Data: diciembre 6, 2015 | 7:15
COLUMNA VERTEBRAL | Una parte muy pequeña de la humanidad ha destruido, a partir de la revolución industrial, el equilibrio de la tierra y tiene una responsabilidad mayor que debe dar lugar a una compensación...

Carlos D. Mesa Gisbert | ANTE EL ABISMO

Cambio Climatico

http://carlosdmesa.com/Estamos en una carrera contra reloj en la que finalmente el debate sobre la verdad del cambio climático quedo superado por los hechos. El calentamiento global es una realidad incuestionable. Calentamiento que se expresa en un incremento de fenómenos que han multiplicado ciclones, tornados, tormentas, inundaciones, sequías, desaparición de glaciares y gigantescos bloques de hielo de los polos…

París evalúa lo avanzado (muy poco) desde el protocolo de Kioto (firmado en 1997, vigente tras traumáticas negociaciones en 2005) y tiene el mismo desafío, la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Pero París es también el escenario de varias confrontaciones. La que se da entre países industrializados, países emergentes y países en desarrollo. La del dramático dilema entre crecimiento económico global y destrucción ambiental y, finalmente, la de quienes apuestan al ilimitado ingenio humano y quienes sospechan que ya es demasiado tarde para que la velocidad de generar ideas que nos salven, alcance a la destrucción ambiental planetaria.

Un primer hecho. Una parte muy pequeña de la humanidad ha destruido, a partir de la revolución industrial, el equilibrio de la tierra y tiene una responsabilidad mayor que debe dar lugar a una compensación. Segundo hecho, las nuevas potencias -China en particular- se han sumado tarde a la lógica del desarrollismo y en un tiempo récord se han convertido en responsables de una parte significativa de la emisión de gases nocivos, en su afán de recortar distancias en la búsqueda de modernidad y mejores condiciones económicas de sus sociedades. Tercer hecho, los países menos industrializados y con menor índice de desarrollo pretenden eximirse de toda responsabilidad, descargando culpas en los gigantes mundiales, sin reparar en sus acciones específicas de hoy que están causando grandes daños medioambientales. Su justo reclamo de compensaciones históricas disfraza una lógica depredadora que copia los parámetros del peor desarrollismo del viejo mito industrializador.

https://twitter.com/carlosdmesagLa retahíla retórica marxista y de la izquierda clásica que afirmó mil veces que el capitalismo afrontaba una crisis -siempre terminal- se convirtió en verdad, pero en ningún caso por las razones que aducían. Es el éxito material del modelo capitalista el que nos coloca, sino en un callejón sin salida, en un escenario más que incierto para resolver la enfermedad que nos aqueja a nivel global. Las razones por las que las grandes potencias son reticentes a encarar los obvios desafíos de reducción de sus emisiones tiene que ver con la naturaleza intrínseca del modelo económico y la propia vitalidad de su funcionamiento.

Sobre el sustento de combustibles fósiles esa meta no es posible de cumplir, sobre la base de la actual velocidad de desarrollo de las energías alternativas tampoco lo es, salvo que se plantee seriamente una modificación radical del modelo económico depredador en el que está atrapado el mundo. La premisa de que el ciudadano convertido en consumidor y de que los objetos fungibles, desechables y reemplazables periódicamente, son la base de la dinámica de la producción, ha llegado al paroxismo. Por una parte hemos construido una sociedad materialista, desalmada y violenta; por otra parte tenemos una sociedad que ha convertido el consumo y la posesión de abalorios materiales en la única ruta de la satisfacción del deseo y  en una droga para lograr la falsa felicidad.

https://www.facebook.com/people/Carlos-D-Mesa-Gisbert/623809066En esa estructura, el mecanismo de la producción y de la generación de riqueza, a pesar del alto grado de virtualidad de la economía contemporánea, parece incapaz de marcar un punto de inflexión o de freno. Inventar formas de producción más racionales, parámetros de relacionamiento social diferentes y proporciones de producción y consumo a una escala más humana, marca el aparente fin del progreso. Por eso queda claro que lo que está en juego es precisamente la idea de progreso. El iluminismo del siglo XIX y la edificación de la razón y la ciencia, acordes con la citada revolución industrial, fabricaron una utopía que acabó convirtiéndose en una trampa y en una de las formas del infierno. La innovación, la ciencia y la técnica que proporcionaron a nuestra especie tantos bienes en el mejor de los sentidos (salud, longevidad, estándares de vida adecuados a nivel de grandes masas, comunicación, conocimiento, educación, etc.), vinieron de la mano de una carrera insensata hacia el abismo apoyada en la avaricia y el egoísmo. El problema del capitalismo es que olvidó su fuente filosófica que basaba su éxito en la combinación entre la generación de riqueza y la virtud, la posibilidad de una distribución de esa riqueza apoyada en valores cristianos esenciales. No ocurrió, la naturaleza humana impuso la dinámica de la economía de la acumulación, la especulación y la explotación. La hidra multiplicó sus cabezas y se salió de control.

Cualquiera que sea la posición de las naciones que discuten las metas de París, deberá aceptar que ha llegado el momento de entender que la rapidez de nuestro ingenio creativo, siempre admirable, no es suficiente para evitar el desastre. El capitalismo se enfrenta al espejo, se enfrenta a sí mismo. No es una batalla entre un modelo y otro modelo, es una batalla de sobrevivencia de todos. Dicen la verdad quienes critican la actual realidad aunque lo hagan por las razones equivocadas. No basta con las promesas más bien mezquinas de los países ricos, es el momento de enfrentar al monstruo y cambiar un paradigma que amenaza con destruirnos a todos.

Coda final. No faltan muchos años para que la realidad brutal de la superpoblación enfrente a la especie con la pregunta crucial sobre su propio crecimiento natural.

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