Data: agosto 21, 2016 | 0:20
COLUMNA VERTEBRAL | Hoy, a pesar de todo (despropósitos monumentales aparte), se puede decir que Bolivia tiene una conciencia cada vez más creciente de la importancia de su patrimonio cultural y que, en algunos casos, está tan fuertemente involucrada con ese patrimonio que ha logrado fundir pasado y presente para proyectar futuro…

Carlos D. Mesa Gisbert | PATRIMONIO

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La reinauguración del Museo Nacional de Arte de La Paz, me da pie para hacer algunas reflexiones en torno a la idea crucial del patrimonio. Uno de los desafíos mayores para una nación como la nuestra es que, junto al cumplimiento de las demandas básicas, como el desarrollo humano en lo que se refiere a salud, educación y bienestar, hay que impulsar un compromiso por otros aspectos que tienen que ver más con el espíritu que con la vida material, y que tienen importancia para la construcción integral del desarrollo humano. Lamentablemente, cuando se tiene que hacer una definición de políticas de Estado y responder a esas demandas, normalmente las culturas suelen ocupar un lugar menor y marginal en el orden de prioridades.

Cuando hablamos de patrimonio estamos hablando de nosotros mismos. El patrimonio somos nosotros en la medida en que, cuando lo miramos, nos miramos a nosotros. A partir de esa mirada podemos entender quiénes somos y cómo construimos la sociedad en la que estamos, así como vincularnos emocionalmente a ese pasado que forma parte no solamente de nuestras almas sino de nuestra vida cotidiana.

Hoy, a pesar de todo (despropósitos monumentales aparte), se puede decir que Bolivia tiene una conciencia cada vez más creciente de la importancia de su patrimonio cultural y que, en algunos casos, está tan fuertemente involucrada con ese patrimonio que ha logrado fundir pasado y presente para proyectar futuro.

Está claro que el concepto de patrimonio se ha ido ampliando mucho con el curso del tiempo, a partir de las reflexiones que se han llevado adelante en diversos encuentros internacionales que tienen sus puntos de referencia más importantes en Viena o en Venecia, para mencionar sólo un par de ejemplos. Está claro que el criterio de patrimonio ha dejado de ser simplemente el reconocimiento de un conjunto de bienes muebles e inmuebles, para convertirse en algo que forma parte de la vida cotidiana. Baste mencionar una cuestión clave como la fiesta en América Latina y particularmente en Bolivia. La fiesta es hoy reconocida en el mundo entero como parte esencial de nuestro patrimonio y expresa claramente la diferenciación entre el tangible y el  intangible. Está claro también que hemos considerado ya de manera integral el patrimonio que es obra humana y el patrimonio natural, el escenario de la fuente de vida y parte integrante de nosotros mismos, que no puede separarse de los otros elementos que conforman la idea de patrimonio.

En consecuencia, la visión de patrimonio como concepto es hoy una vinculación inseparable entre pasado y presente. Es una suma de lo tangible con lo intangible. Una combinación entre los elementos que se refieren a la creación humana y los elementos de los que nosotros formamos parte -bastante pequeña por cierto-, el conjunto natural que hemos definido como biodiversidad en el contexto de un imperativo de lograr el desarrollo sostenible, que, merced al calentamiento global, es parte de nuestras preocupaciones y desafíos más importantes.

La visión que hoy tenemos de patrimonio se relaciona inmediatamente con una de las cuestiones de mayor sensibilidad para la sociedad boliviana de hoy: el tema de la identidad, las identidades, cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo podemos en conjunto entendernos como parte de una comunidad expresada en varias comunidades. El debate boliviano es precisamente el matrimonio entre las identidades y la identidad, el matrimonio entre la perspectiva local, la regional y la nacional.

¿Cómo se identifica cada uno de los pueblos que además de lengua, creencia y origen étnico, tiene un conjunto de bienes a los que siente próximo, de los que se siente parte y con los que se identifica. Es precisamente a partir de la valoración de su patrimonio. Cuando hablamos de yo ayoreo, yo chiquitano, yo aymara, yo mestizo, yo blanco, para ponerlo en términos no del todo deseables porque hacen referencias a cuestiones raciales, que puede ser parte de un debate cuando menos cuestionable, estamos diciendo que cada uno se siente parte de una determinada comunidad, de la cultura a la que pertenece: la música, la fiesta, la religión, la historia, el pueblo físico, el pequeño núcleo urbano, la iglesia, la plaza, el espacio para compartir con los demás, que hacen que cada uno se sienta parte de esa comunidad.

En ese contexto la reconstitución del patrimonio, la puesta en valor de los bienes muebles e inmuebles de esa comunidad, se convierte en algo esencial porque es a partir de la revalorización de esos bienes muebles e inmuebles, que se siente la ligazón con el pasado y el encuentro de referentes de identidad que nos enlazan con quienes nos antecedieron y que nos conectarán con nuestros sucesores. La pérdida progresiva de un horizonte que nos refiera a nuestro origen a fuerza de cambios y transformaciones acaba desligándonos de nuestras raíces más íntimas.

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