ANÍBAL ARAB O EL SUEÑO DE VOLAR
Su padre, llegado del Líbano en 1908, se había encariñado tanto con este pueblo amazónico de Bolivia que en 1925, año del Centenario de la República, donó aquel monumento dedicado al Libertador Simón Bolívar que hizo traer desde Italia y que aún hoy hace de centinela en la plaza principal de Cobija…
Aníbal Arab, como Jorge Wilstermann cuyo nombre lleva el aeropuerto de Cochabamba, o como Juan Mendoza en cuyo homenaje se nominó al aeropuerto de Oruro, es un precursor de la aviación moderna en la Amazonia boliviana a donde este piloto de gran porte y cordiales modales llevó la industria aeronáutica integrando al oriente con el occidente del país.
Pero esa denominación no tenía el respaldo de una Ley Nacional, que el presidente Evo Morales finalmente consagró en un gesto de justicia del Estado Plurinacional. El origen libanés de aquel patricio pandino que es orgullo de la aviación boliviana, representa otra vena vigorosa de la interculturalidad de un país donde sus habitantes provienen de todas las tierras del planeta para coexistir productiva y armoniosamente con nuestras naciones originarias construyendo una patria para todos.
“Soy orgulloso de mis antepasados que llegaron a Bolivia a principios del siglo XX para asentarse en la zona más remota y abandonada del país. Mis padres hicieron de Cobija y de la Amazonia su mundo compartido con esos pueblos de la selva que aún hoy perviven intactos cuidando esos bosques tan fantásticos, donde pasé mi infancia jugando con unos avioncitos de madera que solía fabricar mientras soñaba con volar”, nos dice el pionero aviador sumiéndose en sus recuerdos.
Desde el Líbano para siempre
En 1908, finalizada la Guerra del Acre, llegaron a la recién fundada ciudad de Cobija (antes llamada Bahía) el migrante libanés José Arab y su esposa Rosa Fadúl, atraídos por el auge de la goma en esos años. Los Arab habían salido del Líbano usando pasaportes que solían obtenerse en Turquía para llegar a Francia y de allí al Brasil. “Mis padres vinieron a Cobija desde Belem de Pará, atravesando el río Xapurí”, cuenta Aníbal, recordando que su padre se había encariñado con este pueblo amazónico de Bolivia tanto que en 1925, año del Centenario de la República, donó aquel monumento dedicado al Libertador Simón Bolívar que hizo traer desde Italia y que aún hoy hace de centinela en la plaza principal de Cobija.
Niñez voladora en las calles de Cobija
El hogar de los Arab Fadul tuvo seis hijos: José, Aníbal, Irán, Regina (recientemente fallecida en Cobija), Zulema y Ricardo.
“Yo nací el 2 de agosto de 1935 en Cobija, cuando los ecos de la Guerra del Chaco todavía estaban resonando en las familias enlutadas del país”, relata nuestro entrevistado. Su padre, cuenta, colaboró con la movilización de las tropas cobijeñas que se concentraron en la plaza de Porvenir. “Cuando nací no existía Pando como Departamento” —aclara—. “Mi partida de nacimiento decía que soy nativo de Cobija, en el Territorio Nacional de Colonias del Noroeste, es decir que soy un cobijeño colono de la etnia libanesa, y tan boliviano como usted”, asevera esbozando una gentil sonrisa.
Un joven piloto en la revolución del 52
A fines de los años 30 existía una pista aérea en el mismo lugar donde hoy se halla el aeropuerto que lleva su nombre (durante un tiempo la terminal aérea funcionó provisionalmente en la zona hoy ocupada por el Parque Piñata). Algunas naves bolivianas solían aterrizar aquí junto con los primeros cuatrimotores alemanes “Junker” del LAB, pero mayormente los aviones que llegaban con más frecuencia a Cobija provenían del Brasil.
A inicios de los años 50 logró matricularse en la escuela de pilotos de la compañía brasileña Amapa, en Belem de Pará, donde tuvo la fortuna de tener como instructor al aviador beniano Belarmino Bravo Rodríguez. Recuerda que el primer avión que piloteó fue un P-19. Obtuvo su brevet con altas calificaciones y una tentadora oferta laboral en el Brasil. “preferí volver a Bolivia” —explica— “porque me había capacitado para servir a mi país”.Y aflora la memoria: “Cuando llegaba un avión corríamos con mi amigo Domingo Cohelo haciendo una travesía desde nuestra casa en la Plaza Potosí hasta la pista aérea para contemplar esos motores que para mí tenían una magia irresistible. Entonces tenia siete años”. Hasta que finalmente, ya adolescente, decidió ser piloto.
Bolivia se hallaba atravesando el esplendor de la flamante Revolución Nacional de 1952. Ejercía el cargo de Director Nacional de Aeronáutica el general Edmundo Vaca Medrano, un cruceño revolucionario, a quien el joven Arab había conocido en Belem de Pará cuando aquel ejercía un cargo diplomático en el vecino país.
“El general Vaca me puso en contacto con el Gerente General del Lloyd Aéreo Boliviano en La Paz, Rodolfo Galindo Quiroga, quien una vez que se homologó mi brevet brasileño de piloto y vencí todas las pruebas de admisión, me contrató en el acto y desde entonces hice mi vida como piloto del LAB”, rememora.
El maestro de los mejores pilotos
Su trayectoria en el LAB es digna de un libro. Nos cuenta: “Comencé como co-piloto de aviones cargueros y las primeras naves del LAB que comandé fueron los Boeing B-17, que eran unos bombarderos usados por los norteamericanos para bombardear Berlín durante la Segunda Guerra Mundial y que en Bolivia los utilizamos como aviones de carga”.
“Mi preocupación permanente fue incluir a Pando y a todas las poblaciones de la Amazonia en los itinerarios del LAB, nunca me olvidé de mi gente”, afirma con emoción en su voz. Abundan testimonios acerca de cómo el capitán Arab, como piloto de base, como gerente operativo del LAB o como empresario aeronático realizaba incluso viajes gratuitos en favor de sus coterráneos amazónicos, atendiendo emergencias y resolviendo insolvencias.
Posee títulos y diplomas que le fueron conferidos en tales especialidades por las compañías Pan American, Braniff, Eastern, etcétera. Fueron sus alumnos todos los pilotos que tuvo el LAB en los últimos 40 años antes de la desaparición de aquella empresa. “Es lamentable cómo los políticos destruyen el patrimonio de los bolivianos de modo tan irracional”, opina a propósito.
Huyendo la de la crisis del LAB, persistió en su profesión a fines de los ochenta y comienzos de los 90, formando la Compañía Boliviana de Aviación con un DC6 “que estuvo tirado en Guayaramerin y por el cual pagué 13.000 dólares, lo hice reparar para trabajar en el transporte de carga”. Luego formó la empresaAerobol, con la que además de brindar servicio de carga aérea impartía cursos de pilotaje civil.
Hoy sus mejores discípulos trabajan en empresas como Aerosur, Aerocon y BOA; y algunos de ellos son comandantes en compañías internacionales. Su cuarta hija, Elizabeth Arab Blacutt, es piloto en la Continental Airlines de Estados Unidos. “Resultó ser mi mejor alumna”, afirma. No es por nada que el aeropuerto de Cobija lleva su nombre y sus apellidos.