Data: agosto 6, 2017 | 4:35
COLUMNA VERTEBRAL | Es tiempo de reconsiderar la valoración de los fundadores de la patria y la injusta calificación peyorativa de todo aquello que tiene que ver con el término “altoperuano”. Ocurre que fue precisamente Casimiro Olañeta quien influyó en Antonio José de Sucre al momento de fundar el nuevo país…

Carlos D. Mesa Gisbert | BOLIVIA Y SU EXECRADO FUNDADOR

En 1968 el historiador estadounidense Charles Arnade publicó La Dramática Insurgencia de Bolivia, un libro que influyó de modo decisivo en nuestra historiografía. Arnade afirmó que los chuquisaqueños tenían una: “mentalidad altoperuana…un carácter peculiar, dado al juego flojo de palabras y frases ambiguas en las cuales el individuo rara vez podrá pronunciarse por uno u otro bando, sino manejar todas las creencias sin decidirse jamás por ninguna”. El autor apeló a René Moreno certificando que este comportamiento se puede definir como “dos caras” y continuó indicando que su ejemplo más conspicuo fue Casimiro Olañeta al que definió como un “intrigante no sobrepasado (por ninguno)” con una carrera de “conspiración continua”.

Su tesis fue que un grupo de elite criolla chuquisaqueña de raigambre realista, se apropió de la gesta libertaria que habían protagonizado heroicos combatientes contra el imperio español y diseñó un proyecto egoísta ligado a intereses de poder político y económico. En palabras de Arnade fue: una “Asamblea de Transfugas”. Olañeta, Serrano, Urcullo, Mendizabal y los otros fundadores no respondían sino a la mezquindad surgida en una ciudad “soberbia y presuntuosa”. Ocurre, sin embargo, que fue ese núcleo de personalidades y no otro el que se reunió en La Plata en julio de 1825 y decidió por unanimidad crear una Nación independiente desvinculada del Perú y de la Argentina.

Ocurre además que fue precisamente Casimiro Olañeta, como lo demostró palmariamente el historiador José Luis Roca, quien influyó en Antonio José de Sucre entre el 3 y el 9 de febrero de 1825 en la ruta Puno-La Paz, en el documento que decidió el destino del nuevo país. Sucre había redactado los días 2 y 3 el texto básico del decreto de convocatoria a la Asamblea Fundadora. El mismo 3, Olañeta llegó a Puno. El 6, ambos cruzaron el Desaguadero. Roca probó en su libro Ni con Lima ni con Buenos Aires que las modificaciones entre el texto inicial de Puno y el final de La Paz tuvieron que ver con la influencia de Olañeta sobre el vencedor de Ayacucho. Los cambios en el Decreto de 9 de febrero de 1825 fueron cruciales para los alcances de la Asamblea. El texto inicial  decía en sus considerandos: “es necesario que estas provincias dependan de un gobierno”; el final decía: “es necesario que las provincias organicen un gobierno”. Inicial: “dejar al pueblo su soberanía”; final: “dejar al pueblo la plenitud de su soberanía”. Inicial: “mientras una Asamblea de diputados de los pueblos delibera de la suerte de ellas”; final: “mientras una Asamblea de diputados de ellas mismas delibere de su suerte”. Además se modificó la forma de elección que pasó de cabildos a juntas de parroquia y provincia, amplió la participación de los electores y eliminó las restricciones por ingresos económicos de los elegidos. El Decreto de La Paz contiene 20 artículos, ampliando en 8 el borrador de Puno.

Olañeta que en 1820 había creado la “Logia Patriótica”, concretó así los objetivos de convocar una Asamblea —concebida por Sucre— en la dirección inequívoca de darle a la potestad para decidir sobre su destino y separarse tanto de Lima como de Buenos Aires.

Como bien escribió Roca, en Bolivia “predomina la idea obsesiva de que la historia nacional está llena de calamidades, siendo una de las peores la conducta de los hombres que hicieron posible la creación de la República…el recuerdo de los fundadores de Bolivia causa desagrado y rubor entre muchos de sus hijos”. Esta percepción nos ha llevado a perder la comprensión básica de que, junto a quienes lucharon y dieron su vida por liberarse de España, estaban quienes concibieron la idea de crear una nueva Nación, de hacerlo sobre los fundamentos ideológicos de la Constitución de Cádiz y sobre las bases filosóficas del liberalismo que fermentaron en la Universidad San Francisco Xavier y en la Academia Carolina. Junto a patriotas como Vargas, Azurduy, Murillo, Zudañez, Méndez, Warnes y otros, estuvieron quienes desarrollaron la idea de un país republicano separado de los dos centros virreinales.

Bolivia no puede entenderse sin Casimiro Olañeta, el de la Logia Patriótica, el del Decreto del 9 de febrero trabajado junto al Mariscal de Ayacucho y el de la conducción de la Asamblea Fundadora de 1825. Lo que hizo después es harina de otro costal que, por cierto, no menoscaba la lucidez que tuvo en la creación del nuevo Estado.

El Alto Perú se convirtió en Bolivia, pero irónicamente ese gentilicio se ha vinculado de modo atrabiliario, gracias a una historiografía plagada de autoflagelación, con los peores rasgos del comportamiento individual y colectivo. Es tiempo de reconsiderar la valoración de los fundadores de la patria y la injusta calificación peyorativa de todo aquello que tiene que ver con el término “altoperuano”.

Olañeta y quienes lo acompañaron en la Asamblea en Chuquisaca, son legítimos creadores de la República de Bolivia. Execrarlos es denostar la idea y la cristalización de la nación que somos.

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