agrícolas también definían el curso de las fiestas rituales.
La llegada del cristianismo a América junto con los conquistadores implicó una estrategia de evangelización que combinaba la extirpación de las religiones originarias con tácticas de sincretismo, que la Iglesia Católica practicaba aplicando una eficaz tecnología propia desde su triunfo secular sobre el imperio romano.
Hay quienes sostienen que el culto a los muertos durante el incario igualmente se celebraba en noviembre, lo mismo que en los pueblos celtas de Europa y después en Roma, aunque los hemisferios son opuestos, por lo que habría resultado misión posible para los curas católicos convencer a los pueblos indígenas que concentraran su rito mortuorio durante la fiesta de Todos Santos, ajustándose al santoral católico.
Para los antropólogos peruanos Guillermo Huyhua y Rosa Arroyo, noviembre, el Ayar Marcay Quilla, era el mes dedicado a los difuntos, incluso antes de la llegada de los españoles. Basan su teoría en este fragmento escrito por Felipe Guamán Poma de Ayala en su Nueva Crónica y Buen Gobierno:
“Los cuerpos momificados eran extraidos de sus bóvedas (llamadas pucullo) para renovar sus vestuarios, darles de comer y beber, y luego de cantar y danzar junto a ellos, los ponían en andas y los sacaban en recorrido, de casa en casa, por las calles y plazas para luego retornarlos a sus pucullos, ‘dándoles sus comidas y bagilla al principal de plata y de oro y al pobre, de barro. Y le dan sus carneros y rropa y lo entierra con ellas y gasta en esta fiesta muy mucho’”.
El sincretismo de ambas ritualidades —la indígena y la cristiana— ha convertido la fiesta de los difuntos en una de las celebraciones latinoamericanas más pintoresca y rebosante de colores, con una belleza insuperable en las artes de armar las mesas de bienvenida a las almas, en la culinaria y en el modo de seguir conviviendo festivamente con calaveras bien engalanadas, comidas y bebidas en una mesa pródigamente servida, pocas horas después del azucarado Halloween, su fiesta hermana.
Tonada chapaca para el Día de Difuntos | VIDEO | Edith Vetancur es una trovadora tarijeña, compositora y cantante cuya voz representa lo más genuino de la cultura chapaca. La tonada para la fiesta de Todos Santos y el Día de Difuntos expresa el sincretismo universal de esta celebración tan antigua como la muerte…
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