Data: julio 7, 2019 | 7:30
SOPA DE MANÍ | Aprendiendo a vivir se aprendía a morir. Aún regía la máxima de Da Vinci según la cual “así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte”. Ya no es así...

NUESTRO EXCESO DE MUERTE

«Mientras existimos ella no existe y cuando la muerte existe nosotros ya no existimos…». | Epicuro

© Wilson García Mérida | Columna Sopa de Maní

© Artículo originalmente publicado en Bolpress, 14 de marzo, 2008

© Publicado en Sol de Pando, 29 de octubre, 2013

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Yo mismo no me siento muy bien últimamente”, decía un escritor amigo cuando puso en duda eso de que “nadie se muere en la víspera” y comentaba muertes ajenas tan sentidas como las suyas propias.

Y es que hubo un tiempo en que morirse era un asunto de aprendizaje. Existía una cultura tanatológica basado en el respeto a la vida como el fundamento de todos los derechos humanos; el mismo respeto que merecia la muerte.

Aprendiendo a vivir se aprendía a morir. Aún regía la máxima de Da Vinci según la cual “así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte”. Ya no es así.

Hoy se muere porque hay que morir, sin respeto a la vida, ni a la muerte misma.

Y es el Poder que mata, además de corromper. El fallecer en genocidio, el morir por desangramiento tras un asalto callejero, el perecer a la mitad de un viaje con boletos de negligencia, el perder la vida en un atentado sucia y cuidadosamente tramado, el irse al otro mundo en cumplimiento del deber… en fin, el morirse como si nada se ha convertido en el pan nuestro de cada día.

Morirse simplemente de viejo, dejar este mundo con resignación y en acuerdo de partes, es la forma minoritaria y menos noticiosa de morir en Bolivia.

En este maravilloso país se muere a bala en asaltos por baratijas, a tiro de sicario o perforado por un puñal trapero, desbarrancado al fondo de una carretera con sobreprecio o en garras de la negligencia médica… o no se muere tan fácilmente.

A la calidad de vida que detentamos hoy los bolivianos, corresponde una calidad de muerte con similares rasgos. Es patético, este exceso de muerte.

La muerte ya no es una vida vivida, ni la vida es una muerte que viene, como deseaba Borges. Hoy la muerte es una vida truncada a mansalva, y la vida es una muerte que no se va.

Murió el Quinto Mandamiento de la Ley de Dios. Sí matarás. Así la muerte nos va ganando rauda, con la ventaja de que nos lleva toda una vida.

Ya tanta muerte fatiga.

Su irrupción es algo que nunca jamás deberíamos temer; pues, parafraseando a Epicuro, mientras existimos ella no existe y cuando la muerte existe nosotros ya no existimos. Ahora coexistimos con la cruel quimera, está a la vuelta de la esquina y es aterrante. Quedémonos en casa, salvo que esté agazapada bajo la cama, muerte de porquería.

Yo sólo atino a decir: que la vida me mate, no la muerte. O como Woody Allen dijo: “no es que tenga miedo de morirme. Es tan solo que no quiero estar allí cuando suceda”.

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